Estos días son raros. Creo que los “deberes” del psicólogo me han revuelto cosas que empiezo ahora a distinguir entre la niebla. La carta que escribí a mi padre, “Sin Acuse de Recibo”, fue la primera tarea que me encomendaron. El día que fui al cementerio a leerla, los peores recuerdos se detuvieron. Como si me hubiesen dado una tregua. Todas las nuevas imágenes de los abusos que en estos dos años regresaron a mi consciencia dejaron de aparecer. Hace meses que no he tenido nuevas escenas o retrospecciones.
Pero a cambio si se han movido otras sensaciones y sentimientos que estaban muy ocultos en mi subconsciente. Y a eso también han contribuido las tareas que el psicólogo me ha mandado posteriormente, porque tuve que escribir la respuesta que en mi criterio mi padre me hubiese dado en caso de seguir vivo. Mi anterior entrada estaba inspirada por esa carta. Y me ha revuelto un poco.
Lo primero que quiero dar son las buenas noticias. Ya no tengo miedo. Ya no le tengo miedo. Por fin me atrevo a reclamar los años de oscuridad a los que me sometió. Por fin me he atrevido a salir del hoyo en el que me enterró. Supongo que porque ya está muerto y nadie me puede acusar de mentirosa o de loca, como él dijo de mi madre o de mi hermana. O porque ya me cansé de llorar a solas y preguntarme todos los días porque no puedo ser normal. Porqué no puedo tener una familia normal. Porqué tengo que escuchar cada cierto tiempo a la gente la pregunta de porqué no acudió mi familia a mi boda, a la comunión de mi hijo, a las reuniones familiares, a las cenas de Nochebuena… O porque quiero que de una vez por todas se haga justicia, aunque sea mi propia justicia y no la ordinaria porque de esa ya no puedo esperar nada, y aunque tuviese la oportunidad, creo que seguiría sin creer en ella. Al menos quiero que se haga justicia poética, moral, social, quitándole la careta y que todo el mundo sepa la clase de cabrón que era mi padre.
Y con ello empiezo a asumir que yo no tuve responsabilidad en todo lo que hizo. Llevaba dinero a casa cuando no se lo fundía en vino y putas. El resto del tiempo mi madre trabajaba fregando escaleras y sé que en numerosas ocasiones era el único dinero que entraba en casa. Precisamente se aprovechó de eso para meterse en mi cama por las mañanas, porque ella se iba antes a trabajar. Ser violento o abusar de sus hijos no lo produce el alcohol, sólo hace perder la vergüenza de hacerlo. La educación no tiene nada que ver. Forma parte del sentido común, cosa que él no tenía. Yo no sé si es cierto que metía el dedo donde no debía cuando yo era bebé, como aseguraba mi Madrina, pero si recuerdo que lo hacía desde que fuimos a vivir a la casa nueva, cuando yo tenía seis años, y ahora entiendo que en realidad da igual si lo hizo antes o no. En realidad importa poco si los abusos duraron desde los cero a los trece años o desde los cinco o seis hasta los trece. Porque el daño no creo que hubiera sido muy distinto.
Pero además han aparecido otros pensamientos. Algunos, la mayoría, son viejos conocidos. Principalmente la culpa. La eterna pregunta de porqué en el Año del Infierno acudía yo a su cama o porqué no le dije que parase cuando tenía muy claro que no me gustaba lo que hacía. Y buscando la respuesta, le recuerdo casi cada hora a mi monstruo la clase de persona que era mi padre. Y hago una recopilación rápida de todas sus mezquindades.
Con los años, me he dado cuenta de lo desalmado que fue conmigo, cómo buscaba la manera de estar a solas conmigo o con mi hermano, enviando a mi madre al centro para que cobrase alguna factura, o controlando las horas en que limpiaba en alguna casa con mi hermana, para regresar a casa antes que ellas, o simplemente ordenando que cerrasen la puerta de la habitación porque tenía que hablar conmigo. Y lo del sujetador… ¿no fue él quien le sugirió a mamá que ya empezaba a tener pecho, que había que comprarme un sostén? De hecho, si no recuerdo mal, aquel día les dijo que salieran del cuarto, que era la hora de tener una conversación seria con su hija. Fue la primera vez que me violó…
Lo cierto es que ya no recuerdo nunca cuando había alguien más en la casa y cuando no; la situación llegó a un punto en el que estaba tan seguro de su posición de superioridad que ya no importaba que alguien de la familia nos sorprendiera. Solo recuerdo el dibujo de la colcha de su cama, la ventana de mi habitación, la repugnancia. Y el dolor. El enorme dolor mezclado con una sensación indeterminada que me removía por dentro.
