lunes, 11 de febrero de 2013

UNA MOCHILA LLENA DE PIEDRAS


Hace tiempo que dejé de sentir algo por mi padre como ser humano. Desde la última vez que le vi, en aquella habitación de hospital, decidí de alguna manera apartar de mi mente todo lo que él pudiera significar para mí. Bastante tenía con aplacar los terribles nuevos recuerdos de sus abusos, para además tener que lidiar con los sentimientos que tenía por él. Y cuando digo que dejé de sentir algo por él como persona hace diez años, me refiero a esa parte de mí que no lo recordaba como el autor de los abusos, sino como mi progenitor. No es que hubiera pasado del amor al odio, es simplemente que en ese momento dejé de pensar en él como mi padre. Incluso dejé de pensar en él como persona. Pasó de ser un ser vivo a un ente impreciso que sólo representaba al autor material de los abusos, pero como un elemento mas del mobiliario de la casa de mis padres, que aparecía en las imágenes de mis recuerdos. Porque para mí, en los recuerdos, sólo estoy yo y mis sensaciones. Creo que los recuerdos de mis abusos siempre han sido así. Como si yo fuera el único elemento orgánico de la habitación. Que en mi disociación, he conseguido separar lo que sentía por él -por toda mi familia- en mi vida real con la completa soledad que sentía en los abusos. Tan completa soledad que ni siquiera veía -sentía- a mi agresor como alguien que estuviera conmigo durante los abusos.


Tal vez por eso hasta que no cumplí los cuarenta y cuatro años no recordé a mi vecino, autor también de una escena de abusos, y confundí aquel recuerdo pensando que también fue mi padre el que me practicó uno de los primeros cunnilingus de mi infancia; O a mi hermano sacándome de debajo de la cama agarrándome del pelo. Es como si los abusos los hubiera sufrido sola. Supongo que formaba parte de mi percepción de la culpabilidad. Si yo era la responsable de los hechos, mi padre tal vez no fuera inocente pero se convertía en un simple cómplice necesario y dejaba de ser el protagonista de la historia, el autor del crimen. Yo era la diva, yo era la autora, yo era la culpable.

Ya he contado alguna vez que cuando inicié mi rehabilitación activa había entre otros conceptos dos grandes misterios para mí: la niña interior, y el perdón. Eran un misterio para mí porque creo que ambas ideas están conectadas. Se habla de buscar, sanar y perdonar a tu niña interior como parte imprescindible de nuestra sanación. Yo creo que encontré a mi niña perdida hace unos meses, cuando me di cuenta de su existencia, de su presencia, cuando descubrí que estas líneas están alentadas por ella. Y su sanación es mi sanación. A medida que yo me recupero ella se recupera.

Y creo que por fin empiezo a perdonarla, a perdonarme que fuera a su cama, que mi cuerpo haya tenido sensaciones, que cuando supe que a mi “mellizo” también le hacía “cosas” yo deseara que mi padre lo eligiera a él, que no le hubiera dicho a mi hermana que mi padre estaba otra vez tocando mas de la cuenta cuando ya me habían advertido que no debía consentir sus abusos. Y por lo tanto también he empezado a reconocer que yo no he sido la autora de los abusos sino su víctima. La víctima de alguien que voluntariamente (él sí) me utilizó para su satisfacción personal. Por fin he conseguido recordarle en mi memoria, no como un elemento mas, como un simple cómplice necesario, sino como el principal actor, como el único responsable. Por fin rememoro hechos y escenas en las que no estoy sola, en las que veo a mi padre como algo real que hacía y decía, ordenaba, aconsejaba, e incluso a última hora, hacía comentarios jocosos como haría un amante que intimase con su pareja. Creo que por fin cuando me recuerdo, no me veo como la mala del cuento, sino como lo que era: una simple niña a la que manejaron a su antojo. Y por fin ha llegado la hora de perdonarme por todos esos hechos porque en realidad he llevado sobre mis hombros una mochila llena de piedras que no me correspondía: la culpa.

Yo no tuve la culpa de las perversiones de mi padre. Pero tampoco tuve la culpa de la incapacidad de mi madre que conociendo los antecedentes que hubo con mis hermanos no hizo lo suficiente por detenerlo Y prefirió mirar hacia otro lado porque estaba incapacitada para hacer nada. Mi padre la había anulado, como a mi hermana. Yo no tuve la culpa de que mi Madrina, que también sabía lo que había, tampoco hiciera mucho mas que tratar de mantenerme alejada de ellos (que no es poco) pero no se interesase además por las consecuencias que esto deja y buscara ayuda para mí. Yo no tuve la culpa de que el Alto Tribunal Tutelar de Menores hiciera la vista gorda y dejara que mis familias -la adoptiva y la biológica- se encargasen del tema. ¿Son ellos los culpables? ¿Es a ellos a los que debo devolver esa responsabilidad? ¿O debo perdonar su incompetencia porque en esa época las cosas funcionaban así?

