lunes, 21 de mayo de 2012

MÁSCARAS DE ARLEQUÍN


Durante estos últimos años he leído muchas historias de abusos, muchas. Unas más explícitas, otras tan solo dibujaban su forma, su silueta, pero todas las historias reflejan miedo, silencio, dolor, vergüenza, culpa… y resignación. Resignación ante una situación insostenible la mayoría de las veces, pero que de alguna manera hemos conseguido mantener en equilibrio. Manteniendo la equidistancia entre la abominación del abusador y nuestra cordura, con titánico esfuerzo por nuestra parte en muchas ocasiones. 

En situaciones límite el hombre es capaz de soportar todo tipo de vejaciones. Hay millones de ejemplos en la prensa diaria. Abusos de poder, dictaduras, atentados, guerras, genocidios, catástrofes naturales… los que lo ven desde fuera siempre piensan que ellos no lo soportarían. 

Yo no puedo ni imaginar cómo hubiera sido convivir de manera habitual con dos o tres abusadores, como es el caso de alguna superviviente que siempre ha sido consciente de ello, haber sido prostituida desde mi infancia o haber vivido con mi padre criando hijos-nietos para él. He conocido historias desgarradoras, de niñas introducidas a la fuerza en coches de extraños, abordadas en un ascensor o amenazadas en un parque infantil a punta de navaja. He leído relatos espantosos como el de una víctima a la que su madre le sujetaba la cabeza mientras su padre la penetraba porque “el no tiene bastante conmigo, compréndelo”. Creo que de haber vivido esas situaciones me hubiese vuelto loca o me hubiese suicidado… o tal vez no. Nunca conocemos nuestros límites hasta que no los rozamos y la capacidad de aguante de nuestra psique es enorme. 

Cuando los que desconocen la realidad de los abusos leen mi blog se sorprenden. Muchos se han dirigido a mí diciéndome que ellos no hubieran soportado pasar por lo que yo pasé. Incluso alguna víctima me lo han dicho. Entre los supervivientes es un denominador común. Tendemos a minimizar nuestras historias personales quitándoles importancia, mientras nos horrorizamos al conocer las de otros supervivientes. Y una vez pasada la tormenta, cuando el sol vuelve a brillar, no nos parece que sea para tanto, siempre y cuando no volvamos la vista atrás y veamos los destrozos que el tornado ha dejado tras su paso por nuestra vida, si es que queda algo en pié. Supongo que es una forma de asimilar lo que nos ocurrió, uno de nuestros primeros recursos para afrontar lo inafrontable. Restar importancia a los hechos, pensando que otros lo han pasado peor, por lo tanto uno mismo no tiene derecho a quejarse. 

Y eso es un recurso que ahora todavía empleo para sobrevivir. Resto importancia a lo que ocurrió. Cuando volví con mis Padrinos en mi adolescencia, en mis Años Oscuros, revivía los recuerdos y deseaba enterrarlos en el fondo de mi mente. Otras veces dudaba de esos recuerdos, y pensaba que era una loca que sólo imaginaba tortuosas escenas sin ninguna razón aparente. Pero de alguna manera no era consciente de los daños y las consecuencias. Y ya adulta, tras la Hibernación, apenas estoy empezando a reconocer los daños que mi infancia me ha dejado. Pero aún le quito importancia a mi propia historia, aún creo que no fue para tanto. Ya he dicho alguna vez que jamás asocié mi comportamiento en los Años Oscuros ni muchas de mis “rarezas” actuales a los abusos. Es algo que estoy aprendiendo ahora. 

