Ya he contado que soy la pequeña de cuatro hermanos, y que los cuatro hemos sufrido el maltrato y los abusos de mi padre. Mi hermano mayor que me saca doce años, con el que tuve el grave altercado cuando regresé a la casa de mis padres. Mi hermana, ocho años mayor que yo, con problemas muy graves a causa de sus abusos. Y mi “mellizo”.
He omitido de manera inconsciente a este hermano pequeño en el blog. Creo que no ha sido casualidad. Creo que en alguna parte de mi mente, mi monstruo ha jugado conmigo, y me ha dejado estos pensamientos, estos razonamientos escondidos porque me da vergüenza hablar de mi hermano. Porque en la historia de mi relación con él hay cosas de las que aún no puedo hablar. Cosas que todavía queman, cosas que aún emiten radiación. Mis ideas no son claras, pero ya va siendo hora de que se conozca una parte de mi vida y de mis abusos que, quiera o no, me afecta mucho.
Algunas personas me han dicho que mi vida da para escribir un libro. La vida de mi hermano da para dos.
Mi hermano más pequeño y yo nos llevamos poco tiempo. Él es 13 meses y 12 días mayor que yo. Aún conservo una foto familiar en la que estamos todos. Yo con unos meses de edad en brazos de mi padre, y mi hermano sentado en el regazo de mi madre. Todas las personas que han visto la foto han tenido dudas sobre la identidad de los dos bebés de la foto y alguno me ha preguntado si somos mellizos. Tal es el parecido. Cuando éramos pequeños, cuando bajábamos a jugar al patio común donde desembocaban los portales del bloque de viviendas, los vecinos también creían que éramos gemelos. Yo siempre lo sentí como tal.
A las pocas semanas de mi nacimiento mi madre tuvo un “accidente” que la postró durante mucho tiempo en una cama de hospital. Por lo tanto, mis primeros tres años de vida, ella los pasó convaleciente, mientras mi hermano y yo estábamos en el orfanato donde me conoció mi Madrina, y dónde mi padre, aprovechando las vistas al centro de menores hacía algo mas que certificar que no renunciaba a nuestra tutela.
Lo cierto es que mi hermano y yo hemos tenido vidas muy parecidas, pero a la vez muy distintas. Ha sido como dos caras de la misma moneda, dos situaciones paralelas, en ocasiones con los mismos “tiempos”, las mismas pautas, pero con desenlaces diferentes y semejantes a la vez.
Mi Madrina me cuenta muchas veces que en la institución donde me conoció, nos juntaban un par de horas al día en una sala de recreo a todos los niños, y que era donde yo coincidía con mi hermano. (En aquella época separaban a los niños y a las niñas, por eso mi Madrina me conoció a mí y no a mi hermano) Al parecer, en una ocasión una niña le quitó un juguete a mi hermano y él empezó a llorar. Según mi Madrina, yo tenía mucho genio y al ver llorar a mi hermano, agarré a esa niña por los pelos y tuvieron que venir ella y otra señorita a separarnos. Yo tendría 2 o 3 años, y no sé hasta que punto yo, de verdad, estaba defendiendo a mi hermano o simplemente anhelaba ese juguete, pero a mi Madrina le gusta pensar que era un gesto altruista.
Después nos separaron. Yo empecé a irme con mis Padrinos cuando se fueron a vivir a otra ciudad y mi hermano terminó en un colegio de educación especial. Es complicado explicar cómo terminamos los dos en sitios tan diferentes, pero si tengo que arriesgarme a dar una razón, apostaría por la ineptitud y la ignorancia de los que en aquella época se encargaban de los asuntos sociales.
Mi Madrina me contó que ninguno de los dos hermanos hablábamos. Ni una palabra. Lo entendíamos todo, pero simplemente no hablábamos. Que éramos muy retraídos, y que mi hermano a penas se defendía. Cuando mi Madrina comenzó a tenerme con ella con más asiduidad, me llevó a un logopeda, por si yo tenía algún problema de dicción, no encontraron nada, y de hecho me cuentan que cuando ya estaba mas estabilizada, cuando mis Padrinos se hicieron cargo de mí de manera mas constante, empecé a hablar correctamente, sin atascarme, con total normalidad. Yo tenía casi cuatro años.