No hace mucho mantuve una interesante conversación con un amigo del Facebook a cerca del perdón. Él es una persona de fuertes convicciones religiosas y me alentaba a que en mi sanación buscara el perdón para con mis dos familias, incluidos mis abusadores, pues eso me daría por fin la tranquilidad del alma. Me explicaba que esa mochila de la que hablo en realidad no tiene dueño, y que por lo tanto debo dejarla simplemente en el suelo para seguir adelante, porque probablemente ellos ya tienen sus propias versiones de esa mochila cargando a su espalda. Que utilizase el perdón como un gesto de amor y generosidad inmenso, lo que me pondría inmediatamente por encima de todos aquellos que me hicieron daño en mi infancia por acción u omisión y sobre todos los que intentan atacarme desde que he roto el silencio. Algo así como una nueva versión de poner la otra mejilla. Si Dios como hombre perdonó en la cruz a sus semejantes, ¿por qué yo no iba a poder hacerlo?

Pero “Perdón” para mí es una palabra vacía. Leo su significado, sigo los razonamientos de otras víctimas que han encontrado en el perdón su punto de apoyo y para mí es como leer los principios de la física cuántica, algo muy interesante sin duda, pero carente de sentido para mí. Y creo que es porque mi concepto del perdón es muy distinto del que la mayoría de las personas tiene.

Culturalmente hablando nos han enseñado una versión del perdón muy edulcorada. Cuando era niña, solía jugar mucho con la vecina del piso de arriba de la casa de mis padrinos. Si hacía buen tiempo nos quedábamos en su casa porque ella disfrutaba del acceso a la terraza de la azotea del edificio. Nos gustaba patinar y correr entre las chimeneas como Julie Andrews en “Mary Poppins” danzando entre los tejados de Londres. En los días fríos y lluviosos jugábamos en mi habitación, mi colección de juguetes constituía toda una sala de juegos. No recuerdo la razón, pero en una ocasión nos enfadamos y ella juró no volver a mi casa nunca mas, por un desafortunado comentario que hice sobre el miedo que ella tenía a los perros de mi casa. Le dije que mi Madrina estaba cansada de encerrarlos cada vez que mi amiga bajaba a mi casa.

Tuvieron que intervenir su madre y mi Madrina. Nos “obligaron” a perdonarnos y a continuar como si nada hubiera ocurrido. El enfado pasó, pero desde luego la amistad no fue igual. Mi amiga no volvió a pisar mi casa. Lo entiendo, mis palabras fueron duras y si algún día la encontrase de nuevo, jamás le reprocharía su decisión. Pero ante nuestras familias, todo había quedado en un “perdona y olvida”.

La gente tiende a identificar el perdón con olvidar. Como leí en algún sitio: El que perdona no "hace justicia" con su concesión del perdón, sino que renuncia a la justicia al renunciar a la venganza, o al justo castigo o compensación, en aras de intereses superiores.

Y me considero en mi derecho a no renunciar a esa justicia. No hablo de denunciar, ni de hacerles pagar su falta, hablo de descargar sobre ellos las piedras de mi mochila, hablo de entregarles la culpa con la que yo he cargado toda mi vida. Hablo de mirarles a la cara y no bajar los ojos avergonzada si me reprochan que haya roto mi silencio, para que sepan que lo hicieron mal, que lo sé y que estoy en mi derecho a no olvidarlo. Nada mas. Quiero ser yo la que mire de frente. Quiero que en el futuro si me los encuentro sean los demás los que crucen la acera si no les gusta lo que denuncio.

Porque yo no hablo del perdón, hablo de devolución. De restablecer la responsabilidad de lo ocurrido que he cargado durante tanto tiempo a quien corresponde. Y creo firmemente que perdonarme es la única obligación que tengo conmigo misma. Y aún me queda mucho trabajo por delante porque aún hay cosas de las que no me absuelvo. Pero no puedo perdonar a mis abusadores ni a mis familias aunque tampoco les odio. Empiezo a entender sus circunstancias y a ver las opciones que tenían entonces (a toro pasado todo es mucho mas fácil) y creo sinceramente que de esas opciones que existían, eligieron una que me perjudicaba. Pero nadie me ha pedido perdón, nadie. En cambio si me han exigido que actúe con ellos como si todo hubiera sido olvidado, como si el simple paso del tiempo hubiera borrado la ofensa. No puedo exigir una disculpa -eso debe salir de ellos- y si no hay disculpa, no debería haber perdón. Además en cualquier caso estoy en mi derecho de conceder o no ese perdón.