Y me cuesta. Me cuesta mucho verlo. Todavía hay días en que me levanto pensando que yo soy así de rara, que no se trata de secuelas. Y cuando reconozco los daños, entonces pienso en lo afortunada que he sido. Yo tuve a mi Madrina, la mayoría de las víctimas no tuvieron a nadie. Yo tengo a mi marido, muchas víctimas, tras sus abusos infantiles, les ha costado encontrar una pareja estable, o han sufrido, o sufren mas abusos y maltratos por parte de otros. A veces mi Monstruo me recuerda que yo tuve suerte, mucha suerte y que no tengo derecho ni siquiera a contar mi historia. Y me regaño a mi misma porque después de todo no fue para tanto si he conseguido salir adelante. Incluso cuando consigo ver la gravedad de los acontecimientos que ocurrían detrás de la puerta de la calle, en las pocas ocasiones en las que me “conecto” con mi pasado y soy consciente del horror de lo que hizo mi padre, mi Monstruo me pregunta de manera abyecta porqué sigo viva, porqué no me maté cuando ocurrió, o cuando lo recordé. Y paso periodos en los que solo siento la necesidad de pedir perdón por estar viva. 

A veces me preguntan qué hice para aguantar, cómo he mantenido la cordura, cómo es posible que me vean así al conocer mi pasado. No lo sé, realmente no lo sé. En el libro de “El coraje de sanar” se habla de honrar lo que hicimos para sobrevivir. De los recursos que empleamos entonces para aguantar lo que nos hacían y todo lo que conllevaba. Uno de esos recursos para soportar los abusos es, como ya he dicho, restar importancia a lo ocurrido. Otro es olvidarlos. 

La capacidad de olvidar es un estado muy habitual entre las víctimas. Ha sido el recurso primitivo que nuestra mente ha utilizado para soportar los hechos. A veces el lapsus de memoria es total y absoluto, y de repente un día todo vuelve a tu mente dejándote una desesperación impresionante. Porque en ese momento descubres que tienes una vida basada en una mentira. En mi caso esa capacidad para olvidar ha sido relativa. Siempre dije que lo recordaba todo pero llevo dos años en una infernal máquina del tiempo que me devuelve trozos de película cada cierto tiempo. Y está siendo demoledor porque empiezo a comprender que mi mente ha utilizado recursos extremos para protegerme. El día que supe que habían existido otros abusadores, me hundí porque no los he recordado hasta ahora. ¿Por qué lo olvidé? ¿Cómo es posible olvidar algo tan importante de tu pasado, algo que te ha marcado tanto en la vida? ¿Es posible tener una laguna de memoria tan profunda que ni siquiera recuerdes que lo has olvidado? 

Tengo entendido que es causado por la disociación. Hace mucho tiempo, leí en un articulo que explicaba que se trata de una separación de todo lo que concurre en una experiencia (pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos, sentido de la identidad…) que normalmente debería haberse asimilado todo junto. De forma que durante un periodo de tiempo, ciertas informaciones que llegan a la mente no se asocian o integran con otras como sucede en condiciones normales. Automáticamente pensé: eso, eso es lo que yo hacía, disociarme, separarme, como si tirase del cable del enchufe y desconectase. O mejor dicho, cómo si me dividiese, como si me clonara como la mitosis de una célula, pero sin que nadie se diera cuenta.

Lo experimenté por primera vez con los manoseos de mi padre. En cuanto estaba a solas con él, mi mente se apagaba como una vela, y me dejaba llevar como una autómata, una muñeca de trapo que se deja pinchar por las agujas sin quejarse, la marioneta rota del desván. No recuerdo porque lo hacía, pero sé que fijaba mi vista en un punto concreto y empezaba a cantar siempre la misma canción infantil, como si de un mantra se tratara. Era como bajar las persianas a la consciencia, poner paneles en las ventanas, como si fuera una casa preparándose para el huracán. Y cuando terminaba, simplemente me volvía a vestir y hacía como que no había pasado nada. De alguna manera encajaba el hecho y seguía haciendo los deberes, o sacaba un cuento de la estantería, o daba media vuelta y seguía durmiendo, con una sensación de vacío eterno en mi interior que terminó por volverse apatía. Al final del último año ya no sentía nada cuando me quedaba sola. Absolutamente nada. No sentía, no pensaba, no hablaba, no me movía… era como si hubiese entrado en shock. Ahora, cuando intento rememorar los “después” siempre me viene a la mente esas imágenes típicas de película del oeste, el desierto de Sonora o el Death Valley, en el que se ve un plano largo del paisaje seco, desértico, yermo, en el que el viento arrastra un arbusto rodante y casi se puede sentir el calor abrasador del sol… esa era mi mente al quedarme sola de nuevo. Sólo después, en momentos concretos, me sentía mal, pero no porque recordase lo ocurrido en sí, sino por el hecho de sentirme vacía, rota, sin alegría. Recuerdo acurrucarme en mi cama y sentir que quería desaparecer, disolverme como un azucarillo. 

