¿Cuál es la relación entre el respeto a la mujer y la
igualdad de género con el abuso sexual infantil?
¿Cuál es la relación entre las
sociedades de dominación masculina y el maltrato infantil?
El maltrato y el abuso sexual infantil no es una cuestión de
trastorno mental. No tiene su origen en el abuso de alcohol y otras drogas.
Tiene su origen en un cúmulo de principios y creencias. Es un acto volitivo.
El
abusador elige abusar. No es una falta de control. Las excusas: “No me pude
controlar”. “Mis impulsos son muy fuertes”. “Me falta voluntad”. “Estaba tomado”.
“Estaba bajo el influjo de la droga”. “Tengo una enfermedad mental”. Son sólo
eso, excusas. Las drogas, el alcohol, las enfermedades mentales, no causan el
abuso, aunque muy probablemente lo empeoran. Sólo en un porcentaje bajísimo de
casos podría encontrarse que la causa fue una enfermedad mental, pero en la
gran mayoría, se trata de una decisión personal: “Abuso porque tengo derecho”.
Si bien es cierto que hay mujeres que abusan, el porcentaje
mayoritario de los agresores son hombres. Detrás del abuso subyace la idea a
veces implícita, a veces totalmente explícita de “tengo derecho porque soy
hombre”. Algunos especialistas explican que las mujeres que abusan sexualmente
de niños o adolescentes generalmente fueron abusadas y lo hacen en forma de
desquite y ellas son un porcentaje mínimo de las víctimas. La gran mayoría,
como víctimas, desarrollan una fuerte empatía por otras víctimas y por otras
personas vulnerables como niños y niñas y desean protegerlos para evitar el
dolor inmenso que el abuso causa y que ellas conocen de sobra. Lo mismo ocurre
con un gran porcentaje de hombres víctimas de abuso sexual y físico en la
infancia. Sin embargo, en gran porcentaje, los hombres que abusan no fueron
víctimas nunca y aunque algunos sí lo fueron, esa no es la razón de que ahora
ellos sean los agresores. Sino la idea arraigada de que “el hombre es superior
a mujeres y niños y por tanto es su dueño, dueño de sus destinos, dueño de sus
vidas y por tanto, puede usarlos y en última instancia matarlos porque
simplemente le pertenecen”.
Un ejemplo muy simplista sería: si yo poseo un auto lo
cuido, lo mantengo limpio y encerado, lo equipo con lo más novedoso de la
tecnología, no permito que nadie lo toque y mucho menos que nadie lo maneje
porque es mío y porque no quiero que lo ensucien, que lo maltraten, que lo
rayen. No quiero que nadie me lo robe, es mío, es mi posesión y también puede
ser que como mi posesión, decido no cuidarlo, darle algunos golpes de vez en
cuanto, no darle mantenimiento, no cambiarle aceite, correrlo a toda velocidad
e incluso chocarlo al grado de dejarlo completamente inservible. O venderlo
para cambiar por uno que ahora me parece mejor.