No guardo rencor a mi familia biológica. No les deseo nada malo. Jamás he rezado porque sufrieran lo que yo sufrí como venganza o castigo. Pero no les perdono. Aún no. Y no sé si algún día lo haré. Ahora mismo los necesito fuera de mi vida. Y no me planteo reintegrarlos en ella en ningún momento. Porque cuando lo he intentado en el pasado, siempre me he sentido traicionada. Y si se me juzga por no perdonar a la familia a pesar de ser mis parientes, por ese mismo principio me siento en mi derecho a no perdonar sus graves errores precisamente porque son mi familia biológica y no me protegieron como debían.

Espero, quiero y deseo que mi hermana se recupere de su propia herida, que mi madre se perdone sus errores, pero no puedo ofrecerles ni siquiera mi apoyo en la distancia porque no lo siento en el corazón. Ya no siento a mi familia cerca de mí. Tengo madre y hermanos, pero ya no son mi familia. Si debo definir lo que siento por ellos es indiferencia. Como si ya no estuvieran ahí, como si ya no fueran nada mío. No les deseo ningún mal ni ningún bien. No les deseo nada, sólo que me olviden.

Pero eso me hace sentir desamparada. Porque me duele en el alma cuando algún amigo cuelga en su muro del Facebook una foto, o una canción, o un enlace que le dedica a su padre o a su madre. Al principio me hace sentir rara, incluso me sorprende porque pienso: “Es verdad, la mayoría de la gente quiere a sus padres, a sus hermanos…” pero es algo totalmente ajeno para mí. Como si toda la vida hubiera sido huérfana. Me hacen preguntarme ¿Por qué yo no puedo querer a los míos? ¿Por qué a veces me siento mala persona cuando digo que no los puedo perdonar?

Este proceso lo llevo asimilando desde hace años. Pero creo que es la primera vez que me atrevo a expresarlo de manera clara. Porque hasta ahora albergaba la esperanza de su colaboración. De iniciar de nuevo el contacto con mi madre y mi hermana para hablar abiertamente de mis abusos y que me ayudasen a colocar piezas del puzzle. Que me explicaran algunos comportamientos o me aclarasen porque ocurrieron algunas cosas en mi infancia. Estoy segura que con su ayuda mi proceso sería mucho mas sencillo. Posiblemente igual de doloroso, pero al menos sería menos caótico. Como extirpar un tumor, si sabes dónde está exactamente, la cirugía es mas precisa que cortando a ciegas. Pero ellas han elegido bando. Si no estuvieron en mis derrotas, no las quiero en mis victorias. Y si les duele, no será por mi culpa, sino por la de mis abusadores que son los que causaron la herida.

En el caso de mi Madrina lo siento ligeramente distinto, porque también pienso que si hubiese contado con su colaboración me hubiera ayudado mucho. Pero con todo el dolor de mi corazón tendré que seguir mi camino sin ella, aunque a diferencia de mi madre aún la aprecio. No es que la perdone, porque hay cosas que me han dolido profundamente de ella, pero supongo que la quiero demasiado para borrarla de mi vida de forma definitiva y si se reincorpora mas adelante bienvenida será, pero no voy a esperarla.

Creo sinceramente que si los adultos de mi infancia, aquellos que no me protegieron debidamente, al menos terminasen reconociendo el daño y me dieran ahora su ayuda, sin segundas intenciones, sería para mí un gesto que me acercaría mucho al perdón. O al menos estaría dispuesta a sentarme con ellos sin reproches futuros. Pero a los únicos que posiblemente no perdonaré jamás, es a mis abusadores. Para mí, su mayor castigo, en caso de que sigan vivos, sería no poder ser perdonados jamás. Vivir el resto de sus días y de los míos sabiendo que no obtendrán mi perdón. No les deseo nada malo, pero no les perdono.

En mi país el delito de Abuso Sexual Infantil prescribe pasados quince años desde la mayoría de edad de la víctima por lo tanto yo ya no puedo aspirar a ningún tipo de justicia ordinaria. Y tampoco la busco. A estas alturas poco me importan ya los tribunales, no creo en ellos. Pero creo haber descubierto cómo hacer justicia con mi niña perdida. La mochila ha sido vaciada. En estos meses me he dedicado a repartir su carga sobre todos aquellos que me la entregaron en mi infancia. No es mía, es hora de devolver las piedras, gritándole al mundo lo que me hicieron y lo que no hicieron por ayudar, sin culpa, sin vergüenza, y haciendo lo posible por concienciar a la sociedad para que no se repita. Una gota en el mar. Pero, mi gota.

Si he de elegir entre perdonar o buscar justicia para calmar mi alma, creo que apuesto por lo segundo. Yo no perdono. Yo acepto, me conformo, no busco compensación, pero no perdono.



"La justicia es una constante y perpetúa voluntad de dar a cada uno lo que le toca"
Francisco de Quevedo. (1580-1645) Escritor español.


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