Leí a una víctima que relataba que ella imaginaba un armario en el que guardaba todo lo que le ocurría y cerraba con llave. Me parece una imagen muy gráfica de lo que yo misma hacía. Mi proceso de disociación ha sido tan extraordinario, que ya en los periodos de mi infancia en que estaba con mis padrinos, jamás recordaba los abusos. Ni siquiera cuando hablaba con mi madre por teléfono me venían imágenes o pensamientos, era como si nunca hubiese ocurrido, la separación era absoluta. Incluso cuando preparaba mi maleta para ir a casa de mis padres, me preguntaba cuánto tardaría él en entrar en mi habitación, pero era un pensamiento aséptico, sin temor implícito, como algo que fastidia bastante, pero que no puedes evitar. Creo que por eso nunca se lo conté a mis Padrinos. Creo que hasta ahora no he sido realmente consciente de la gravedad de lo que me hacía. Y a causa de esa disociación he olvidado muchas escenas de esos abusos. 

A medida que pasaban los años, esa desconexión fue tan habitual, acabó siendo tan perfecta, que ahora soy capaz de desafiar a cualquiera a conseguir que me hagan cosquillas. Conozco a la perfección los mecanismos para apagar el interruptor, para no sentir ni reaccionar ante ningún estimulo. Mi fisioterapeuta, que me trata las contracturas musculares, siempre me dice que le encanta trabajar conmigo porque me relajo de manera asombrosa y puede manejar mi cuerpo con total libertad. Hace un par de años me corté con un vaso, tuvieron que ponerme cuatro puntos de sutura en la mano y no podían ponerme anestesia. Ni me enteré. El mecanismo sigue igual de engrasado que el primer día. 

Pero a veces ese mecanismo de desdoblamiento, de desconexión, ha ido más allá. Ahora soy consciente de que tengo periodos de ausencia que duran varios minutos. Lo cierto es que ni siquiera sé cuando me ocurre. Es como si diese saltos temporales: ahora son las ocho, ahora son las ocho y diez, y el aceite esta humeando, o se ha incendiado la sartén. A veces, cuando estoy sola en el trabajo, hablo en voz alta. En alguna ocasión me he sorprendido a mí misma expresando en alto mis pensamientos con gestos incluidos, y supongo que si alguien ha cruzado la puerta del establecimiento en ese momento, me habrá tildado de loca, porque ni yo misma sé el tiempo que duran esos periodos de abstracción. 

Otras veces me divido en dos personas a la vez. Es difícil de explicar, pero cuando hablo con alguien, cuando mantengo una conversación, a veces estoy ensimismada observando sus manos, el dibujo de su camiseta o tengo la cabeza en otro sitio, pensando en lo que ocurrió hace media hora o lo que tengo que hacer mañana, y apenas atiendo a lo que me está diciendo. Escucho sus palabras, asiento, incluso contesto con monosílabos o frases cortas, pero es como si lo escuchara desde lejos, como si lo oyera desde kilómetros de distancia. Y lo mas gracioso es que nadie se da cuenta de ello. Sólo cuando pasan unos días y me recuerdan la conversación, me doy cuenta de no recordar algún detalle que se me comunicó entonces. Soy perfectamente consciente de ello, no es que desconecte, pero es como un actor representando una comedia mientras en su vida personal estuviera intentando superar un problema grave. Su profesionalidad no se pone en duda, ningún asistente a la función diría que ese personaje tan gracioso guarda debajo a una persona preocupada o triste. 

