sábado, 29 de junio de 2013

RECUERDOS


“Querido diario:

Hoy vi amanecer. Me gusto mucho. Despues fuimos al super a conprar y me conpraron un gato que canbia de color cuando hace frio…”

Mis escritos siempre han sido caóticos. Esta fue una de las muchas veces que empecé un diario -uno de esos que se vendían en las papelerías por poco dinero, tamaño media cuartilla, tapas rojas y un candadito de plástico dorado- con intención de escribir metódicamente todas las noches, y que siempre abandoné. Tengo siete hojas escritas, el resto está en blanco. No me gustaba porque sus hojas no tenían líneas ni cuadrícula como en mis libretas. Y yo era muy torpe en la escritura, torcía los renglones si no tenía una guía sobre la que apoyar las letras y no era capaz de mantener unos márgenes adecuados. El título -Querido diario- para cada “entrada”, que completé con el nombre del pueblo con mar en el que veraneaba y su fecha, lo puse porque así me lo recomendó alguien, no recuerdo quién. Pero tampoco he mantenido esa tradición. 

Recuerdo esa mañana. Tenía nueve años y fue la primera vez que vi amanecer. Me levanté de madrugada con la esperanza de ver salir el sol. Llevaba varios días intentándolo y aquella mañana lo conseguí. Recuerdo que busqué mi bañador entre las camisetas del Pato Donald y las libretas del colegio que siempre venían conmigo para no olvidar que ese año también había suspendido. Tal vez eso era la única conexión con la vida real que traía conmigo al paraíso. Me senté en la terraza y miré el faro con su cadencia de destellos. El sol saldría por lo que sabía ligeramente a la izquierda del faro y me di cuenta que el cielo, no sólo en esa zona sino en toda la franja de la bóveda celeste que tocaba el mar, ya estaba claro. La línea del horizonte trazaba dos colores altamente diferenciados: una luz rojiza que descansaba sobre la oscuridad del mar. 

No sólo me gustó mucho. Fue extraordinario. Tan sublime que no tengo palabras para describirlo a pesar de verlo en mi mente con total claridad. Lo mas que puedo hacer es remitiros a la imagen que veis en el fondo de este blog, que está oscurecida pero refleja precisamente los momentos iniciales del amanecer, aunque mí evocación mental es mucho mas impactante. He visto el sol naciente muchas veces desde entonces, pero ninguno ha igualado a aquel que de niña presencié por primera vez. 

Recuerdo el gato. Me lo compró una de mis Madrinas “menores” cuando la acompañé a la tienda. Era de cerámica, pero su tacto era áspero porque su lomo estaba cubierto por una especie de pintura roja que se volvía azul cuando bajaba la temperatura. Mi Madrina lo guardó un rato en la nevera para poder admirar el cambio. Me pareció algo mágico.

Todas estas imágenes acuden a mi mente en tropel con sólo ver las tapas de ese librito. Son simplemente palabras escritas en un diario de hojas ya amarillentas, pero que me evocan innumerables recuerdos. Era mi primer diario propiamente dicho. La primera vez que me proponía ordenar mi mente en un libro de hojas en blanco como había leído en algún sitio que hacían las jovencitas. Pero no era el primer texto que ha reflejado mis pensamientos. He conservado alguna libreta del colegio, muy anterior a esas fechas, en la que mezclo ejercicios de matemáticas con textos en los márgenes. Otras han sido utilizadas exclusivamente para escribir cuentos secretos en los que sin darme cuenta empezaba utilizando la tercera persona del singular, para terminar el relato en primera persona expresando un detalle de mi vida real. Cuando me casé tiré la mayoría de esas libretas, pero aún conservo en mi memoria la imagen de palabras escritas con letra temblorosa y millones de tachones que traen momentos no tan tiernos. 

