“En contra de la creencia popular, la mayoría de víctimas de abusos sexuales en la infancia no se convierten en agresoras en la edad adulta. De hecho, aquellas víctimas que sí se han convertido en agresoras, principalmente hombres, presentan otros factores de riesgo, además de la victimación sexual, tales como malos tratos o neglicencia en sus cuidados, cuyo cúmulo los ha llevado a asumir conductas abusivas en la edad adulta”. Con estas palabras resume Ainara Jauregui Sansinenea, licenciada en Derecho por la UPV/EHU (España), su trabajo de fin de grado en Criminología. El trabajo ha sido dirigido por la profesora Gema Varona, investigadora doctora permanente del Instituto Vasco de Criminología de la UPV/EHU, y lleva por título ‘El círculo victimal en la victimación sexual infantil’.
Para realizar su estudio Ainara Jauregui -en base a la criminalidad registrada y sin perjuicio de la victimización oculta- analizó 51 sentencias, principalmente condenatorias, emitidas entre los años 2004 y 2014, tanto por la Audiencia Provincial de Gipuzkoa como por el Juzgado de Menores de San Sebastián, incluyendo en este caso no sólo sentencias sino también expedientes. El trabajo de campo fue completado con entrevistas a dos expertos en el área de los abusos sexuales, un terapeuta y un psicoterapeuta, que ha tratado no solo a víctimas sino también a agresores.
El trabajo constata que en un 38% los abusos sexuales se producen en el seno de la familia y un 35% fuera de la misma, aunque llevados a cabo por conocidos de las víctimas. “Cuando se produce dentro de la familia, en un 40% de los casos que he estudiado, el agresor es el padre biológico y en un 16%, el tío. Sin embargo, cuando ocurre fuera del ámbito familiar, en un 48% el agresor es un amigo de la víctima o de su familia”, subraya Ainara Jauregui. Las víctimas, en su mayoría mujeres (74%), sufren las agresiones sexuales a muy temprana edad, entre los 5 y los 9 años (22%), aunque la gran mayoría de los abusos ocurren entre los 10 y los 14 años (42%). Las víctimas varones a su vez, en su mayoría, en un 22%, sufren las agresiones entre los 10 y los 14 años, y, tiene menor incidencia entre los 5 y los 9 años (7%).
Ainara Jauregui Sansinenea. (Foto: UPV/EHU)
Las secuelas de estos abusos sexuales en la infancia pueden manifestarse a corto y a largo plazo y pueden materializarse de distinta manera en virtud de diversos factores como la naturaleza o duración de los abusos, la edad de la víctima o su vínculo con el agresor. “En la etapa preescolar estas víctimas pueden mostrar, por ejemplo, una conducta sexual inadecuada, sufrir pesadillas, episodios de ansiedad o sufrir un retroceso en el control de los esfínteres. En el periodo escolar, entre los 6 y 11 años, pueden padecer depresión, sentimientos de vergüenza y culpa, mostrar hiperactividad, problemas de conducta o baja autoestima, entre otras consecuencias. En cuanto a la adolescencia, pueden mostrar, por ejemplo, conductas autolesivas, suicidas, antisociales -al participar en actos delictivos, por ejemplo- o de alto riesgo –como prostituirse- pudiendo, en este caso, llegar a sufrir una revictimización”. Sin embargo, resulta imprescindible recalcar que “no existe un único patrón de síntomas, sino que dependerá de una serie de factores que atenuarán o, por el contrario, agravarán las secuelas del suceso en cada caso, por lo que no necesariamente estarán presentes en todas y cada una de las víctimas”.
Sin embargo, existe un gran silencio en torno a la victimización sexual infantil y, en muchos casos las agresiones no son denunciadas. “Uno de los elementos esenciales del abuso sexual infantil es el secretismo –se lleva a cabo en secreto y, demasiadas veces, así suele permanecer-. Por ello, la cifra negra existente en este ámbito es enorme, de tal forma que se da el fenómeno que muchos denominan la punta del iceberg, en el que se tiene constancia de un mínimo de casos, mientras que la gran mayoría son silenciados por miedo o vergüenza, entre otros motivos”.
Este hecho cobra especial gravedad, en palabras de Ainara Jauregui, “si tenemos en cuenta que el abuso sexual infantil constituye un gravísimo problema de salud pública, ya que puede llegar a acarrear consecuencias devastadoras para sus víctimas. Así, si bien es cierto que la gran mayoría supera esta situación, existen víctimas que, por su inferior capacidad para hacer frente a un hecho traumático o por su mayor vulnerabilidad, quedan gravemente dañadas hasta el punto de que algunas de ellas incluso pueden llegar a convertirse ellas mismas en agresoras de menores”. Sin embargo, el trabajo realizado constata que no existe una relación causa y efecto. “Para llevar a cabo la transformación de víctima a agresor deben entrar en juego otros factores de riesgo, no solo la victimación sexual sufrida en la infancia”, subraya. (Fuente: UPV/EHU)