jueves, 27 de diciembre de 2012

Mañana


Mi mente divagó un poco y terminé escribiendo sobre otro tema cuando había otra idea que quería compartir con ustedes. En realidad, existen muchas cosas que quisiera gritar pero lo haré poco a poco.

No puedo dejar de pensar en lo que he dado por llamar: mi milagro navideño personal. Haber encontrado la página de Miguel salvó, literalmente, mi vida. Ya había decidido desaparecer, irme a dormir para siempre. Mis demonios me habían convencido que estaba sola y que no había más que hacer. Me había convertido en una carga para los demás y todos a mi alrededor respirarían más tranquilamente si ya no existía para arruinarles sus tranquilas vidas.

Pero como me dicen mis ángeles, posiblemente este era el momento adecuado para encontrar este oasis de ayuda en mi desierto.

Mañana... esa palabra resuena en mi cabeza en estos días.

Y esa palabra me recuerda uno de mis libros favoritos. Una frase memorable de una obra de teatro que se llama Los árboles mueren de pie, del dramaturgo Alejandro Casona. Ir a ver la puesta en escena de esta obra es uno de los pocos recuerdos gratos de mi adolescencia. Mi primera visita al teatro.

Isabel: Estaba desesperada... ¡no podía más! Nunca tuve una casa, ni un hermano, ni siquiera un amigo. Y sin embargo, esperaba... esperaba en aquel cuartucho de hotel, sucio y frío. Ya ni siquiera pedía que me quisieran; me hubiera bastado alguien a quien querer yo. Ayer, cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil. Quería pensar en algo y no podía; sólo una idea estúpida me bailaba en la cabeza: "no vas a poder dormir... no vas a poder dormir". Fue entonces que se me ocurrió comprar el veronal. Seguramente las calles estaban lan llenas de luces y de gente como otras noches, pero yo no veía a nadie. Estaba lloviendo, pero yo no me di cuenta hasta que llegué a mi cuarto tiritando. Hasta aquel pobre vaso en que revolvía el veronal tenía rajado el vidrio. Y la idea estúpida iba creciendo: "¿por qué una noche sola...? ¿Por qué no dormilas todas de una vez?" Algo muy hondo se rebelaba dentro de mi sangre mientras volcaba en el vaso el tubo entero; pero ni un clavo adonde agarrarme; ni un recuerdo, ni una esperanza... Una mujer terminada antes de empezar. Había apagado la luz y sin embago cerré los ojos. De repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayó dentro de la habitación. Encendí temblando... Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: "¡mañana!" ¿De dónde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? "Mañana." Lo único que sentí es que ya no podía dormir esa noche sin saberlo. Y me dormí con la lámpara encendida, abrazada a mis rosas ¡mías! las primeras que recibía en mi vida... y con aquella palabra buena calándome como otra lluvia: "¡mañana, mañana, mañana...!"

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