Los abusos sexuales a menores parecen ser un tema tabú aún a día de hoy. Me ha resultado sorprendentemente complicado dar con datos actualizados sobre la incidencia y prevalencia de las víctimas infantiles de abusos sexuales en España. Sin embargo, no por silenciar los hechos desaparece este grave problema.
Finkelhor señala que en 2005 el porcentaje de víctimas infantiles se situaba entre el 78% y el 89% a nivel mundial. En España, según un estudio de Féliz López, en 1994 un 23% de niñas y un 15% de niños menores de 17 años habrían sufrido al menos un caso de abuso sexual, y de éstos un 60% no habría recibido nunca ningún tipo de ayuda.
En cuanto a los estudios de las Naciones Unidas de 2006, éstos afirman que al menos un 7% de las mujeres (dato que puede variar hasta el 36%) y el 3% de los hombres (variando hasta el 29%) confesaron haber sido víctimas de violencia sexual durante su infancia. Según estos estudios, entre el 14% y el 56% del abuso sexual de niñas y hasta el 25% del abuso sexual de niños fue perpetrado por parientes, padrastros o madrastras.
La mayoría de estudios sobre el abuso sexual infantil coinciden en que, en su mayoría, las víctimas son niñas, pero es importante que no nos olvidemos por ello de los niños, pues aunque sólo fuera un varón el que es abusado sexualmente, el problema es exactamente igual de grave.
La sexualidad en niños y niñas es un tema del que no se habla en la sociedad generalmente. Se cree, erróneamente, que los niños ‘no tienen’ sexualidad, sin embargo no es así. La sexualidad en los niños y niñas se expresa mediante la curiosidad y la exploración, siendo normal y sano su interés por su propio cuerpo, por las diferencias anatómicas y por el acto sexual.
Aunque estas conductas son sanas, es cierto que pueden preocupar a los padres cuando son excesivas o van más allá de los límites que los adultos consideramos ‘normales’. Ante la duda de si es un indicador de alguna problemática grave, siempre podemos contactar con un profesional para quedarnos tranquilos.
Ahora bien, si lo que nos da miedo es que nuestro hijo, sobrina, nieta o vecino sea víctima de abusos sexuales, la mejor manera de disminuir la probabilidad es la prevención. Se ha demostrado que la actuación desde los centros educativos es efectiva y logra bajar el número de niños afectados. Aun así, no podemos pasar por alto los recursos tan poderosos que podemos ofrecer desde la familia.
- Mejorar el nivel de conocimiento sobre sexualidad de nuestros niños. ¿Cómo? Hablando con ellos sobre sexo, respondiendo a sus preguntas de forma que lo entiendan según su edad, o también ofreciéndoles la posibilidad de que lean algún libro o vean algún documental sobre el tema pero siempre estando accesibles para resolver sus dudas y, de paso, comprobar que la información es fiable.
- Respetarles cada vez que no quieran expresar afecto. Muchos de nosotros tenemos la costumbre de dar excesiva importancia a las convenciones sociales, como lo es, por ejemplo, dar un beso o dos cuando saludamos a alguien. Esto es algo que aprendemos con el tiempo, y a medida que crecemos lo vamos incluyendo en nuestro repertorio de conductas. Pero, mientras tanto, es recomendable respetar el ‘no’ de nuestros pequeños. Si no quieren dar un beso, no hay por qué obligarles. Si les dejamos ser, ellos solos lo aprenderán y, de paso, crecerán con la sensación de estar siendo valorados y respetados, de tener control sobre ellos mismos, y les estaremos dando un recurso fundamental como es el hecho de saber que si no quieren tener contacto físico con otra persona, no tienen por qué hacerlo ni tienen que sentirse culpables por ello.
- Que los padres/madres (u otros familiares o allegados) vivan su propio amor y sexualidad de una forma positiva. Este punto puede hacerse infinitamente amplio, por lo que habría que ver cada situación en particular pues se trata de un tema complejo. Lo que sí es importante que quede claro es que, sin darnos cuenta, podemos estar transmitiendo miedos y limitaciones con respecto a la sexualidad porque nosotros los padecemos. Resolviéndolos en nosotros mismos estaremos ayudando a nuestros niños, ya que somos sus modelos de conducta.
- Evitar obligarles a la fuerza para que hagan lo que los adultos queremos. Aun no tratándose de comportamientos relacionados con la sexualidad, forzar a los niños ‘porque sí’ o ‘porque yo lo mando’, de forma más o menos violenta, es un factor de riesgo a la hora de que puedan defenderse en situaciones de abuso. Si un niño aprende que a la autoridad hay que obedecerla siempre sin cuestionarse los motivos, lo aprenderá en todos los ámbitos de su vida. Lo más adecuado es explicarles siempre el por qué de las cosas, y si no lo que queremos que haga no es algo de vital importancia, respetar su negativa o utilizar otros recursos como la negociación.
- Respetar la intimidad de nuestros niños y niñas. Gestos como llamar a la puerta antes de entrar en su habitación o en el cuarto de baño (una vez tengan edad de estar ahí solos), vestirlos y desvestirlos con su consentimiento (en la medida de lo posible, pues sabemos lo difícil que resulta hacer esto en medio de nuestro ritmo frenético), etc. Si crecen con el sentimiento de que son dueños de su privacidad les será más fácil defenderla en caso de enfrentarse a una situación de abuso.
- Ayudarles a desarrollar habilidades sociales. Esto significa, entre otras cosas, enseñarles a decir ‘no’ cuando así lo deseen, y la manera más efectiva de que aprendan a decir ‘no’ es respetarles cuando se nieguen a hacer algo (siempre que no sea algo que vaya en contra de su integridad o la de otra persona, claro). Además, con ello estaremos promoviendo la confianza en sí mismos y su autoestima.
- Confiar en sus ‘instintos’. Si nosotros como adultos confiamos en que nuestros niños saben con quiénes se sienten a gusto y con quiénes son, si respetamos su decisión de no querer pasar tiempo con ciertas personas con las que no están cómodos, estaremos ayudándoles a que confíen ellos también en sus propias sensaciones. Esto les ayudará a rechazar y alejarse de situaciones que puedan resultarles dañinas en un futuro.
Éstas son sólo algunas de las actitudes que pueden ayudar a disminuir el riesgo de nuestros pequeños a sufrir abuso sexual o, en general, cualquier otro tipo de abuso por parte de otras personas. En todo el mundo, una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres afirman haber sufrido abusos sexuales en su infancia. Estos niños y niñas tienen mayores probabilidades de verse implicados en otras formas de abuso en su vida futura, de ahí la enorme importancia de poder proporcionarles el mayor número posible de recursos de protección contra estos delitos. Además, educando y dando a nuestros niños las herramientas necesarias para protegerse de estas situaciones, estaremos colaborando igualmente a que tampoco jueguen en un futuro el papel de la persona que agrede sexualmente.
Esperanza G. Harriero
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