sábado, 19 de enero de 2013

CRONICAS POR LA MUERTE DE MI PADRE




Lo primero que sentí fue un vacío en el estómago. “Hambre”, pensé. Sin duda era la hora de un café. Barajé la posibilidad de llamar a una de las hermanas de mi Madrina, con la que siempre he tenido mas confianza. Consideré que ella si debería saberlo y contárselo a su hermana, aunque sólo fuera para que en el futuro no me dijeran que no las había avisado. Cuando alguien muere es de buena educación notificar a los conocidos del fallecido, por si quieren presentar sus respetos. Yo no tenía ninguna intención de hacerlo, ni creía que alguno de mis Padrinos quisiera hacer un viaje de cientos de kilómetros para ello, pero nunca se sabe. A veces te llevas sorpresas y ella -mas bien su hermana- tal vez quisiera tener un gesto de algún tipo, porque a mí sin duda la noticia no me había afectado en absoluto.


Hacía siete años que no quería saber nada de él, que le colgaba el teléfono y que me importaba un comino si estaba vivo o muerto. Y que la hermana de un vecino de mis padres me avisara de su muerte no iba a cambiar mis planes. Así que me calenté un café y me senté a saborearlo mientras esperaba a mi pareja que había salido a hacer la compra semanal. Fue entonces cuando mi Monstruo empezó a hacer preguntas sin contar conmigo.

Al principio las ignoré. Me decía a mí misma que me daba igual, que él había muerto hacía mucho para mí, que no me importaba lo que le ocurriese. Y de hecho la primera hora la llevé muy bien hasta que hablé con la hermana de mi madrina. Me empezó a hacer las mismas preguntas que me hacía mi Monstruo dentro de mi cabeza. Que si iba a ir al tanatorio, que si acudiría al cementerio, que si asistiría al funeral. Y a mi Madrina Menor le confesé lo que a mi Monstruo le había negado: que no tenía muy claro cómo debía actuar.

Le pregunté su opinión a cerca de qué hacer en caso de que no me avisasen de manera “oficial”, porque al fin y al cabo, yo me había enterado por un vecino que vio la esquela. Aunque yo casi había tomado la decisión de no hacer nada. Porque ocho años antes, en la comunión de mi hijo, mi madre y mi hermana se presentaron sin ser invitadas, y si les reproché el gesto de presentarse sin invitación, pensaba que debía comportarme acorde con lo que criticaba y no presentarme de ninguna manera si no se me avisaba previamente. Me dio la razón: “Uno no va a los sitios donde no se le invita” me dijo. Ella me recomendó esperar a que alguien de mi familia se pusiera en contacto. “Si lo hacen, acude sólo al cementerio. Es un lugar que invita al silencio, la ceremonia suele ser mas corta, puede haber mas personas que están por otros motivos y allí no se atreverán a montarte un “numerito” si apareces. Sería distinto si te presentases en el tanatorio o en la iglesia, allí si es posible que den rienda suelta a los reproches.”

Había imaginado su muerte en numerosas ocasiones. Y había intentado pensar en cómo actuaría cuando llegara el caso. Y siempre imaginaba -si acudía- que habría enfrentamiento, confrontación. Reproches de mi hermana, llantos de mi madre, e intentos de conciliación por parte de mi hermano mayor. Pero nunca me imaginé dando la cara y hablando claramente de lo ocurrido en mi infancia. En aquella época yo aún estaba en los inicios de mi rehabilitación y no reconocía que todas mis secuelas son producto de los abusos. Ni siquiera sabía distinguir qué eran secuelas y qué no, todavía pensaba que yo era así de “rarita”. En aquellos momentos yo no era consciente de los daños. Y sin duda hubiera soportado la bronca de mi hermana con la cabeza gacha y me hubiese ahogado en excusas banales.

Tal vez me hubiese atrevido a reprocharles, por ejemplo, el último gesto que tuvieron en la Primera Comunión de mi hijo, les habría dado motivos mas que suficientes para eliminarlos de mi vida por mil tonterías mas pero creo que jamás me hubiese atrevido a sacar los abusos sexuales de mi padre, entre otras cosas porque realmente todavía no pensaba que tuviesen relación con el conflicto familiar a pesar de que es sobre lo que ha girado todo.