Y el miedo. recuerdo el miedo. El inmenso miedo con el que vivía esos días. Cada vez que estaba en casa, cada vez que entraba por la puerta, Yo empezaba a temblar, a veces de forma incontrolada. Sobre todo cuando empezó con los objetos… Porque eso si que lo odiaba, a eso si que jamás me ofrecí, esas veces siempre era él el que iba a buscarme. Y me hacía daño aunque dijera que lo hacía para que yo me acostumbrase. Y me daba pánico cuando lo hacía. Me daba tanto miedo en esa época que fue cuando comencé a desmayarme, empezaba a ver puntitos negros y se iba todo. A última hora ya sabía cuando me iban a dar las lipotimias. No encontraron la causa, pero eran reales, no eran cuentos para llamar la atención. Bajones de tensión, diagnosticó el médico.
Hay algo de lo que me he dado cuenta hace poco, porque mis recuerdos han sido siempre un “totum revolutum”: los episodios violentos y los abusos jamás estuvieron directamente conectados. Siempre me “justifiqué” pensando que si cedía a sus asquerosos deseos carnales era para evitar la paliza, y probablemente en última instancia así fuera, pero en realidad, al recordar algunas situaciones previas a los tocamientos, o cuando directamente me llevaba a su habitación a una de sus “lecciones” era cuando más tranquilo y relajado estaba.
No recuerdo ni una sola vez en la que sus caricias fuesen precedidas de una amenaza o una advertencia de castigo. Tal vez la primera vez que me violó, cuando quise quejarme por el dolor y me ordenó silencio… pero sus palabras fueron hechas tan suaves, tan cómplices, que a lo mejor interpreté aquel susurro como una velada amenaza… cuando tal vez no lo era… ¿o sí?...
Siempre creí que nunca me había chantajeado con favores o regalos, cuando lo cierto es que siempre percibí, que si cedía a su agresión, además de permanecer sosegado y sin violencia, me dejaría volver con mi Madrina. Volver al único sitio donde siempre me he sentido segura y a salvo. Las vacaciones con mis padres se convirtieron en un peaje que debía pagar a cambio de volver a mi refugio.
De lo único que si estoy segura es de lo mezquino que fue en mi vida, con mis hermanos, con mi madre y conmigo; en el maltrato y en los abusos. Porque nos manipuló de manera abyecta. Ignoro cómo fueron los abusos con mis dos hermanos mayores, pero supongo que no fue muy diferente de lo que fue con mi hermano “mellizo” y conmigo. Porque recuerdo bien que después de la primera vez que tuve constancia de que abusaba también de mi hermano, para mi horror, empecé a desear que se fijara más en él que en mi. Y cuando le sentía levantarse por las mañanas rezaba a dios que esa mañana no cruzase la puerta de mi habitación… Ojalá nunca lo hubiera sabido. Conocer que estaba con él, alegrarme de que estuviera con él cuando cerraba la puerta, fue otro peso sobre mi conciencia. Otra cosa de la que me arrepiento enormemente. Pero es un peso que estoy poco apoco aligerando porque entiendo que fue puro instinto de supervivencia. Mi padre convirtió a cinco víctimas en cinco “jurados”, cinco verdugos, que esperaban resignadamente que ese día “el emperador” decidiera fijarse en el otro. Como los rebaños de antílopes, que beben junto al rio confiando que el cocodrilo atrape al de al lado…
Pero por fin he encontrado algo que estaba oculto tras la puerta. Cuando mi monstruo, esa parte de mí que me cuestiona, que me critica, que me acusa, me hizo la gran pregunta, encontré una respuesta nueva. En mi mente, mi Monstruo con la imagen de mi padre siempre me ha preguntado “¿Por qué venías a mí?” Y yo, hasta ahora, no sabía nunca que decir, y me escondía bajo las sábanas, fuera de la vista de mi conciencia para que no me reprochase el gesto. Y con voz tímida le repetía los argumentos que en estos últimos años me he atrevido a esgrimir, pero que siempre he sentido como escusas banales para cumplir con los demás. No me gustaban sus “cosquillas”. No estaba cómoda pero no sabía cómo decírselo porque le tenía miedo. Por entonces era una niña y me dejaba llevar. Porque los niños hacen lo que les ordenan sus mayores.
Pero mientras tanto intentaba recordar qué pasaba en aquellos momentos por mi cabeza para decirle a mi hermana que me iba con él y que la avisaría si se propasaba… y yo no recordaba porqué lo hacía. Y volvía a dar vueltas sobre el mismo argumento: que era por costumbre, para que después me dejase en paz… Y cuando empezaba… yo ya no podía decirle que parase, porque en esos momentos me paralizaba, entraba en shock y él no debió aprovecharse de eso. Y mi Monstruo volvía a preguntar “si, ¿pero por qué acudías?” Y yo como en aquella canción de Radio Futura, seguía la historia del playback, alguien dictando en la sombra y yo moviendo los labios: porque tenía miedo.
Estos días he encontrado mi respuesta oculta. Mi niña por fin me la ha entregado al calor de mi valentía. Confieso que al reflejarlo con palabras, está saliendo de dentro con mucho dolor. Si. Todos los porqués que he utilizado hasta ahora son validos, certificados por un montón de psicólogos especialistas en abusos infantiles, pero ahora para mí tienen un valor autentico.
