Siempre he dicho que no conozco a mi padre. Para mí siempre lo he sentido como alguien extraño, que no tiene nada que ver conmigo. A veces, cuando leo los distintos tipos de abusos en la infancia, instintivamente me auto catalogo en el apartado de aquellos que sufrieron abusos reiterados, pero por parte de un pariente lejano de la familia, con el que se convive en épocas puntuales del año. O un vecino o profesor que es muy amigo de la familia.
Supongo que ha sido una manera de “distanciarme” de mi agresor, aunque fuera de manera íntima, porque nunca he hablado de él como “ese señor” o “el marido de mi madre” como he leído alguna vez a otras víctimas cuando se refieren a su abusador, siempre ha sido “mi padre” con todo lo que significa. Nunca he renegado de él ni he dicho que él no sea mi progenitor.
Pero nunca hubo una verdadera conexión fuera de los momentos en que abusaba de mí. Y cuando intenté ponerme en su lugar, cuando intenté comprender porque hizo lo que hizo, me sentí perdida.
Algunos pensarán que es morboso que intente ocupar el lugar de mi agresor, que es como que un judío del nazismo intente comprender a Hitler y sus razonamientos antisemitas. Pero para mí, la recuperación empezó cuando comencé a leer sobre el tema, cuando además de reconocerme en las secuelas, entendí el proceso mental que las víctimas tenemos de manera subconsciente para permitir y soportar esos abusos y las posteriores secuelas, y no quise dejar a un lado la mente de mi agresor. Para mí, aprender para sanar ha sido importante.
He oído a victimas que hablan de sus abusadores como buenas personas, que se portaban bien, que eran simpáticos, que les hacían regalos y que solo se volvían "monstruos" cuando abusaban, pero que incluso algunos en esos momentos eran muy amables con ellas. En mi caso no fue así: Mi padre era frio, distante, amenazador. Jamás hablaba con nadie de la familia. Las únicas veces que recuerdo que él interactuara conmigo es solo durante los abusos, el resto del tiempo yo no existía o al menos no lo recuerdo.
Es curioso que no tenga una imagen de mi padre cordial con el resto de la familia y sin embargo si recuerdo despertar de madrugada y oírle hablar desde mi cama con mi madre de manera muy sociable. Creo que es el único momento en el que él era “él”. Creo que a sus hijos nos tenía como en otra categoría. Y es posible que tal y como le oía comportarse de madrugada fuera su forma de ser con los demás que no éramos sus hijos y así debía ser cuando no estábamos delante. No he conseguido retener ni una sola de esas conversaciones de alcoba, pero si recuerdo que siempre me volvía a dormir intentando no olvidar lo que había dicho, porque muchas veces esas conversaciones eran sobre mi Madrina, o sobre mí y siempre me daba rabia al día siguiente no recordar lo que había oído.
Pero durante el día, delante de mí, jamás le recuerdo de tranquila conversación con mi madre o mis hermanos. No le recuerdo un solo gesto amable fuera de los abusos. Él era tremendamente serio en su vida normal y solo era agradable durante los abusos. Sola y exclusivamente durante los abusos, y no siempre. Si de pequeña mis primeros recuerdos son de él llamándome a su cama para ver la tele y aprovechaba para sus cosquillas especiales, a veces se metía en mi cama por las mañanas sin decir nada. Simplemente entraba, me tocaba, se masturbaba sobre mí y se iba. Sin un gesto afectuoso, sin una palabra. En el último año de mis abusos su amabilidad estaba disfrazada de padre educador.
En el último año hablaba pero en susurros, enseñándome, explicándome como se hacían los niños. Fue cuando empezó a preguntarme si me gustaba, y yo nunca sabía cual era la respuesta correcta. No recuerdo nada fuera de esos momentos. Creo que para él, a última hora, pensaba que yo lo disfrutaba también. Porque me empezó a tratar como a una persona adulta, como una joven inexperta a la que enseñaba los secretos de la vida. Era cuando me decía que yo ya era una mujercita que debía aprender a comportarse como tal.
Cuando regresé con veinte años mi padre estaba enfermo. De hecho volví a su casa tras una llamada de mi madre en la que me decía que él se estaba muriendo y quería ver a sus hijos por última vez. Tardaría aún veinte años en morir, pero en esos momentos, aquella llamada fue la escusa perfecta para que yo me tomase un respiro en la espiral de descontrol en la que vivía.
