Ya casi han pasado 10 años en que estuve 10 años en el seminario, nunca me imaginé que pensaría como pienso en la actualidad, mejor, abierto de mente y con deseos de denunciar el silencio de la jerarquía católica ante los abusos sexuales de su clero.
Momentos maravillosos disfruté en el seminario en compañía de mis amigos, paseos, bromas y conversaciones, un mundo mágico para un joven que acababa de entrar a sus 15 años de edad al seminario, sin saber lo que le esperaría. Siempre nos prometimos entre amigos mantener la amistad, muy independiente de quien se ordenara y quién no. Empujado por un momento de ansiedad, platiqué mi abuso sexual de la niñez a un sacerdote, fue el inicio de mi desmoronamiento como persona, fue el inicio de una guerra psicológica de este sacerdote, que constantemente me estaba abusando emocionalmente con palabras, tales como, «Casi eres normal, tú no eres digno de ordenarte porque fuiste abusado, solo yo sé lo que te conviene, aprende de tus compañeros, ellos si son buenas personas», me decía constantemente.
La tortura terminó cuando me obligó a salir del seminario, diciéndome que no había terminado mi terapia, cuando en realidad él sabía perfectamente que la había concluido, después de todo ya sabía que todo era parte de su enfermiza personalidad, pero yo no podía hacer nada y nadie podía apoyarme, era mi voz contra la voz de ese sacerdote.
Después de muchos años y rehacer mi vida fuera del seminario, con el dolor por la ausencia de mis amigos a quienes consideraba como mis hermanos, vine comprendiendo que el abuso emocional había sido muy grande, lo peor que esto continuaba con otros muchachos, de igual forma me sentí frustrado, ¿qué podía hacer yo frente a una institución desde a fuera?, nada. Cuando los escándalos de abuso sexual por la jerarquía católica se empezaron a hacer público por todo el mundo, sentí que era mi tiempo de luchar, de denunciar. La jerarquía católica, con una presencia de más de 2000 años, habituados a no ser cuestionados y con una actitud como directrices de la conciencia humana, de pronto se está desmoronando, pero aún se necesita la denuncia y la fuerza de la sociedad para que esto cambie.
El abuso sexual es un daño, es un crimen, es una acto de dominio en contra de la voluntad de un ser libre, que decir cuando tan solo eres un niño ¿Por qué esconderlo? ¿Por qué callarlo? ¿Por el bien de la Iglesia? En la sociedad existen grupos conscientes y grupos inconscientes de personas en referencia a las instituciones, en el campo religioso la Iglesia católica empieza a ser cuestionada, pero aún no es suficiente. Más allá de una institución religiosa, somos una sociedad, muchos pueden ostentar hablar en nombre de Dios, pero eso no los hace inmune ni santos. La fe en Dios es muy independiente del comportamiento de un pastor, la fe en Dios es muy independiente de las oscuras intenciones de un obispo, ¿Por qué callar el abuso sexual cometido por un sacerdote?, eso sí es un pecado, un delito que debe de pagarse en esta vida.
Llegaré hasta las últimas consecuencias por denunciar este doble crimen, 1) Abuso sexual y 2) Manipulación de conciencias usando el nombre de Dios, después de muchos años me di cuenta que las promesas hechas entre amigos habían perdido valor, muy pocos me siguen hablando, ahora me juzgan por dañar la fe de la gente, por denunciar públicamente los abusos sexuales de los sacerdotes y el silencio de los obispos. Hoy mi vida tiene sentido, hoy es mejor que nunca.
Escrito por Juan M. Castro
Autor de la novela, «Abandonados en la Oscuridad»
Email: jcastro_54321@yahoo.com
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