Para muchos hombres es difícil terminar con este virus que
se transmite de generación en generación. Pues crecen creyendo que tienen ese
derecho de poseer mujeres y niños. Siguiendo con el ejemplo simplista: este
hombre cree que el auto es suyo y que puede hacer lo que quiera con él y no
quiere aceptar el hecho de que ese auto no es suyo. Esa idea lo hacer sentir
frustrado y responde con mayor encono en su intento de poseer el auto.
Ese sistema de creencias, de (dis)valores, son la semilla de
la violencia doméstica, del maltrato a la mujer y el maltrato infantil que
encierran una amplia gama de conductas que en algunos casos pueden mantenerse
siempre en niveles de violencia de bajo perfil o que pueden alcanzar su punto
más alto en el homicidio. Pero el fenómeno que significan es el mismo. El
desprecio por lo femenino.
Es importante identificar estas conductas destructivas que
muchas veces son socialmente aceptables como: “Sírvele a tu papá”. “Mi esposo
no me deja trabajar”. “Él es el hombre y por tanto él es mi líder”. “Él es muy
bueno conmigo, me trata muy bien, por eso yo lo sigo y lo obedezco”. Ésta es la
raíz de la violencia doméstica y reitero, en muchas familias no existe
violencia pero subyace la creencia de que la mujer es subordinada del hombre y
los hijos deben obediencia ciega al padre en primer lugar. En una familia así
puede haber armonía y respeto pero no se tolera la insubordinación, la
diferencia de opiniones. Las relaciones familiares entre los miembros pueden
ser de alta calidad mientras que nadie quiera hacer algo a lo que el jerarca se
oponga o se hará acreedor a un acto disciplinario que, una vez más, no se trata
de violencia explícita pero sí de falta de respeto a las ideas, a las
opiniones, al libre albedrío del hijo, la hija o la madre. Y aquí no hablamos
de una falta de disciplina de un menor que no quiere ir a la escuela o que no
quiere comer las espinacas o que habla con la boca llena; sino de expresiones
libres y propias del ser humano como la esposa que quiere buscar un empleo, o
que quiere abrir una cuenta bancaria a su nombre, o el hijo que quiere estudiar
derecho, o la hija que anuncia que es homosexual.
No permitir que un ser humano domine e imponga su voluntad
sobre otro ser humano es el camino para acabar con el maltrato infantil y el
abuso sexual infantil. Cuando permitimos y vemos como natural que un hombre
actúe como dueño y señor de su familia estamos dejando la puerta abierta para
mancillar el alma y destruir el espíritu. Y estoy segura, que a este punto,
muchos de los lectores se sienten incómodos con las ideas que expreso porque
vivimos en sociedades de dominación masculina y hasta aquellos que más
ardientemente acusan el maltrato infantil se rehúsan a renunciar a ciertos
beneficios que esta dominación masculina trae consigo.
¿Cuál es la contraparte? La cooperación, la participación
por igual de hombres y mujeres. No la condescendencia, no la tolerancia, sino
la integración igualitaria. Ambos géneros aportamos por igual. ¿Qué aportamos?
Lo que cada quien tenga que aportar y que no está previamente determinado por
el género. Las diferencias biológicas son universales; pero las diferencias
culturales, sociales, esas son aprendidas, impuestas, esas son modificables y
cada quien debería de ser libre de construirse a sí mismo independientemente de
su género sin que esto mengue el respeto que se merece y por supuesto, sin
atentar contra el ser del otro, sea mujer, sea hombre, sea niño, sea niña.

La sociedad no ve la violencia, no ve el maltrato. Muchas
veces ven lo que el abusador quiere que vean. Y algunas veces cuando, los más
cercanos, ven la punta del Iceberg la culpan a ella por no dejar la relación, por
no proteger a sus hijos pero no entienden por qué ella no se va. Las mujeres se
quedan por muchas razones y no son las razones simplistas de “es
co-dependiente”, “le gusta la mala vida”, “es masoquista”, “prefiere a su
hombre”, “no le importan sus hijos”. Son las amenazas contra ella y contra los
hijos. Por la falta de apoyo real fuera de su hogar. Porque desde el primer día
el abusador se ha encargado de aislarla de familia y amigos y ella no tiene a
nadie a quien acudir. Porque él controla todo el dinero; incluso cuando ella
trabaja, él controla el sueldo de ella, y en muchos casos ella no trabaja
porque él no la deja y éste no la deja va mucho más lejos de “dar o negar
permiso” sino de todas las estrategias de sabotaje para que ella simplemente no
pueda trabajar. Ella no tiene una cuenta de banco, no tiene dinero ahorrado, no
tiene teléfono, coche, amigos, a veces ni familia; casi no come y casi no
duerme; ella sola tiene que cuidar de los niños. Tiene miedo a perder la
custodia de sus hijos porque él puede contratar a un mejor abogado y ésta es
una de las amenazas más frecuentes. Ha perdido la autoridad frente a los hijos
por la manipulación de él y por la violencia misma. El síndrome de Esto-colmo que ocurre cuando sólo hay una persona que cura las heridas físicas y
emocionales de la víctima y esa única persona es el mismo agresor. El miedo. El
secuestro literal que ocurre en algunos casos. La lista de razones de por qué
se queda la mujer podría seguir.

Acabar con el abuso sexual infantil significa acabar con la
dominación de la mitad de la humanidad sobre la otra mitad: la masculina sobre
la femenina.
C. DIAZ.
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