miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL SILENCIO DE LAS PALABRAS.

El silencio de las palabras
 http://garaitza.org/wp/2013/09/03/el-silencio-de-las-palabras/

Hace unas semanas dejé que mi interior fuese bañado por un texto inesperado. Acostumbrado a relacionar como unas y otros somatizamos de diferentes formas el trauma que arrastramos desde la infancia no vi, como parte de la sintomatología, la dificultad con la que una querida compañera convivía en su día a día.
Cierto es, así lo expresa en el texto, que pasa muy bien desapercibida y los únicos instantes en los que he escuchado como la acompaña, me ha llevado a creer que su conflicto formaba parte de ese balbuceo inicial, con el que yo me relaciono, donde los nervios, la vergüenza y la falta de costumbre te ponen un poquito en evidencia.
Sin embargo, gracias a los pequeños sorbos de claridad en los que me muevo de vez en cuando, sus lucidas palabras viajaron a través de mis tímpanos, mezclándose dos realidades. Una la que ella expresa. La otra forma parte del mensaje oculto que todas y todos escondemos y en vez de hablar de abuso…
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Tartamudeo al hacer interrupciones en la fluidez de mi habla mientras la acompaño de cierta tensión muscular, miedo y stress. Una dificultad que me sucede cuando espero la aparición de mi lengua de trapo, temiéndola, poniéndome tensa por anticipar y tratar de evitarla.
La articulación incorrecta comienza la mayoría de las veces entre los 2 y 5 años, superándose de forma natural en el 80% de los casos antes de la adolescencia. Tartamudean el 1% de los adultos y el 5% de los niños y niñas. Es más común en hombres que en mujeres  4-1.
Sus causas no están claras, entre ellas las genéticas (no es mi caso), del desarrollo (la más frecuente, tampoco es mi caso), neurológicas y traumáticas (debidas a algún choque emocional, es la menos frecuente).
Sus consecuencias, psicológicas y sociales.
El gangueo me hace sentir miedo, culpa, vergüenza, inseguridad, angustia, baja autoestima, estrés (cada vez que intento que no se note) y por supuesto influye en la forma de relacionarme con el resto de las personas.
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Me contaron que empecé a tartamudear cuando mis padres volvieron de Alemania (se fueron dos años a trabajar, mientras, yo me quedé con mis abuelos). Con poco más de 4 años, regresaron con mi hermana pequeña a la cual no conocía. Era un bebé de pocos meses, fue la excusa para decirme que mi aturdimiento era consecuencia de los celos, la respuesta con la que llamaba la atención.
-  ¡Ya se le pasará!- solían decir, pero no se me pasó.
Con 6 años en el colegio mi farfulleo se fue acrecentando. Los bloqueos eran cada vez más evidentes y al mismo tiempo tenía periodos en los que era capaz de hablar con una increíble fluidez. Fue una época horrible. Tenía un espantoso miedo a que los profesores pasaran lista, me preguntaran la lección o cualquier situación en la que tuviera que expresarme a través del habla o leyendo. Miedo al sentimiento antes, durante y después del tartamudeo, a las risas de mis compañeros y compañeras, hoy día aún lo siento.
El problema aparece cuando se enciende una pequeña llama dentro de mí, avivada por las muchas posibilidades de comenzar a cecear mientras siento sensaciones contradictorias al acabar de hablar, por el alivio que solo dura unos segundos y la espera de la rabia, la autocrítica, la vergüenza.
En casa se empeñaban en decirme que pasaría en el momento que dejara de hacer el tonto, que si quería podía hacerlo mejor -¡ves!… cuando quieres no tartamudeas-. Sin embargo no se daban cuenta de que cuanto más empeño, menos resultados obtenía. Necesitaba su ayuda y ellos…
Mi vacilación iba y venía, sin aviso. Tenía temporadas en la que era capaz de hablar con muchísima fluidez, otras en las que no conseguía pronunciar más de dos palabras seguidas. Me sentía culpable por barbotar. Sabía que a pesar de tener razón tendría que llevar esta carga encima y comportarme bien con todos ellos ya que me admitían en su familia a pesar de ser tartamuda.
En mi adolescencia seguí chapurreando mientras aprendía a convivir con todas aquellas personas que de una forma u otra abusaban de mí en clase, debido a mi problema.
En casa, entiendo, daban por hecho que jamás hablaría como el resto. No lo sé, nunca se habló de ello, como si  fuera a desaparecer por arte de magia, sin ayuda.
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Yo, desaparecí.
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Con la sensación de que nadie, ni en casa, ni en el colegio, ni en los comercios donde compraba, ni en el autobús en el que solía viajar, ni en… comprenderían lo que me pasaba, decidí ocultarla, disimularla, disfrazarla. Creé en mi interior un lugar secreto donde guardé el miedo, la culpa, los comentarios crueles, las palabras que tanto temía, la vergüenza, la humillación, la ira, la rabia…
Con el tiempo adquirí numerosos recursos para que no se notara. Al principio, siempre que podía, llevaba escrito en un papel aquello que quería expresar. En otras ocasiones intentaba que fueran los demás quienes hicieran lo que a mi me correspondía o, simplemente huía.
Como las técnicas de evitación no siempre me funcionaban, aprendí a desarrollar otras y así con los años he cambiado mi forma de hablar, mi entonación, incluso mi vocalización. Me he convertido en una especialista en cambiar unas palabras por otras. Cuando voy a decir alguna en la que aparece la sombra de la tartamudez, la cambio por otra más larga o más extraña, cualquier cosa antes que tartalear. Y si no puedo cambiar de vocablo elaboro sonidos, realizo gestos raros con la boca, introduzco muletillas o silencios que me den tiempo para pensar y recomponerme.