Hablo desde la ignorancia más absoluta, pero quiero pensar que mi retraso en el habla fue a consecuencia de sufrir, ya por entonces, los abusos de mi padre, y por lo tanto tengo razones para sospechar que mi hermano pasó exactamente por lo mismo. Pero él no tuvo la fortuna de encontrar a alguien como mi Madrina, y creo que al comprobar que mi hermano tampoco hablaba, que era huidizo, se escondía y apenas se defendía, alguien interpretó erróneamente esas señales e indicó que mi hermano tenía un retraso intelectual “moderado”. Ha pasado doce años interno en un colegio de educación especial. Un colegio para retrasados, dicho crudamente.
Sé por mi madre que en vacaciones jugábamos mucho juntos pero yo a penas tengo recuerdos. Tengo “fotos” mentales en las que estamos construyendo con el “Exin Castillos”, o jugando a las cartas con esas barajas infantiles de hacer familias. Creo que la nuestra tenía los personajes de la película de Disney Robin Hood, pero no estoy muy segura. Mis evocaciones son sólo bocetos sin color. En realidad mis únicos recuerdos de él, los que se imponen cuando pienso en mi hermano, son los abusos.
Yo tenía doce o trece años cuando supe que él también sufría abusos. Lo descubrí de manera traumática una mañana que sorprendí a mi “mellizo” haciéndole una felación. Ese día algo se rompió entre nosotros. Jamás hemos hablado de ello pero desde entonces, cuando estábamos juntos, era una siniestra sombra que sobrevolaba el ambiente. Cuando mi padre estaba en casa a solas con nosotros siempre había un momento de “impasse”. Cruzábamos la mirada un instante e intentábamos escabullirnos, que no se notase nuestra presencia, hacernos mas pequeños, invisibles. Había motivos para ello. El último año de mis abusos, el Año del Infierno, también debió serlo para él. Si mi padre fue capaz de hacerme autenticas barbaridades, mi hermano no lo pasó mejor. Me consta, fui testigo directo.
Después llegaron los Años Oscuros. Y como en todo, cada uno capea el temporal como puede. A mí me dio por empastillarme, a él le dio por salir corriendo. Con quince años se fue de casa y se dedicó a recorrer el mundo con una mochila a la espalda. Cuando yo regresé a la casa de mis padres, en el final de mis años oscuros, le veía muy de vez en cuando. Seguía viviendo con precarios trabajos y grandes ausencias. Después, mientras yo estabilizaba mi vida con un hijo, le perdí la pista.
Lo último que supe de él fue que estaba en una ciudad del este de Europa, en una empresa de transportes, y se iba a casar. Tras aquella carta, pocas semanas después nos encontramos una noche que pasaba por mi localidad de regreso a aquel país, y no me gustó lo que vi. Estaba desaliñado, sin afeitar, y según me dijo mi marido, olía mal. Mi hermano me dijo que le habían perdido las maletas en el aeropuerto, pero me sonó más a una excusa que a otra cosa. Al día siguiente desapareció sin dejar rastro.
Quise creerle. Las primeras semanas en que desapareció me puse en contacto telefónico con los consulados y embajadas de todos los países del este, pero no lo encontré y a medida que pasaron los meses, los años, empecé a darle por perdido. A veces me lo imaginaba como un vagabundo por alguna ciudad europea, pidiendo limosna y durmiendo en la calle. Cuando esa imagen me venía a la mente sentía un inmenso amor por él.
