viernes, 1 de febrero de 2013

CONJUNTO VACÍO


A veces me gustaría vivir en una burbuja, o ser invisible, o tener una máquina de tele transporte. 

En esos momentos odio salir a la calle. Tarde o temprano me asalta la sensación de que la gente me “ve”. En el momento en que salgo de la seguridad de mi casa, me siento observada, desnuda. Ahora desde mi hogar, gracias a Internet  puedo ver el mundo sin exponerme, sin tener que estar allí. De niña me imaginaba que tenía le poder de detener el tiempo e imaginaba salir al portal y caminar hacia el colegio entre la gente inmovilizada, y además imaginaba disfrutar al no tener prisa por llegar, pasear despacio, observando cada detalle del camino sin miedo a ser descubierta. A la mayoría de la gente le da miedo caminar por lugares apartados, sin tráfico ni movimiento de gente. Sin embargo una calle solitaria es para mí una bendición. 

Cuando era niña, y veía en la tele los dibujos animados o leía cómics  mis personajes favoritos, eran los que podían ser invisibles. O los que tenían el poder de detener el tiempo. Cualquier cosa que sirviera para que yo pudiese salir a la calle sin ser observada por nadie. Era mi mayor aspiración. Viví mis años oscuros en una gran urbe, con metro bajo tierra, y para mí no había mayor felicidad que pasear a solas, más allá de las doce de la noche cuando faltaban pocos minutos para que cerrasen el servicio, por los pasillos kilométricos que cruzaban por debajo de las grandes avenidas de la ciudad. O con el deseo de transitar, como el personaje de Eduardo Noriega o Tom Cruise en “Abre los Ojos”, la película de Amenábar, por en medio de la Gran Vía o la Quinta Avenida sin ruido, sin coches, sin gente. Sin vida. Era casi temeraria. Caminaba a altas horas de la madrugada por lugares solitarios exponiéndome a ser de nuevo la víctima de cualquier despreciable. 

Todo a cambio de estar sola. He estado obsesionada con la soledad, la pedía a gritos. Creo que era porque la compañía de la gente siempre era un riesgo para mí. Salvo cuando estaba con mis Padrinos, a todo el que estuviera conmigo lo veía como un peligro potencial: Mi familia biológica, por la posibilidad real de que me hicieran daño físico o psíquico; mis compañeras y compañeros de estudios, por el riesgo de acoso escolar; y en mis años oscuros, porque cualquiera me utilizaba para su desahogo personal, con violencia, sexo o abuso de poder. Así que me aplicaba aquel dicho de “más vale solo que mal acompañado”. 

Evito los sitios con mucha gente, los grandes acontecimientos deportivos, ir a la playa en plena época estival. Me agobio y no me siento nada cómoda. Alguna vez he tenido ataques de pánico. Recuerdo con horror uno que me dio en unos grandes almacenes cuando estaba embarazada. Por unos instantes creí que el techo se me venía encima. Hoy en día, hay ocasiones en las que desearía ser la dueña de Matrix para detenerlo todo y salir a respirar. 

Pero esa necesidad de soledad también era porque me sentía extraña entre la gente, porque quería desaparecer. No me sentía integrada, no me identificaba con nadie. Recuerdo estudiar que el hombre, el ser humano, siente la necesidad de pertenecer a un grupo, a una sociedad. La familia, donde tiene la primera percepción de conjunto, la comarca de la que procede o en la que vive en la actualidad, el partido político, el equipo de fútbol  la afición por la papiroflexia… incluso nuestra situación laboral y económica, marca de alguna manera con qué tipo de gente nos codeamos. Pertenecemos a uno o varios de esos grupos, y como en la teoría de conjuntos que estudiábamos en matemáticas, éstos suelen estar entrelazados entre sí, formando numerosas intersecciones. Yo me he preguntado muchas veces dónde pertenezco, a qué grupo social correspondo. Porque siempre pensé que me encontraba dentro de un conjunto vacío donde ni siquiera yo misma me contaba como unidad. 