Pero sé que su respuesta me hubiera hundido. Posiblemente me hubieran vuelto a recordar que nunca los he querido a pesar de sus esfuerzos por darme lo mejor incluso sacrificándose y permitiendo que yo me criase con otra familia porque creían que sería lo mejor para mí, otra familia que para ellos resultarían ser unos acaparadores que se aprovecharon de su superioridad económica e intentaron robarles a mis padres su bien mas preciado. Sé que hubiera regresado a casa con la certeza de ser la mujer mas desagradecida de la tierra. Pero sé que a pesar de ello, me hubiese mantenido firme en mi negativa a que volvieran a mantener una relación aparentemente cordial conmigo. Porque de algún modo, en la época en que murió mi padre yo ya tenía muy claro que era mala, que todo el mundo me odiaba, pero que de alguna manera eso me hacía ser mas feliz. Es como si hubiese descubierto que el “lado oscuro” era mi estado natural, y me identificaba con cualquier malvado personaje del cine o la literatura, porque yo no era una buena persona. Alguien a quien no le importa si su madre está enferma, si su hermana trabaja o si su hermano es padre, no puede ser digna de confianza. Una persona a la que no le importa la muerte de su padre es una persona sin alma, sin sentimientos, una egoísta sin escrúpulos.

Y como buena egoísta tenía establecido mi territorio particular en el que sólo entraban mi marido, mi hijo y para ciertos asuntos, mis Padrinos. Porque incluso a ellos los había apartado un poco de mí. Cada uno vivíamos nuestra vida sin intervenir en la de los otros, yo conocía de sus vidas o sabía de los logros de sus hijos (mis sobrinos postizos, de alguna manera) pero muy por encima. Porque veía reflejado en esos niños a los que vi crecer todo lo que yo no había conseguido por inútil, por ser indigna de las oportunidades que se me habían brindado en mi infancia.

Aquel día todos esos pensamientos volvieron al presente, y de nuevo volví a imaginarme ante mi familia sintiéndome degradada y egoísta por pensar sólo en mi bienestar. Mantuve una larga conversación con mi Monstruo y le di la razón en todo, pero lejos de hacerme sentir hundida, me comparé con los grandes malvados de la historia que se regodean con el dolor de los demás, disfrutan sabiendo el mal que causan y pasan su vida engañando a sus semejantes para sacar un beneficio. Y como esos malvados, me puse la careta del duelo. Porque tras la llamada a mi Madrina Menor y a mi marido para darles la noticia de la muerte de mi padre, empezaron las llamadas de condolencia.

Me llamaron algunas compañeras del trabajo, y algún miembro de mi familia política. Y enseguida me di cuenta de lo que podía ocurrir si me quedaba sentada sin hacer nada, así que mi siguiente llamada fue a la madre de mi pareja, para que avisara a toda su familia que no fueran al tanatorio porque yo no estaría allí. No quería que conocieran a mi madre y a mi hermana y que les preguntaran por mí. Quién sabe lo que les habrían dicho. Vivo en una localidad pequeña y es muy tradicional este tipo de gestos de parte de los parientes, que aunque ninguno conociera a mi familia era muy probable que fueran a darme el pésame. Y de nuevo la sensación de ser perversa y de que todo el mundo se iba a dar cuenta de ello cobró fuerza. ¿Cómo no voy a ir al sepelio de mi padre? Sin duda alguno se lo habrá preguntado. Incluso días mas tarde, recuerdo encontrarme con un conocido que al saber la noticia se puso frente a mí y me dio un sentido abrazo dándome sus condolencias. Fui una actriz excelente, le agradecí el gesto mientras por dentro mi Monstruo me aplaudía por la bajeza moral de fingir una pena que no existía.

El resto de mis Padrinos Menores también me llamó. Todos me preguntaron si iría a los funerales y todos me recomendaron que me dirigiera a una iglesia a rezar una oración íntima por mi padre, ya que todos coincidían en lo sensato de no acudir junto a mi familia biológica. Nunca lo hice, no sentí jamás la necesidad pero no se lo dije, prefería no desvelar mi mala conducta ante nadie.