Al final, después de quince años, le di poco menos que por muerto. Llegué a pensar que había hecho como yo. Romper con toda la familia definitivamente al ser consciente de sus abusos. No se lo reproché. Yo he hecho exactamente lo mismo. De hecho ya entonces, cuando nos veíamos, yo me sentía incomoda en su presencia. A veces no soportaba ni siquiera un casto beso por su parte, y creí que él tal vez sintiera lo mismo, que por eso desapareció.
Pero la realidad en ocasiones supera la ficción.
Pocos meses después de la muerte de mi padre, cuando aún estaba asimilando todos los recuerdos y las sensaciones que eso me produjo, recibí un correo a través del Facebook de alguien de nombre extranjero que era amigo de una persona llamada igual que mi hermano, y que le estaba ayudando a encontrar de nuevo a su familia. Quería saber si yo era una de sus hermanas.
Me dio un vuelco el corazón. La foto era actual, tenía dieciséis o diecisiete años y algunos kilos de más, pero la imagen que me sonreía desde la pantalla de mi ordenador era sin duda el niño con el que había compartido mucho más que unas vacaciones.
Mi hermano. MI viajero hermano, aun no podía creerlo. Le había perdido la pista cuando se fue a vivir cerca de los Cárpatos y le había dado por muerto. Y no era la primera vez que le creía fallecido, porque en una ocasión, cuando yo tenía trece años, pensé que mi padre le había matado de una paliza por mi culpa. Y por segunda vez le reencontraba vivo. Vivo y trotamundos, sonriendo a un fotógrafo anónimo sin imaginar que su propia hermana le saludaba desde el tiempo y la distancia.
Tardé tres días en contestar, hasta que la curiosidad pudo conmigo. El amigo extranjero fue muy reservado y amable, se limito a facilitarme la dirección de correo electrónico de mi hermano y se retiro discretamente en su papel de extra.
La primera toma de contacto vía email, fue tímida, como entrar en una piscina sin conocer la temperatura del agua. Supe en ese momento que había perdido a mi hermano, o al menos la parte de él que le daba su esencia, porque sufrió un “accidente” muy grave que le ha borrado una parte de la memoria. Principalmente la infancia y parte de su adolescencia y primera juventud.
La responsable de la amnesia de mi hermano es una mujer. Muchas víctimas terminamos junto a parejas también abusadoras. Es como si tuvieran un radar que detecta nuestra debilidad y se aprovechan de esa vulnerabilidad de manera cruel. Fue el caso de mi hermano. La persona con la que se casó resultó ser toda una víbora.
Contrajeron matrimonio cuando él trabajaba en la empresa de transporte. Lo cierto es que no me ha dado detalles, pues lo ultimo que recuerda es un viaje con su esposa y los padres de ésta por la cordillera de los Cárpatos: le encontraron unos viajeros junto a la carretera semidesnudo, malherido, con la cabeza abierta y sin documentación de ningún tipo. La mujer, después de darle por muerto, le robo todo el dinero, las tarjetas, los papeles… Desgraciadamente las secuelas de lo ocurrido son graves: además de la amnesia, sufre una preocupante afección cardiaca. Ha tenido dos infartos en pocos meses.
El amigo extranjero era compañero en el trabajo, hablaba español y fue el primer amigo que mi hermano tuvo allí. Le enseño el idioma y las costumbres de la zona, y fue el primero en ayudarle cuando aquella mujer se largó con el pasado de mi hermano. Al parecer, en cuanto estuvo recuperado físicamente, mi hermano volvió a España por traslado de la empresa, y terminó en el sur del país. Meses después, el buen samaritano tuvo que emigrar con su esposa y su hija por la crisis que estalló en su país natal y mi hermano, para devolverle el favor le echó una mano y le ayudo a instalarse en la ciudad española.
Desde entonces, mi hermano ha intentado volver a ponerse en contacto con la familia, pero no sabia si mis padres habrían cambiado de domicilio porque las llamadas no se respondían y las cartas se le devolvían o no se contestaban. Y fue la indiscreción de la esposa de su amigo la que, a través de Facebook, encontró un perfil y una foto muy familiar, la mía.