Durante mis años oscuros, uno de los argumentos que esgrimía mi Monstruo para separarme de mis benefactores con los que vivía era cuestionarme que yo no pertenecía al sitio donde estaba ni a la gente que me cuidaba. Ahí radicaban mis dudas. ¿Qué derecho tenía, ahora que era una persona adulta, a aprovecharme de eso? No era mi mundo, no tenía derecho a estar allí, no me lo merecía. Y lo rechacé. Simplemente me fui alejando de ello, negándome todas y cada una de las oportunidades que se me presentaban para mejorar mis estudios, o tener un buen puesto de trabajo. Ni siquiera me plantee la posibilidad de acercarme aunque fuera de forma interesada a gente de buena posición, con los que por otro lado me había educado. 

Cuando regresé a la casa de mis padres, donde mi Monstruo me ubicaba, enseguida volví a tener esa sensación de extrañeza. Por mi educación, tenía grandes diferencias intelectuales con mis hermanos y mis padres. Y ahí mi Monstruo se cebó de manera firme, porque se acrecentó la sensación de que lo que había recibido de niña no era mío. Era como si hubiese estafado a mis Padrinos, como si les hubiera engañado o robado algo. Y mis hermanos tampoco contribuyeron demasiado. Me echaban en cara en numerosas ocasiones que yo quisiera “hacerme la lista”, que intentase humillarlos por mis estudios y mi comportamiento educado. 

Llegó un momento en que me sentí perdida, sin encontrarme a gusto en ninguna de las dos localidades, la de mis padres y la de mis Padrinos, y no me sentía atada afectiva mente a ninguna de las dos familias. Con unos porque no me sentía con derecho a amarlos y con los otros porque yo no los amaba. El caos absoluto. Y llegó un punto en el que me sentía desarraigada de todo y de todos. No pertenecía a ningún sitio. No formaba parte de nada. Me encontraba en una especie de limbo, sola, sin unión con nada. 

A veces aún me siento así. Quiero a mis Padrinos con toda el alma. Para mí son mis hermanos mayores o mis padres. Y mi relación con ellos es de máxima confianza. Existen apodos cariñosos que sólo yo empleo con ellos, y que nadie, ni siquiera sus actuales parejas utiliza. Pero las tonterías que hice en mis años oscuros me distanciaron de alguna manera de mis Padrinos, y aunque sigue habiendo un vínculo muy estrecho, tengo la percepción de que se ha roto algo, y ahora que vivo en mi ciudad natal ya no tengo tanto contacto con ellos como antes y me hace sentir nostalgia de aquella época en que me cuidaban y me trataban como su hermana pequeña. 

De hecho, hay algo con lo que mi Monstruo me hiere especialmente. Cuando hablo con mis Padrinos, muchas veces me dicen que lo olvide, que ahora tengo a mi familia, a mi marido y a mi hijo, que me centre en ellos. Y me duele, siempre me duele, pero no porque me pidan que olvide –ya he asumido que es una recomendación errónea, pero recurrente entre los allegados a las víctimas- me duele porque ellos no se incluyen. No me dicen “ahora tienes a tu marido, a tu hijo… y a nosotros”, nunca se incluyen. Y el hecho de que viven lejos, me hace sentir desplazada, como si ya no tuviera nada que ver con ellos, como si se me dijera, “ya no puedes quererlos, no son tu familia” 

En cambio jamás he sentido esa unión con mi familia biológica. Ni siquiera con mi hermano “gemelo”, el que tiene un año más que yo y con el único que mantengo contacto, experimento ese estrecho lazo de unión que los hermanos de sangre poseen casi siempre. Siento algo, de eso no tengo duda, pero no tengo muy claros mis sentimientos hacia él. 