“Me quiero morir. Hoy me cerre en el baño a oler el alcol” Curioso recuerdo el de esa oración. Mi padre bebía mucho, y oí a alguien decirle que si seguía bebiendo alcohol se iba a morir. Así que una tarde que estaba en el cuarto de baño vi el frasco del líquido desinfectante con el que mi madre nos curaba las heridas y me vino a la mente esa frase. Mi primera intención era beberme todo el bote de un trago. Ni siquiera lo iba a probar previamente porque si no me gustaba su sabor seguramente no me atrevería a hacerlo. En su lugar me llegó su aroma (aún no había descubierto que podía anular mi sentido del olfato) y su olor me atrapó como años mas tarde me atraparían la coca o las anfetas. A partir de ese día me he pasado horas encerrada en un baño simplemente sentada en la taza del váter con el frasco abierto pegado a mi nariz. De hecho, el alcohol es de los poquísimos productos de fuerte olor que mi mente no ha olvidado ni bloqueado nunca. Sólo ahora soy consciente del estado de embriaguez en el que vivía en muchas ocasiones con menos de diez años de edad.

En estos días he recordado otro diario que tuve ya en mi adolescencia. Lo empecé cuando cesaron los abusos, en la casa de mi Madrina. Apenas recuerdo su contenido, creo recordar haber hecho una leve referencia a la situación política del país, con el fallido golpe de estado del 23-F y la tarde de nervios y llamadas telefónicas que se sucedieron a lo largo de ese día. Pero poco mas. Es el único diario que descubrió mi Madrina algunos años mas tarde y sin duda en él encontró pensamientos íntimos que no le gustaron, porque recuerdo la regañina que me echó ella al leerlo. Me acusó de escribir tonterías que no llevaban a ningún sitio. Me dio tanta rabia que lo hubiera leido que lo quemé aquella misma noche provocando un pequeño incendio en la cocina. Creo que en esa época se había iniciado nuestra pequeña guerra civil por mi mal comportamiento.

A partir de aquel día empecé a escribir relatos cortos de ficción. No conservo ninguno. Siempre me parecieron vacíos de contenido y mal expresados. Las historias de mi cabeza siempre han sido mucho mas espectaculares que lo que he conseguido sacar en tinta. Tan sólo conservé durante algún tiempo uno de esos relatos. Y terminó en la basura cuando tuve la estúpida idea de compartirlo con mi hermana cuando volví con mis padres a los veinte años.

Ella siempre ha escrito relatos de ficción. De niña se inventaba cuentos fantásticos que me enganchaban hasta el final. Y cuando ambas éramos adultas se me ocurrió compartir con ella aquel escrito para que me diera su opinión. Relataba una violación. La agresión sexual de una joven a manos del chico que le gustaba. “Se nota que nunca te han violado. Yo sé lo que es eso”. Fueron sus palabras textuales, que volvieron a mi memoria cuando el año pasado me aseguró que los abusos de mi padre a ella no habían pasado de escuetos tocamientos y los míos simplemente no existieron. No sé a ciencia cierta si mi padre fue su agresor (mi hermano me aseguró que sí) pero me demuestra que aún hoy vive en la negación de los abusos y que ya entonces todo lo que tocase el tema estrella familiar, aunque fuera de refilón, no era bien recibido, y denotaba una falta de empatía total por su parte. 

La otra libreta que conservo, es donde confieso mis temores durante mi embarazo, y las tres barbaridades que yo estaba dispuesta a cometer si mi bebé era una niña que pasara una infancia similar a la mía: matar a su abusador, matarla a ella (para que no pasara el tormento que yo he pasado) y matarme yo. A partir de ahí, la mayoría son recuerdos inconexos de los abusos. Creo que de alguna manera estaba intentando poner orden el bombardeo de imágenes de mi infancia que se acumulaban en mi cabeza desde hacía años. La mayoría de los recuerdos de este blog proceden de esa libreta. 