La verdad es que ni yo misma sé, dé que depende mi tartamudez. Ahora, solo musito en momentos concretos, momentos a los que me anticipo. Aun así me paso el día vigilando, controlando, para que el sonido de mi voz no me pille desprevenida. Aprendo a esquivar, a evitar situaciones que me generan ansiedad, sin que nadie se dé cuenta.
Hay personas que me conocen desde hace años y jamás me han escuchado azorada, un triunfo con un precio bastante alto. Vivo disfrazada para que nadie sea capaz de llamarme tartaja y piensen que soy tonta.
La tartamudez me ha hecho representar el papel más importante de mi vida. Dedicándola toda mi atención dejo que se alimente de mi secreto, de su negación, del disimulo, la vergüenza y los esfuerzos por esconderla.
Durante años ha permanecido agazapada a la espera de encontrar su momento, a que el miedo de nuevo la despierte.
Y tras una larga temporada sin protagonismo vuelve a pedir su sitio a pesar de que desde mi llegada a Garaitza mi atención se disuelve en otros problemas que comienzan a tener un mayor peso.
Poco a poco me permito acercarme a las consecuencias del trauma para empezar a reconocerme, sobre todo al miedo, el cual vivo con muchísima intensidad.
Es ahora cuando rememoro algunas de mis secuelas tras vivenciarlas con el duro trabajo personal.Consecuencias que aún permaneciendo en el olvido las siento muy presentes, imágenes que mi cerebro me envía y que tanto me cuesta reconocer como auténticas, a pesar del daño causado.
La culpa, el miedo, la duda, la baja autoestima, la vergüenza, el victimismo… todas las relacionaba con la tartamudez. La inseguridad, mi falta de expresividad a la hora de mostrar mis emociones, la relación infantil que mantengo con mis padres, mi actitud de niña buena, la incapacidad para recibir halagos y encajar críticas gracias a mi autoexigencia y sobre todo mi escaso valor cuando quiero decir NO… eran mi forma de ser.
El conflicto que tengo con mi cuerpo (no me gusto), mi relación con la comida (insana y poco nutricia), mi incapacidad para disfrutar del sexo como se merece la mujer que soy (lo siento algo sucio donde los bloqueos me paralizan, a veces incluso me evado), erotizo situaciones continuamente, el miedo a pensar si seré capaz de abusar de alguien (cuando peor me siento) son, algunas de las terribles consecuencias que me acompañan.
Si alguna de estas secuelas me invadía, creía que estaba enferma porque algo dentro de mi cabeza funcionaba de manera incorrecta haciéndome sentir la más horrible de las personas.
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Sucedió que, vivenciando las secuelas de mi trauma comenzó a molestarme la excesiva presencia que volvía a tener mi tartamudez. Por eso decidí analizar los motivos por los que quería a tener tanto protagonismo:
  • Por vez primera, miré a la tartamudez como una de las secuelas. Busqué información y hallé un artículo donde se asociaba con el sufrimiento a un choque emocional. Así mismo, decía que era poco frecuente, casi improbable.
  • Fue esta última afirmación la que me hizo dudar y pensar que quizás me había podido inventar las causas de mi dolor pero, ¡pufff!, me pareció demasiado retorcido y decidí darle un par de vueltas.
A la tartamudez se la denomina el silencio de las palabras, entonces me pregunto, ¿he enmudecido de esta manera mis palabras?, ¿me he escondido en ella para no expresar lo que realmente me había hecho daño?, ¿ha sido el círculo, la disculpa en la que he estado viviendo para no centrarme en lo que realmente me está sucediendo?
Lo cierto es que esta opción me asusta.
  • Realmente soy tartamuda y me he negado a mi misma.
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Alcanzado este punto tomo una decisión. Las dos primeras opciones me resultan demasiado complicadas como para profundizar en ellas. ¿Fueron primero los abusos o la tartamudez?
Decidí contestarme.
Hablé de ella como si fuera una secuela apoyándome en la lectura de uncuento que expresaba con palabras como me sentía. Hablé con mi madre, y…
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Sí,
me he escondido siempre detrás de mi tartamudeo, culpándolo de todo cuanto me ha sucedido, de cuanto he realizado.
Sí,
estoy cansada de controlar cada situación, de no mostrar mi cancaneo, de negarlo, de… darle el poder de estar siempre presente disculpándome con -a veces me atasco un poco, es que cuando me pongo nerviosa…
Soy yo,
quien alimento las sombras del pasado mientras vigilo mis secretos.
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Desde que me siento acompañada en Garaitza, aprendo a enfrentarme a las situaciones que me crean ansiedad con mucha más naturalidad y seguridad, haciendo que el balbuceo se suavice.
Siempre he intentado encontrar una causa concreta para el defecto de mi habla, una búsqueda equivocada.
Me dejo sentir y a mí vienen sensaciones que aprietan mi corazón, lo asfixian.
El abandono de mis padres, el sentimiento de culpabilidad cada vez que me evitaban. Haciéndome creer que era algo malo, me enseñaron a convertirlo en tabú, al no darle importancia. Las risas de quienes se abanderaron como amigos, compañeras y los chistes de mis amigas, compañeros…
Tengo poco claras cuáles fueron sus causas, ignoro si algún día encontraré las respuestas que busco. Sé que es parte de mi trabajo hablar de mi tartajeo, comenzando en este lugar, donde me siento segura, donde sin máscaras me muestro.
Soy tartamuda, aquí y ahora.
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                      Soy tartamuda, lo soy, con todo lo que ello significa                          y le doy voz.
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           A veces tartamudeo muy poco por fuera y mucho por dentro, otras,                es al revés.
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… a quien está encontrando su camino.

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