Tras esos siete años en que no le había visto, mi padre ya no era el ogro que recordaba. Aún me imponía con su voz y su presencia, pero lo cierto es que no recuerdo verle levantar la mano a nadie desde que yo me escapé de casa con trece años. Ya no bebía absolutamente nada de alcohol. Realmente se había convertido en una sombra de lo que fue y vivía prácticamente enclaustrado en su habitación, donde comía, fumaba, veía la tele y dormía con mi madre. Yo apenas hablaba con él. Sólo se comunicaba conmigo cuando no tenía a otro miembro de la familia al que contarle lo mal que se encontraba y la cantidad de medicamentos que tomaba.
Pero a mí me seguía dando miedo. Nunca he tenido una conversación sincera con él –salvo la última vez que le vi- por lo tanto nunca supe su opinión sobre mi vuelta. En realidad, apenas conozco algo de él. Sé que era orgulloso, acaparador, posesivo, duro, de carácter fuerte, pero verdaderamente nunca le he conocido. Sabía cuáles eran sus dos equipos de futbol favoritos, que le gustaba el vino y las series de televisión norteamericanas donde salieran mujeres guapas –Los ángeles de Charlie, por ejemplo- Pero no tengo ni idea de sus inclinaciones políticas, o de su creencias religiosas.
Supongo que no era muy religioso, porque nunca le he visto en misa, decía que no soportaba las sotanas y al menos en uno de mis colegios de religiosas, aun le recuerdan por el “numerito” que montó al no acceder a sus deseos de que le entregasen mis notas antes de los plazos establecidos. Denominó a todas las monjas un atajo de putas. Pero respetaba que mi madre rezase el rosario con todos los hijos que estuviéramos en casa aunque él no participaba. En ese sentido mi madre tenía su apoyo, o al menos no intervenía de ninguna manera, ni a favor, ni en contra. Y sé que no era partidario de las agrupaciones sindicales porque recuerdo en una ocasión verle discutir con un cliente en un bar acerca de una huelga del gremio convocada en la que no tenía ninguna intención de participar. Pero no sé mucho mas.
Por eso digo que no le conocía. Porque nunca me sentí unida a él cariñosamente hablando. Y me cuesta mucho saber cual sería su respuesta si le hubiera enfrentado. Mi hermana utiliza argumentos muy parecidos a los de un abusador "tipo" que declara ante la justicia cuando le han pillado in fraganti y no puede negar los hechos: Que yo era quién le incitaba, que él era débil, que no podía reprimirse, que estaba enfermo, que perdió la cabeza, que estaba bajo los efectos de la bebida, que sólo fue esa vez...Mi hermana me dice que era un hombre inculto, que apenas tenía estudios, que tuvo la mala fortuna de cruzarse con gente que lo manipuló (mis Padrinos), que tenía silicosis... Y sospecho que esas explicaciones no difieren mucho de lo que en una conversación abierta con él sobre esto me hubiera dicho. Y ahora que lo pienso, creo que en realidad hubo una, cuando hablé con él por última vez, pero yo aún no reconocía que lo ocurrido tiene nombre y es un delito.
Lo poco que recuerdo de esa conversación, porque siempre se impone el recuerdo de lo que me volvió a la memoria aquella tarde, creo que es lo mas parecido a una explicación que he podido escuchar de él. Es extraño porque ese día ha sido un día importante en mi vida y no me he dado cuenta hasta estos días en que me he obligado a mí misma a recordar sus palabras porque han resultado ser toda una declaración de intenciones. Si se hubiera producido en la etapa en la que ahora me encuentro, no tendría la sensación de cobardía que me reconcome por no haber reunido el valor suficiente para contestarle. En esos momentos aún no estaba preparada para sus palabras, y supongo que por eso no las recuerdo con claridad.
Sé que me dijo que me echaba de menos. Oh si. Eso si lo recuerdo: “Hecho de menos cuando estabas conmigo de pequeña, lo pasábamos bien” Aún le oigo con esa voz grave y profunda. Durante estos últimos años es prácticamente lo único que no he olvidado de aquella tarde, eso y el martillo que él utilizó conmigo de niña. Pero del resto… Tengo la imagen de la habitación del hospital, la cama de al lado vacía, sobre la que me senté, la luz del día que entraba detrás de mí por la ventana. Sus ojos azules, casi transparentes. Su expectoraciones y el silbido de su respiración. Y frases sueltas. No puedo recordar un hilo de diálogo coherente. Creo que en realidad no le escuchaba. Había ido a verle al salir de trabajar porque era mi padre y estaba ingresado en el hospital. Porque es lo que hacen todas las hijas cuando sus padres están ingresados, visitarles. Pero no recuerdo que hubiera ido con idea de enfrentarme a él o de reclamarle nada. No me hubiera atrevido, le tenía demasiado miedo. Y no tengo ni idea de cómo una tímida conversación acabó desembocando en ese tema. No sé porque él empezó a hablar de mi Madrina y de cuando yo era niña. Tal vez me preguntó por ella, o yo acababa de volver de visitar a sus hermanas, no lo sé.
