viernes, 9 de noviembre de 2012

Fin del abuso sexual infantil: lucha de gigantes.

¿Cuál es la relación entre el respeto a la mujer y la igualdad de género con el abuso sexual infantil?
¿Cuál es la relación entre las sociedades de dominación masculina y el maltrato infantil?

El maltrato y el abuso sexual infantil no es una cuestión de trastorno mental. No tiene su origen en el abuso de alcohol y otras drogas. Tiene su origen en un cúmulo de principios y creencias. Es un acto volitivo.

El abusador elige abusar. No es una falta de control. Las excusas: “No me pude controlar”. “Mis impulsos son muy fuertes”. “Me falta voluntad”. “Estaba tomado”. “Estaba bajo el influjo de la droga”. “Tengo una enfermedad mental”. Son sólo eso, excusas. Las drogas, el alcohol, las enfermedades mentales, no causan el abuso, aunque muy probablemente lo empeoran. Sólo en un porcentaje bajísimo de casos podría encontrarse que la causa fue una enfermedad mental, pero en la gran mayoría, se trata de una decisión personal: “Abuso porque tengo derecho”.

Si bien es cierto que hay mujeres que abusan, el porcentaje mayoritario de los agresores son hombres. Detrás del abuso subyace la idea a veces implícita, a veces totalmente explícita de “tengo derecho porque soy hombre”. Algunos especialistas explican que las mujeres que abusan sexualmente de niños o adolescentes generalmente fueron abusadas y lo hacen en forma de desquite y ellas son un porcentaje mínimo de las víctimas. La gran mayoría, como víctimas, desarrollan una fuerte empatía por otras víctimas y por otras personas vulnerables como niños y niñas y desean protegerlos para evitar el dolor inmenso que el abuso causa y que ellas conocen de sobra. Lo mismo ocurre con un gran porcentaje de hombres víctimas de abuso sexual y físico en la infancia. Sin embargo, en gran porcentaje, los hombres que abusan no fueron víctimas nunca y aunque algunos sí lo fueron, esa no es la razón de que ahora ellos sean los agresores. Sino la idea arraigada de que “el hombre es superior a mujeres y niños y por tanto es su dueño, dueño de sus destinos, dueño de sus vidas y por tanto, puede usarlos y en última instancia matarlos porque simplemente le pertenecen”.


Un ejemplo muy simplista sería: si yo poseo un auto lo cuido, lo mantengo limpio y encerado, lo equipo con lo más novedoso de la tecnología, no permito que nadie lo toque y mucho menos que nadie lo maneje porque es mío y porque no quiero que lo ensucien, que lo maltraten, que lo rayen. No quiero que nadie me lo robe, es mío, es mi posesión y también puede ser que como mi posesión, decido no cuidarlo, darle algunos golpes de vez en cuanto, no darle mantenimiento, no cambiarle aceite, correrlo a toda velocidad e incluso chocarlo al grado de dejarlo completamente inservible. O venderlo para cambiar por uno que ahora me parece mejor.
De la misma manera, la cultura de dominación masculina implica que el hombre es dueño de las mujeres y de los hijos de estas mujeres, sean o no sus propios hijos. Y de la misma manera, el hombre puede decidir tratarlos muy bien y darles una buena vida porque son suyos. Como puede ser que quiera tratarlos mal y abusar de ellos porque son suyos. Este hombre que maltrata cree que tiene derecho a mandar sobre sus vidas y no siente ninguna empatía con ellos, no le importa si sufren, si sienten dolor, si se sienten humillados, nada de eso importa. Este hombre no lo ve porque para él lo único que importa son sus propias necesidades, sus propios sentimientos y ellos son objetos que deben servir para satisfacer sus necesidades. Abusa por igual de la mujer que de los niños y niñas pero al mismo tiempo da mensajes a su hijo para que éste sepa que ese será su derecho cuando crezca y tenga su propio rebaño de mujeres y niños. Así, este hijo varón podrá crecer para comportarse de la misma manera que vio comportarse al padre. Aunque existen algunos hombres, generalmente los que logran mantener una relación fuerte con la madre durante los años del abuso, que deciden romper el ciclo de violencia.


Para muchos hombres es difícil terminar con este virus que se transmite de generación en generación. Pues crecen creyendo que tienen ese derecho de poseer mujeres y niños. Siguiendo con el ejemplo simplista: este hombre cree que el auto es suyo y que puede hacer lo que quiera con él y no quiere aceptar el hecho de que ese auto no es suyo. Esa idea lo hacer sentir frustrado y responde con mayor encono en su intento de poseer el auto.
Ese sistema de creencias, de (dis)valores, son la semilla de la violencia doméstica, del maltrato a la mujer y el maltrato infantil que encierran una amplia gama de conductas que en algunos casos pueden mantenerse siempre en niveles de violencia de bajo perfil o que pueden alcanzar su punto más alto en el homicidio. Pero el fenómeno que significan es el mismo. El desprecio por lo femenino.