Mi padre nunca renunció a mí. Mi Madrina intentó por todos los medios separarme del cerrado circulo que construyó mi padre a su alrededor, pero las autoridades nunca le desposeyeron de la patria Potestad por lo que siempre fue él quien tomaba en última instancia la decisión de si ese curso, estaría con mis Padrinos, o con mis padres. Yo siempre iba donde me enviaban, nunca tuve poder de decisión. Me trataron todos como a una maleta vieja que llevaban de un lado a otro como un trasto. Mi padre era el que decidía si yo iba a un sitio o me quedaba en el otro, él decidía el colegio, él decidía, cuando le daba la gana, si entraba en la habitación o cerraba la puerta. Él era el que me decía que lo que hacía era para que yo aprendiera. Él decidía si me gustaba o no, sólo por la reacción de mi cuerpo.
Y de adulta, cuando volví con mis padres, él nunca me reclamó los años de silencio con mis padrinos porque nunca habló conmigo. Ni siquiera el primer día que le vi, tras esos siete años, fue capaz de dirigirme un cumplido. Le dijo a Mamá que me había visto muy guapa, pero se lo dijo a ella, no a mí. ¿Le daba vergüenza decirme que yo estaba bien? La única vez que me hizo un cumplido fue hace diez años para alegar a continuación que echaba de menos los ratos que estábamos juntos cuando yo era niña. jamás en su vida me dijo nada agradable sin que mediasen los abusos por medio. Mi padre nunca renunció a mí, pero nunca me demostró cariño. Creo que solo veía a los demás como posibles objetos para sus propósitos económicos o sexuales. A veces creo que era un psicópata.
Y creo que ese fue mi error. Acudía a él porque en el fondo esperaba que “esa vez” no lo hiciera, y me diera un cariño “sano”. Que me ofreciera un gesto de afecto. ¡¡Un simple gesto de afecto!! Jamás le pedí lo que me dio, confundió mi petición, la petición de cariño de una niña por algo sucio que sólo le satisfacía a él. fue un absoluto egoísta. Conmigo y con todos. Se creyó el amo y señor de las personas que tenía a su cargo como si fueran simples objetos creados para su disfrute.
Creo que lo que mas me duele es reconocer que le busqué porque realmente creí que me daría cariño. Porque no recuerdo ni una vez que interactuara conmigo sin que hubiera abusos de por medio. El resto del tiempo era invisible para él. Y yo, tonta de mí, seguía acudiendo pensando que a lo mejor por una vez conseguía algo que no fuera dañino. Como todos los niños que son agradables y cariñosos con sus progenitores porque necesitan recibir de vuelta ese cariño. Y sólo me devolvió algo asqueroso. Y reconocer que le di cariño a un cabrón es muy difícil. Amar y ser amada. Yo no pedía otra cosa.
¡Y que aún me reprochen que todos mis traumas son porque no le quería! Si nunca le hubiese querido jamás hubiera vuelto a acudir a él. Como me dijeron en un correo: “si le tuvieras miedo como dices, ¡Ni de coña te acercas, tienen que obligarte!” Claro, porque todo ese deseo de entregar cariño quedó sepultado bajo el miedo que me inspiraba, pero seguía intentando conseguir su afecto. Lo intenté por años. Y creo que ahora que ya no le tengo miedo, ha surgido un inmenso agujero negro que debería haber estado lleno de todo el cariño y afecto que yo entregué y que no me fue devuelto por él. Porque en su lugar me dejó veneno. El mismo veneno que exudaban sus poros.
Reconocer que le entregué mi cariño a alguien que no se lo merecía, que por años seguí haciéndolo sin darme cuenta de la inutilidad del gesto duele, quema, punza. Aún hay mas dolor que odio o rabia en mis palabras. Pero es tanto lo que me queda por purgar, tantas lágrimas que aún me quedan por derramar. Que no sé si algún día se acabarán para dar paso al coraje para levantarme y escupir en su tumba gritándole que le he ganado, que por fin me he librado de su recuerdo, de ese monstruo que me destroza la mente y al que aún no consigo dar caza. Pero no me rindo. A veces creo que ese momento está cerca, otras veces lo veo alejarse, como si de una curva temporal se tratase. No sé si el viaje tiene final, o si llegaré a la meta con vida. Pero no voy a abandonar. Y menos ahora que he dado otro paso.
“Padres sin alma, son aquellos que niegan a sus hijos consejo, amor, ejemplo y esperanza”
Pedro Bonifacio Palacios (1854 - 1917) Conocido también por el seudónimo de Almafuerte, maestro y poeta argentino.
http://nemesisenelaverno.blogspot.mx/?m=0
Impresionante, me quedo sin palabras. Sólo puedo decir que tu relato me ayuda mucho a comprender cómo puedo ayudar a mi pareja, victima de ASI.
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