Son simplemente palabras escritas o escuchadas, a veces inocentes, rescatadas de la memoria para evocar sentimientos de toda condición, y que a veces sin querer tienen una carga de profundidad brutal. Como cuando las recuerdo de mis Padrinos, acompañadas de imágenes del pasillo de casa y oírles comentar “Si, la niña ha vuelto a suspender las notas del colegio” y luego dirigirse a mí bromeando, como quitando importancia: “Te vamos a llamar la mujer de Atila, el rey de los Hunos”, porque la calificación que mas destacaba en mi boletín de notas era el uno sobre diez. Un juego de palabras al que en esos momentos no le veía ninguna gracia porque entonces no tenía sentido para mí. Y lo cierto es que sigo sin verle la gracia a pesar de entender por fin el chiste. Sé que lo decían con buena intención, para que yo no me agobiara por suspender y me hundiera mas pero ahora me doy cuenta de lo inapropiadas que a veces eran sus actitudes, causadas por el desconocimiento. 

Cuando había movidas en casa, cuando había revuelo por la interacción con mis padres, siempre trataban de aislarme de aquellos jaleos, procurando que yo me centrase únicamente en mis estudios: ”Olvídate de todo lo demás. No pienses en tus padres, ni en si estás con nosotros o con ellos, ni nada. Tú estudia y olvídate de todo” Como si fuera tan fácil ser normal y buena estudiante cuando lo único que ves en ti misma es a una perdedora. Es cierto que de niña no pensaba en los abusos como un lastre, como algo consciente. Todas las escenas con mi padre volvieron a mi mente con dieciséis o diecisiete años como auténticos viajes al pasado, con ataques de pánico incluidos, pero con nueve o diez años yo ya no me sentía normal. Yo era una inepta de la que toda la clase se burlaba, que no sabía leer en alto porque se le trababa la lengua y todavía sumaba con los dedos.

En casa de mis padres la situación no era mejor. Al contrario, no recuerdo palabras de ánimo por parte de nadie, no recuerdo reconocimiento ni ayuda, solo amenazas: “Verás cuando venga tu padre y se entere”. Recuerdo estar en la mesa de la cocina memorizando algún texto y al levantar la cabeza para retener lo leído repitiéndolo en mi mente con los ojos cerrados, recibir una colleja de mi hermana con su grito correspondiente: “¡Estudia!”. 

Y tapar el maltrato y los abusos con expresiones del tipo “no digas nada, no le enfades mas”. Como cuando escuché a mi madre mientras me curaba un moratón en mi ojo provocado por mi padre decir: “te quedarás unos días en casa. Cuando vuelvas a la escuela, dices que tenias fiebre, así nadie verá lo fea que estas.” Era otra época, cuando el maltrato en el hogar era algo asumido por la sociedad como inevitable, cuando la expresión “Los trapos sucios se lavan en casa” estaba a la orden del día. 

Otras veces eran palabras malinterpretadas por mí o no recuerdo bien qué es lo que las provocó, como cuando mi Madrina me dijo que yo era igual que mi padre. Oír sus palabras en mi cabeza aún me produce dolor. 

Palabras y mas palabras. Miles de recuerdos sonoros que fluyen en mi cabeza como grillos en el jardín, a los que intentas cazar guiándote por su sonido sólo para descubrir que suena justo en el lugar que has abandonado. Simplemente palabras que han dejado su huella en mí, como cicatrices escondidas tras las grandes heridas de mi infancia, y que ahora que estoy sanando salen a la luz como las flores dibujadas de aquel papel pintado original que aparece tras capas y capas de pintura añadida con los años. 

Y lo cierto es que no sé si fue el hecho de plasmarlo en papel, o que la edad te recoloca las cosas, pero desde que lo escribí mas ordenado, intentando poner fechas aproximadas, uniendo recuerdos que creo que pertenecen al mismo día, buscando referencias… esos recuerdos se han hecho mas reales y no han desaparecido de nuevo en el subconsciente. 