Es importante identificar estas conductas destructivas que muchas veces son socialmente aceptables como: “Sírvele a tu papá”. “Mi esposo no me deja trabajar”. “Él es el hombre y por tanto él es mi líder”. “Él es muy bueno conmigo, me trata muy bien, por eso yo lo sigo y lo obedezco”. Ésta es la raíz de la violencia doméstica y reitero, en muchas familias no existe violencia pero subyace la creencia de que la mujer es subordinada del hombre y los hijos deben obediencia ciega al padre en primer lugar. En una familia así puede haber armonía y respeto pero no se tolera la insubordinación, la diferencia de opiniones. Las relaciones familiares entre los miembros pueden ser de alta calidad mientras que nadie quiera hacer algo a lo que el jerarca se oponga o se hará acreedor a un acto disciplinario que, una vez más, no se trata de violencia explícita pero sí de falta de respeto a las ideas, a las opiniones, al libre albedrío del hijo, la hija o la madre. Y aquí no hablamos de una falta de disciplina de un menor que no quiere ir a la escuela o que no quiere comer las espinacas o que habla con la boca llena; sino de expresiones libres y propias del ser humano como la esposa que quiere buscar un empleo, o que quiere abrir una cuenta bancaria a su nombre, o el hijo que quiere estudiar derecho, o la hija que anuncia que es homosexual.  
No permitir que un ser humano domine e imponga su voluntad sobre otro ser humano es el camino para acabar con el maltrato infantil y el abuso sexual infantil. Cuando permitimos y vemos como natural que un hombre actúe como dueño y señor de su familia estamos dejando la puerta abierta para mancillar el alma y destruir el espíritu. Y estoy segura, que a este punto, muchos de los lectores se sienten incómodos con las ideas que expreso porque vivimos en sociedades de dominación masculina y hasta aquellos que más ardientemente acusan el maltrato infantil se rehúsan a renunciar a ciertos beneficios que esta dominación masculina trae consigo.

¿Cuál es la contraparte? La cooperación, la participación por igual de hombres y mujeres. No la condescendencia, no la tolerancia, sino la integración igualitaria. Ambos géneros aportamos por igual. ¿Qué aportamos? Lo que cada quien tenga que aportar y que no está previamente determinado por el género. Las diferencias biológicas son universales; pero las diferencias culturales, sociales, esas son aprendidas, impuestas, esas son modificables y cada quien debería de ser libre de construirse a sí mismo independientemente de su género sin que esto mengue el respeto que se merece y por supuesto, sin atentar contra el ser del otro, sea mujer, sea hombre, sea niño, sea niña.


La violencia doméstica, aun la más extrema, puede ser invisible para los observadores externos. El abuso no se dice, no se habla, no se denuncia. El abuso se calla, se esconde, se sufre en silencio. Afuera él agresor sonríe, manipula, juega el juego de lo opuesto, crea un escenario donde al abuso no tiene cabida y además de crearse una imagen de bueno, de confiable, de simpático, de generoso, de trabajador, de honesto… crea una imagen negativa de “su mujer” que nada le parece, que nada la complace, que se queja de todo, que está loca. Los niños y las niñas generalmente gozan de atenciones y privilegios cuando están a la vista de otros. Y mientras tanto, la madre está aislada, controlada, amenazada (ella o sus propios hijos), deprimida, su espíritu está cada vez más debilitado, sus sentidos están siempre alterados por la hipervigilancia que se genera a causa del maltrato, posiblemente privada del sueño; la comunicación entre madre e hijos, rota; entre hermanos, rota; las culpas van de unos a otros sin detenerse jamás en el culpable porque manipula y miente todo el tiempo para mantener la atención lejos de él y la tensión en la familia siempre al límite.


La sociedad no ve la violencia, no ve el maltrato. Muchas veces ven lo que el abusador quiere que vean. Y algunas veces cuando, los más cercanos, ven la punta del Iceberg la culpan a ella por no dejar la relación, por no proteger a sus hijos pero no entienden por qué ella no se va. Las mujeres se quedan por muchas razones y no son las razones simplistas de “es co-dependiente”, “le gusta la mala vida”, “es masoquista”, “prefiere a su hombre”, “no le importan sus hijos”. Son las amenazas contra ella y contra los hijos. Por la falta de apoyo real fuera de su hogar. Porque desde el primer día el abusador se ha encargado de aislarla de familia y amigos y ella no tiene a nadie a quien acudir. Porque él controla todo el dinero; incluso cuando ella trabaja, él controla el sueldo de ella, y en muchos casos ella no trabaja porque él no la deja y éste no la deja va mucho más lejos de “dar o negar permiso” sino de todas las estrategias de sabotaje para que ella simplemente no pueda trabajar. Ella no tiene una cuenta de banco, no tiene dinero ahorrado, no tiene teléfono, coche, amigos, a veces ni familia; casi no come y casi no duerme; ella sola tiene que cuidar de los niños. Tiene miedo a perder la custodia de sus hijos porque él puede contratar a un mejor abogado y ésta es una de las amenazas más frecuentes. Ha perdido la autoridad frente a los hijos por la manipulación de él y por la violencia misma. El síndrome de Esto-colmo que ocurre cuando sólo hay una persona que cura las heridas físicas y emocionales de la víctima y esa única persona es el mismo agresor. El miedo. El secuestro literal que ocurre en algunos casos. La lista de razones de por qué se queda la mujer podría seguir.


El riesgo no se acaba con la separación. Cuando ella por fin lo ha dejado, incluso cuando él la ha dejado. El abuso no se acaba. Algunas veces empeora. La mitad de las mujeres que mueren a manos de su pareja son asesinadas al momento de dejarlo o en los siguientes dos años después de la separación. Los niños y niñas ahora están expuestos al abusador sin que su madre esté ahí para protegerlos pues la custodia compartida y las visitas parentales se lo impiden. Si ella trata de alertar a las autoridades de los riesgos para sus hijos se le acusa de alienación parental. Una de las maneras más comunes de venganza contra la mujer que se atrevió a dejar al abusador, es abusar sexualmente de los hijos e hijas. Otra, es poner a los hijos contra la madre mediante cantidad de mentiras y la victimización del abusador. En muchos casos, se cumple la amenaza de perder la custodia y así ella pierde a los hijos, los hijos pierden la esperanza y el abusador dispone de ellos libremente con la venia de un juez.
Acabar con el abuso sexual infantil significa acabar con la dominación de la mitad de la humanidad sobre la otra mitad: la masculina sobre la femenina. 

C. DIAZ.

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