Para mí fue como si el peso del mundo se hubiera colgado de mis hombros. Quiero condenadamente a ese crío, apenas lo recuerdo pero seguro que ha sido un compañero de juegos estupendo en los veranos de la casa de mis padres, sin embargo también hemos sido testigos de situaciones de difícil calificación. Y el hecho de saber que ahora yo soy la única depositaria de esos recuerdos es peor que si me hubiesen confirmado la muerte de mi hermano.
Es complicado, somos hermanos pero casi no nos hemos criado juntos, tenemos distinta educación, distinta vida y sin embargo nos une algo fuera de lo común, como dos extraños que sobreviven a una catástrofe y vuelven a ponerse en contacto. Y aquí estoy yo, hablando con mi hermano, un extraño, que busca su pasado mientras yo solo quiero huir de él.
Ahora la comunicación esta siendo principalmente por Messenger. Al principio la obsesión de mi hermano era saber como estaban nuestros padres y nuestros otros hermanos, y yo no sabía que decir. Me sentía entre la espada y la pared, mi hermano me solicitaba información de la familia y explicaciones de porque no le contestaban al teléfono, y yo no quería decirle que no podía ponerme en contacto con ellos porque la última vez que vi a mi hermano mayor casi me cuesta la cordura, o la vida. Me ha costado muchos años romper aquella cadena familiar que pesaba como una losa, y no me puedo permitir volver a soldar el grillete. Al menos la parte que me ata a mis padres y a mis otros hermanos, y esa obcecación, al principio, me estaba volviendo loca, aquello empezaba a parecer el paseo por un acantilado en el que no puedes evitar mirar abajo hipnóticamente.
Me ha contado que solo recuerda el colegio, de la vida familiar apenas imágenes. Y yo le he explicado que de pequeñitos habíamos vivido en una institución gubernamental los tres o cuatro primeros años. Le he dejado leer entre líneas que nuestras infancias no han sido fáciles, que somos hermanos pero hemos vivido separados casi toda nuestra vida, le he hablado de mis Padrinos y que ellos son en realidad los que me han educado. Que he pasado más tiempo viviendo con ellos que con nuestros padres, pero que cuando estaba en el domicilio paterno siempre estábamos juntos. Le he hecho ver que mi padre era violento, que hay expedientes nuestros en el archivo histórico, (porque en aquella época el tribunal de menores funcionaba a parte de la justicia ordinaria, y esos expedientes son “de menores”) y que indican que nuestro progenitor no era el “padre del año” precisamente.
Pero es delicado, mi intuición me dice que no debo contarle más de lo que él mismo pueda recordar. El psiquiatra le ha dicho a mi hermano que al ser una amnesia traumática, los recuerdos tienen que volver por si solos, y las preguntas aún se agolpan en mi cabeza: ¿y si de repente recuerda? ¿Y si su amnesia no es tanto por el accidente como por lo que paso en su infancia?
Me preocupa él, y me preocupa mi propia reacción ante sus recuerdos. Me ha preguntado por qué pasó doce años en un colegio de educación especial, y yo no sé que decir. Aún no sé como le podría volver a explicar a mi hermano una situación que ya hemos vivido en primera persona. Sería como caminar hacia atrás intentando pisar tus propios pasos. Y es un cúmulo de sensaciones extrañas que se arremolinan en mi cabeza cada vez que le veo conectarse por el Messenger. Me da pánico que recuerde y me reconecte los recuerdos dolorosos de mi vida con mis padres. En lo que a mí respecta, mi familia son mis Padrinos, mi marido, y mi hijo. Todo lo que está fuera de eso, es peligroso para mí. Me sería muy difícil volver a empezar.
Lo cierto es que le aprecio mucho. Me encanta discutir con él de fórmula uno por el Messenger, hablamos bastante a menudo, pero son siempre conversaciones livianas, sin profundidad. Al principio me preguntaba a veces por mi madre, si la veía y como estaba. Ahora ni se molesta porque ya sabe que yo no tengo contacto con ella.