Un amigo decía que hay tres cosas que no podemos controlar: lo que soñamos, a quién queremos y lo que recordamos. Es curioso cómo funciona la mente en el tema de los recuerdos en los ASI, sobre todo cuando han sido “escondidos” por el trauma, y nadie quiere colaborar para completar esas lagunas que tenemos. Cosas que estamos seguras que ocurrieron al detalle que se mezclan con sonidos, sensaciones, imágenes difusas que siempre hemos pensado que son ensoñaciones o algo así, y que un día de repente les damos carta de naturaleza y empezamos a pensar que esas cosas "raras" pueden ser tan reales como lo que ya recordamos bien. 

Porque en trece años ha habido muchos mas abusos de los que yo recordaba. Y ahora, haciendo un repaso de esos recuerdos -desde hace un año apenas hay uno o dos recuerdos nuevos, sólo se "amplían" los viejos- me he dado cuenta que "saber", recordar con fijeza, sólo hubo siempre cuatro o cinco escenas de abusos que nunca he olvidado, entre ellas la que creo que es la primera violación de mi padre. El resto han ido y venido por mi cabeza por temporadas, como cometas estelares. Venía el recuerdo y yo pensaba "Ah, si, eso también me ocurrió" y volvía a olvidarlo por otra larga temporada. Siempre ha sido así durante toda mi vida. Y sólo ahora es cuando han aparecido los recuerdos del vecino y mi hermano. Eso jamás lo recordé hasta ahora.

Me pasó con el recuerdo de mi vecino. Lo recordé por primera vez hace tres años, pero ahora ya sé porque siempre pensé que era un recuerdo con mi padre: Mi vecino abusó de mi cuando yo era muy pequeña (yo de pie le llegaba a la altura de su pene) y lo debí de olvidar. Y con trece años, cuando mi padre empezó a obligarme a hacerle felaciones y me empezó a practicar cunnilingus con asiduidad, recordé a mi vecino y me dije “esto se lo hice a otro señor”. Y con los años lo volví a olvidar, pero el haberle recordado con trece años me hizo "fundir" ambos recuerdos, por la similitud de los gestos, y por eso siempre que recordaba lo de mi vecino yo pensaba que era mas mayor y con mi padre. 

Así es como he recordado muchas veces, aunque no siempre es de esa forma. Varios recuerdos han vuelto a mí en sueños y pesadillas. Y en alguna ocasión (las menos) han sido de repente, sin previo aviso, he visto algo, he olido algo, he escuchado algo y ¡Bumm! toda la escena de golpe y porrazo, como venida de la nada. Y me ha metido unos sustos enormes. 

El blog ha supuesto para mí toda una terapia no sólo para comprender hechos y acontecimientos. Ha sido sobre todo una base sobre la que apoyar razonamientos nuevos que me han ayudado a afianzar nuevas posiciones. Entender que los abusos no fueron responsabilidad mía, ni siquiera imprudencia por mi parte. Y recordar. Utilizar mi blog como mesa sobre la que extender las piezas del puzzle de diez mil piezas y empezar a armarlo con paciencia por áreas, algunas compuestas sólo por dos o tres piezas al principio, otras que me hacían ver mas o menos el dibujo que se esconde. 

Lo cierto es que a veces me siento como si por primera vez estuviera realmente saliendo de la tormenta cuando completo un área de ese puzzle. Una tormenta con algunos claros y descansos en los que he podido reponer fuerzas para seguir en la lucha. Pero ahora me puedo permitir el lujo de admirar el paisaje alrededor además de tomar un descanso. Ahora, como en aquel primer amanecer, puedo dormir al calor de aquellos primeros rayos de sol que me bañaron por primera vez.


"Somos lo que recordamos". 
Norberto Bobbio. (1919 – 2004) Jurista, politólogo y filósofo italiano.



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