Sé que empezó diciendo algo de lo mal que se habían portado mis Padrinos, que le habían traicionado prometiéndole cosas que no habían cumplido. Que intentó apelar al Defensor del Pueblo, incluso mencionó algo sobre una “conspiración” contra él, pero no recuerdo a que se refería exactamente. No recuerdo el contexto de la conversación, no sé que es lo que le dije, pero después hubo un momento en que creo que se quiso “justificar” porque empezó a hablar de lo bien que mi Madrina me había educado, que él era un poco burro porque no tenía estudios, que tal vez intentó enseñarme y no sabía hacerlo… no recuerdo bien sus palabras, pero si el sentido que quería darle. Como si él no supiera si debía haberme mostrado ciertas cosas…
Me dijo que yo estaba muy guapa, que me arreglaba muy bien. Que se sentía muy orgulloso de haber dejado que me educara mi Madrina porque incluso me parecía a ella en la forma de hablar y comportarme. Recuerdo que le dije que no, que yo era normal, y me contestó que no era cierto, que no tenía mas que ver cómo era mi hermana. Que ella me tenía envidia. Que siempre la había tenido. Algo que persistentemente ha mantenido. Y que además ella estaba loca. Creo que así fue como me lo expresó. Me dijo que yo siempre fui mas agraciada que mi hermana, y que le gustaba mas. También me dijo que no podía evitar recordar cómo era yo de niña cuando hablábamos en su habitación, que me echaba de menos. Me dijo que le daba pena, porque sabía que a mi madre no le gustaba que yo no estuviera en casa, pero me enviaba con mis Padrinos a estudiar porque no me podía negar nada. Que él ya sabía que yo prefería estar con ellos y lo permitía para hacer de mí toda una señorita. Incluso en un momento dado, dijo algo a cerca de mi madre, que era una desequilibrada que nunca supo cuidar de sus hijos.
Y yo me quedé callada, no reaccioné, me quedé ahí como un pasmarote… como si no lo hubiese entendido. Lo único que se impone con claridad es la imagen de mi infancia, de la ventana del baño de mi casa cuando yo era niña y a él alargando la mano para coger el martillo… ¿Cómo es posible que no me diera cuenta de que me estaba hablando de los abusos, cuando fue ese precisamente el recuerdo que me evocó la conversación?
Es duro ponerse en la piel de mi abusador. Es duro pensar cómo hubiera sido una conversación con mi padre si hubiera tenido el valor de enfrentarlo. Él creía que a mi me gustaba, porque me dijo que lo echaba de menos y yo era la que iba con él. Creía que me estaba educando, o al menos esa es la escusa que utilizó durante esa etapa de los abusos. Del resto de las situaciones abusivas… supongo que me hubiera dicho que sólo me demostraba cariño, que no hacía nada malo. Y que habrían sido los demás los que malinterpretaron sus actos. Porque mi hermana me tenía envidia y además tanto ella como mi madre no estaban bien de la cabeza.
Y me he preguntado muchas veces si cuando era niña él me engañaba con esos momentos que era agradable conmigo o lo hacía por “instinto”, si abusó de mí conscientemente o ni siquiera sabía que lo que hacía estaba mal. No sé si realmente las últimas palabras que me dijo en vida eran sinceras o intentaba mantener el engaño, tal vez porque temiera que yo dijera algo. No lo sé, o no lo he sabido hasta ahora. Porque actualmente estoy convencida que son excusas que él mismo creó para auto engañarse y engañar a los demás. Y lo mas triste es que probablemente murió convencido de ello.
Pero no quiero darle mas vueltas, no quiero pensar mas, no merece la pena seguir indagando porque ya conozco lo mas importante. Puedo ahorrarme los detalles de sus pensamientos. Pensamientos que me dicen que sólo vio en mí a un juguete de buena factura. Si me hubiese enfrentado a él, es posible que hubiera escuchado una versión muy similar a la de entonces, edulcorada con algún argumento a modo de disculpa, como que se malinterpretaron sus gestos de cariño en ocasiones o no supo estar a la altura. Cantos de sirena para esquivar su responsabilidad. Creo que si le hubiese enfrentado ahora mismo, hubiera terminado por cerrar la conversación con cuatro palabras: YO NO TE PERDONO.
“Nunca escuches el cascabel de una víbora”
Una superviviente.
Némesis el 29.9.12
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