He tenido la fortuna de entrar en diversos grupos. De experimentar dos formas de vivir y ver el mundo, de entender la pobreza extrema y disfrutar del derroche de toda una fortuna. De conocer a mujeres analfabetas que eran mucho más inteligentes que la “mujer florero” de un magnate de la prensa cuya máxima aspiración era que la invitasen a la boda del Príncipe de Asturias. Y a intelectuales, artistas o deportistas podridos de dinero que se desviven por ayudar en un barrio marginal donde el “capo” local intentaba hacer una estafa con esa fortuna. Y nunca me he sentido “dentro” de ningún sitio. 

Con mi marido sin embargo, jamás he tenido sensación de estar desubicada. Me aceptó desde el principio con mis rarezas y me adapté a él con rapidez. Tiene una carrera universitaria, por lo tanto en ese aspecto yo estoy por debajo, no tengo estudios superiores, pero mi pareja nunca me ha hecho sentirme menos que él. Yo misma si me he sentido imperfecta, pero siempre he sabido que es una percepción subjetiva que mi Monstruo interior me proyecta, no es algo que mi pareja me haya hecho sentir jamás. Conversamos de arte, política o filosofía con cierta frecuencia, dentro de los márgenes de conocimiento que tenemos, y a veces solo tenemos diferencias de opinión. Jamás me ha hecho sentir inferior, ni por estudios, ni por familia. Supongo que es una de las razones por las que estoy con él. Por primera vez empecé a sentirme integrada en un grupo. Un grupo formado en un principio por mi marido y yo. Y que se ha ido ampliando con su familia, con mi hijo, con amigos comunes… 

Pero ahora he encontrado realmente mi sitio. Ahora puedo decir con seguridad que he encontrado mi lugar en el mundo. Porque una de las cosas que descubrí cuando inicié mi rehabilitación activa fue que aprender me ayuda a mejorar, a reconocer mis secuelas y a paliarlas o hacerlas desaparecer. Por decir de alguna manera, mi forma de sanar está siendo aprender. Conocer todo lo relativo a los Abusos Sexuales Infantiles, sus causas, sus secuelas, los procesos mentales que nos llevan a actuar de una manera determinada, e incluso a reconocer cómo actúan los agresores, cómo son sus métodos para envolvernos en su red y hacernos sentir culpables y guardar silencio. 

Y uno de los “efectos secundarios” de aprender, está siendo compartir lo que aprendo. He encontrado hermanos y hermanas que comparten experiencias similares a las mías, a los que tengo oportunidad de mostrar mi experiencia y mi opinión en algún aspecto determinado de nuestras vidas. Unas veces yo veo algo que se les escapa de su recuperación, les puedo dar otro punto de vista que a veces les ayuda, al igual que ellos me están dando constantemente su perspectiva cuando algo me preocupa o no sé manejar. 

En muchas ocasiones, hablar con aquellos que han tenido experiencias como las tuyas, es de una ayuda incomparable. Por eso estoy en el FOROGAM. En los Grupos de Ayuda Mutua, GAM, de lo primero que te das cuenta, es que no estas solo. Que tu experiencia, por desgracia, es mucho mas habitual de lo que el mundo exterior cree. Y cuando por primera vez, cuentas que tu padre te tocaba bajo las sábanas con tu madre al otro lado de la cama, y alguien te responde que a ella también se lo hacían, la liberación es brutal. 

Cuando cuentas que te da mucha vergüenza decir que te da miedo la oscuridad con cuarenta y cinco años, o los objetos puntiagudos, o que te hagan cosquillas, y alguien (alguien, no, cuatro o cinco personas distintas!) te responde que a ellos también les ocurre, o cuando piensas que si dices que has sido una persona muy promiscua, te van a etiquetar de puta y descubres que varios en el foro también lo han sido y que por lo tanto eso también es una secuela, te entran ganas de llorar de emoción porque por fin has encontrado un sitio donde no vas a ser la rara, la extraña, la que en algunas cosas no va a comentar, la que tiene algo que ocultar. 

http://nemesisenelaverno.blogspot.mx/2013/02/conjunto-vacio.html?spref=fb

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Participa con tus contribuciones y comentarios