La verdad es que sé de él lo que él mismo me ha contado y a veces tengo dudas. Recuerda sus viajes, la mayoría, pero nunca me habla de ellos. Sé que vive solo, que ahora trabaja en una empresa de mantenimiento y que se le dan bien los ordenadores. Pero a veces creo que recuerda más de lo que dice y que me oculta información. A veces me parece “intuir” algo mas… No lo sé. Tal vez sólo sea que busco fantasmas donde no los hay.
Pero sobretodo hay algo de mi hermano que me está comiendo la moral y es saber cómo voy a lidiar con mis sentimientos hacia él. Ya no sólo por el hecho de que me haga recordar mi pasado, sino por lo que ahora siento cuando está cerca, cuando hablo con él. Porque cada vez tengo más vértigo a conversar, sobretodo desde que nos hemos vuelto a mirar a los ojos.
Volvimos a vernos en persona el año pasado. Tenía mucho miedo. Por un lado deseaba abrazarle, le quiero mucho, pero por otro lado tenía miedo de mi propia reacción. Y la verdad es que no lo pasé nada bien.
Lo primero que me pidió fue visitar la tumba de mi padre. Le acompañé, para indicarle cual era pero después hablamos sin profundidad. Me contó de su vida actual y los problemas médicos a los que se enfrentaba. Yo a mi vez, le conté como era mi situación ahora, dónde trabajo, lo que estudia mi hijo… pero a penas hablamos del pasado. No me atreví a tocar el tema. Y él tampoco preguntó.
En un momento dado, nos acercamos dando un paseo hasta la calle donde vivían nuestros padres cuando éramos muy pequeños. (cuando yo me fui con mis padrinos a otra ciudad, mis padres se mudaron al domicilio donde tengo todos mis recuerdos) Reconoció el barrio. Me indicó que esa zona de la ciudad le había traído algunos recuerdos del portal de la casa, y de la frutería que había en la esquina.
De repente tuve un flash, una imagen clara y nítida del interior de la vivienda, con un pasillo largo y oscuro, y la habitación de mis padres con una ventana con el cristal roto para que el gato pudiera entrar y salir por ella al tejado del convento de las Salesas que había detrás. En aquella retrospección pude ver la cama con mi madre acostada en ella entre sábanas sucias de comida, y un orinal a los pies. La misma cama metálica donde años después mi padre me violaría por primera vez. Jamás, hasta el año pasado recordé aquella casa. Debieron abandonarla por derribo cuando yo tenía unos cuatro o cinco años y no me acordaba en absoluto. Y pasear junto a mi hermano me hizo volver a sentir un dolor inmaterial en el corazón. Y por primera vez en millones de años, volví a oler. Un olor espantoso a mugre, a orina, a podrido, a mierda que me invadió de tal manera que casi me hizo vomitar. Tuve que buscar una cafetería con la excusa de ir al servicio y así poder calmar mi recuerdo.
No sé si se percató. En otras ocasiones, cuando he tenido un “recuerdo-impacto” delante de otras personas he logrado mantenerme firme el tiempo suficiente para estar en un sitio seguro a solas donde poder descargar la energía acumulada por el recuerdo, pero él es como yo, una víctima, y es posible que él sí sea capaz de darse cuenta de que ocurre algo. O yo tengo tanto miedo que hasta me imagino cosas…
Me sentí muy incómoda a su lado durante toda la visita, y se dio cuenta. Al despedirnos, él me preguntó si yo era siempre así, si nunca miraba a los ojos. La verdad es que me hizo preguntarme si suelo hacer eso con frecuencia. Aunque tenía muy claro la razón por la que lo hacía con él.