Creo que todo está relacionado con la disociación que empleaba de niña. Restar importancia, olvidar, desconectar o dividirme. Incluso negar que eso me afectó de alguna manera. Pensar que lo que yo hice en mis años oscuros no era producto de los abusos, sino que yo era una mala persona, una inepta, desobediente y estúpida. Yo no era digna de confianza, era temeraria en mis acciones y estaba loca. No asociaba de ninguna manera los abusos con mi comportamiento porque además empecé a olvidar detalles de mi infancia. 

Ahora sé que muchísimas cosas que me ocurrían de niña han desaparecido, a causa de esa disociación, de mi mente consciente para volver sólo en mis pesadillas. Pero lo que ha quedado en el recuerdo consciente, lo que al principio me provocaba imágenes, pensamientos y sensaciones recurrentes, que me hacían un daño insoportable, se ha ido diluyendo, y ha acabado siendo como un dato estadístico, como si no me hubiese ocurrido a mí. Como si solo hubiese sido testigo de los hechos. Muchas veces pienso, hablo y escribo de mis abusos como si contase algo de una amiga a la que le ha ocurrido. 

Es algo que estoy descubriendo ahora. Vivo la mayor parte del tiempo desconectada de mis sentimientos. Sé que hay supervivientes que no soportan ver en el cine o en televisión escenas violentas, sobretodo violaciones a mujeres y daño a niños. A mi no me ha ocurrido casi nunca. Tal vez cuando fui madre, cuando mi hijo era pequeño, tuve una temporada en la que me afectó un poco ver lesiones de cualquier tipo a los niños. Siempre pensé que era por el hecho de ser madre, ahora ya no estoy tan segura. Porque nunca me han perturbado las escenas violentas especialmente, de hecho soy muy aficionada a los thriller y las películas de miedo o de acción con mucha violencia, pero creo que ahora que me estoy “reconectando” empiezo a experimentar mas, a sentir mas. Algunas películas me emocionan, a pesar de conocerlas, y es como si las viese por primera vez. 

Tengo muy claro que en mi matrimonio él es el que da y yo la que recibo. Dicen que hay gente que es feliz solo con dar su cariño. Supongo que mi marido es uno de ellos. Porque yo me siento incapaz de demostrarle apenas nada. Le quiero, o creo que le quiero, pero soy incapaz de demostrárselo. No tengo ni idea de cómo se hace eso. Creo que soy insensible a algunas manifestaciones de afecto. 

De hecho, no me gusta que me toquen. Y menos aún cuando tengo una crisis o estoy enferma. Es cuando menos soporto a nadie. No me gusta que me cuiden, me mimen, me traigan calditos. Quiero que me dejen sola, con mi dolor. Que nadie ose molestarme porque suelo gastar muy mal humor, y después me siento culpable de tratar así a la gente, qué culpa tienen ellos… Supongo que es una reminiscencia del pasado: yo me curaba mis propias heridas. Y ahora no soporto que se refleje mi debilidad, mi fragilidad. Y por lo tanto nunca pido ayuda. 

No me gusta que me regalen nada en mi cumpleaños, o me feliciten por el trabajo bien hecho. Me sorprende mucho cuando alguien lo hace y no sé muy bien como agradecerlo. Y me siento una egoísta egocentrista cuando no reacciono ante esas demostraciones de cariño. 