Durante el día y medio que estuvo en nuestra tierra natal, mantuve un miedo subliminal, enterrado, oscuro, profundo, que no me abandonó hasta que no regresó a la localidad donde vive actualmente. Tuve miedo a que me tocara. No a que me agrediera, o se insinuara. Miedo a que me tocase, a que me rozase siquiera. Cuando nos vimos cara a cara por primera vez después de tantos años, me abrazó, casi me levantó del suelo. Estaba muy emocionado. Lógico, había encontrado a su hermana. Pero para mí ese abrazo fue terrorífico. De repente sentí como si me hubiera cubierto con un manto oscuro, negro, dañino. Me da mucha vergüenza confesarlo, pero no pude -no puedo- soportar que me toque.
Desde que volví a verle, se han revuelto recuerdos de mi infancia muy oscuros. Escenas desagradables que aún no estoy preparada para afrontar. Existe un recuerdo concreto que siempre ha estado presente, pero tan espantoso para mí que lo mantengo a raya. Es de las pocas batallas que he librado con mi Monstruo en las que he conseguido salir con menos heridas, porque siempre he conseguido que ese recuerdo no me domine, no se imponga. Pero como un dique agrietado, siempre amenaza con romperse, y tener a mi hermano cerca me está costando un enorme esfuerzo de contención. Si ese recuerdo se volviera recurrente, si se convirtiera en una retrospección, no estoy segura de mi reacción y me da miedo, mucho miedo.
Me quiere mucho, me dice cosas cariñosas que me ponen muy nerviosa. Se aferra a mi cariño, porque soy lo único que tiene. Y yo no puedo corresponderle. Cada vez que me dice algo tierno se me revuelve el estómago. No puedo evitar recordar a mi otro hermano, el mayor, que antes de agredirme me decía cosas parecidas. Y no puedo evitar recordar que mi padre se aprovecho de ese cariño fraternal para mantenernos atados a su infamia de la manera mas abyecta. Porque los abusos de mi padre se convirtieron en un siniestro lazo de unión con mi hermano que me hace sentir horrible. Un lazo manchado de dolor y tristeza.
Y no puedo evitar, cada vez que pienso en mi hermano, que sobre mi mente se imponga la imagen de él, sin pantalones, acurrucado en el suelo ante mi padre, mirándole suplicante, con las lagrimas corriendo por su rostro, y protegiéndose del siguiente latigazo, mientras mi padre le pregunta “¿dónde está tu hermana, dónde la has escondido?”. Y mientras tanto yo, cobarde de mí, salgo de debajo de la cama, me escapo de casa y ni siquiera pido ayuda a un vecino. Aún escucho los alaridos de mi hermano que se oían desde la escalera del edificio. Durante varios días creí que mi hermano había muerto a manos de mi padre por mi culpa, porque cuando escapé lo único que hice fue llamar a mi Madrina, a su ciudad, desde la panadería de la madre de una amiga y ni siquiera se me ocurrió avisar de lo que estaba ocurriendo en mi casa.
Y ahora, cada vez que hablo con mi hermano, cada vez que le veo conectado, cada vez que me envía un correo, cada vez que me dice que soy lo más importante de su vida, me siento de nuevo al borde del abismo. Porque si supiera –si recordara- lo que hice, me odiaría.
La verdad es que todo este asunto de mi hermano me supera. No me hace sentir nada bien y a veces desearía que no hubiera reaparecido. Y ese pensamiento me hace sentir una persona espantosa.
Le quiero mucho. Deseo que le vaya bien en la vida. Que no se sienta solo, que sea feliz. Pero no sé si puedo compartir su vida, no sé si puedo formar parte de ella. Y pensar así me parte el corazón. Cuando hablo con él me queda siempre una sensación de vacío, como si se abriera una puerta y entrase el frio. porque la culpa y la vergüenza que siento me congelan el corazón. Porque le abandoné a su suerte como a un perro, y jamás, jamás me lo perdonaré.
Nadie conoce mi niñez mejor que mi hermana”
Dale V. Atkins. Psicóloga norteamericana
http://nemesisenelaverno.blogspot.com/2011/09/hermanos-de-sangre.html?spref=fb