Es la mejor barrera que he conseguido levantar alrededor de mi para sobrevivir: bloquear sentimientos. Los sentimientos pueden mostrar debilidad, y yo no podía permitirme eso por mas tiempo. Viví mi infancia con un cartel en la frente que decía “ aprovéchate de mí, abusa de mí”. Cada vez que me mostraba sensible, alguien se aprovechaba, y eso tenía que acabar. He creado una coraza alrededor mío. No sé muy bien si para protegerme de los demás, o para evitar que escape yo. Supongo que hablar de mis abusos es también una forma de mostrar sentimientos, por lo tanto siempre he creído más seguro no hacerlo, para no ser vulnerable, y ahora me es muy difícil contar algo sin que el llanto me venza. Me cuesta hablar de viva voz de mis abusos a no ser que desconecte previamente una parte de mí. 

Ahora, cuando le cuento a alguien o tengo las sesiones con mi psicólogo, si me desconecto de mis sentimientos y hablo con frialdad de mis abusos, tengo a mi Monstruo sentado ante mí con un altavoz junto a mi oído que me repite una y otra vez: ¡Mentirosa, traidora, falsa. Todo es producto de tu imaginación, y has conseguido engañar a todos! Creo que es por esa desconexión. De alguna manera mi mente juega al escondite conmigo, y a veces si al recordar no percibo mis sentimientos en ese momento, entonces pienso en que no es cierto. 

Porque el único sentimiento que nunca he conseguido controlar es el dolor del alma, mi propio dolor. Y ante eso mi único recurso es desconectar esos sentimientos. O ocultarlos al mundo. Aún me siento vulnerable si demuestro mi tristeza. Cuando me siento mal me dejo caer en el llanto, pero eso sí, a escondidas. No dejo que nadie me vea llorar. Me encierro en el baño o en mi rincón intelectual, con la música a todo volumen por los auriculares, y me abandono. Me dejo llevar por el dolor, me centro en él, casi me regodeo. Si no se trata de un recuerdo nuevo, suelo estar uno o dos días cerrada con mi Monstruo, dándole de comer, alimentando su ego. Sus efectos pueden durar días pero tras la primera inyección de dolor la insensibilización vuelve y aunque los sentimientos que me infunde pueden durarme varios días, (como culparme por algo que creo haber hecho o verme horrible), después me pongo la careta y soy una gran actriz. Los clientes siempre me agradecen mi amabilidad. A veces creo que me he creado una máscara para mostrar al mundo, que muestra tan solo una parte incompleta de mí, falsa, ocultando la realidad. 

Porque es entonces cuando entra en juego la dualidad. Una dualidad impresionante. Cuando estoy mal soy más sarcástica. Si alguien bromea conmigo sigo la broma, me vuelvo más mordaz si cabe, y me río. Me río a carcajadas mientras me desangro por dentro. Y en el momento en que me quedo sola, descargo todo mi dolor en el llanto. Y cada vez que finjo, cada vez que pongo buena cara, cada vez que disimulo, el dolor se intensifica, profundiza y quiebra mi alma como un cristal. Es como llevar una careta, una máscara veneciana que tuviera cuchillas en su cara interna. 

Nunca hice terapia hasta ahora. Mi mente se ha fortalecido a base de callos, de durezas, de capas creadas con los años para proteger las heridas más vulnerables de mis recuerdos. Mi mente ha entrelazado toda una red de telarañas que he usado para defenderme del mundo y de mí misma. He tejido una malla que se ha ido acoplando a las inclemencias del tiempo, y que aún hoy utilizo como único vínculo con el mundo exterior. Una malla elástica que sigue adaptándose a todo. 



"No te establezcas en una forma, adáptala y construye la tuya propia, y déjala crecer, sé como el agua… El agua puede fluir o puede golpear. Sé agua amigo mío". 
Bruce lee (1940 – 1973) luchador de artes marciales, actor y filósofo estadounidense.  


http://nemesisenelaverno.blogspot.com.es/2012/05/mascaras-de-arlequin.html


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