La única llamada que realmente me llegó al alma fue la de mi Madrina: “Hola cielo, mi hermana me ha dado la noticia. Como comprenderás no siento ninguna pena por su muerte. Fue un autentico cabrón que le hizo la vida imposible a todo el que le conoció. Sólo espero que tú estés bien” Me rompí. Lloré como hacía mucho que no lloraba, porque agradecí sus palabras inmensamente. Es la única persona que ha conseguido reflejar perfectamente lo que yo sentía. Recuerdo que en ese momento llegó mi marido y me abracé a él entregada al llanto. Nunca he llorado su muerte, ni siquiera en aquel momento. Lloré porque me sentí comprendida por la única persona que ha dado la cara por mí en mi infancia. Porque por fin alguien entendía que yo no sintiera la muerte de mi padre.

Le enterraron al día siguiente a media mañana y en un impulso decidí acudir al cementerio horas mas tarde, cuando sabía que no habría nadie junto a su tumba. Sólo había unas flores. Me quedé mirando al vacío a través de la piedra, del suelo, de los nichos. Lo intenté. Intenté pronunciar unas palabras, sentir algo, llorar, gritar o reírme. Intenté sacar algo de dentro y sólo encontré el vacío. Un vacío negro y frío como el espacio exterior. Pasados unos minutos me di cuenta de la inutilidad del gesto. Fui allí pensando que podría por fin dar descanso a mi alma con la certeza de su muerte, como si con ella se llevara todos los fantasmas del pasado y lo único que pude hacer, cuando ya había iniciado mis pasos hacia la salida, fue retroceder en dirección a su tumba, arrancar una flor y estrujarla entre mis dedos, transformando mi mano en un puño. Por unas décimas de segundo tuve el impulso de tomar todo el ramo y destrozarlo allí mismo. Me contuve porque imaginé cámaras de seguridad para velar la profanación de los nichos, pero con gusto lo hubiera hecho en ese momento. Esa noche, tras varios años de tranquilidad, volvieron las pesadillas.

Desde el momento en que nació mi hijo, mi sueño se había vuelto pesado, profundo, imperturbable. Y de las noches en vela, las pesadillas o las drogas para dormir de mis Años Oscuros había pasado, con su nacimiento, a un estado de hibernación donde sólo me dedicaba prácticamente a cuidar del bebé y a dormir. Y con los años apenas me sentía mucho mas viva. Con la excusa del Peke, me negué a trabajar fuera de casa, cuando en realidad creo que es cuando desarrollé mi agorafobia y mi fobia social. Y me encerré en mi misma. Pasé del descontrol mas absoluto a encerrarme en casa sin salir, sin beber, sin drogas…

Y fue como si en los años de hibernación hubiera asumido todas mi secuelas como algo inevitable. Había conseguido eliminar algunas de las consecuencias de los abusos como era revivirlos con relaciones destructivas, el abuso de drogas, alcohol y sexo con desconocidos o las conductas autodestructivas. Pero mantuve e intensifiqué otras, como la culpa, la vergüenza, la falta de autoestima, la sensación de no valer absolutamente nada, de ser mala, la tristeza, el miedo… Y además añadí una autoimagen de persona mala, sin moral, egoísta, oportunista y materialista. Que no es un ejemplo para nadie porque no quiere saber nada de aquellos que le dieron la vida. Reprimía recuerdos y apenas había retrospecciones, así que la idea de que los abusos y mi forma de ser no tenían ninguna relación era absoluta y lógica.

Pero el día en que él murió la urna de seguridad en la que estaba encerrada saltó por los aires. Ya estaba quebrada. Años antes, cuando había cerrado la puerta a mi familia biológica y coincidiendo con mi primera toma de contacto en el tema ASI al leer un reportaje en el complemento semanal de un periódico, ya había empezado a tomar tímida conciencia de lo que eran los Abusos Sexuales Infantiles, y empezaba a sospechar que lo que a mí me había ocurrido se llamaba concretamente incesto. Pero a pesar de reconocerme en muchas de las secuelas, aún no había hecho la conexión lógica que se debería hacer. Aún no tenía asumido que si me siento sucia es por los abusos de mi padre, que si odio el yogurt líquido es por el recuerdo implícito que me evoca. Es como estudiar en el colegio un idioma, conoces la teoría, el vocabulario, pero hasta que no lo hablas con soltura, hasta que no “piensas” en ese idioma no lo comprendes en realidad. Su muerte dio inicio a esas conexiones.

Tal vez fue la coincidencia en el tiempo de diversas variables. Porque a su muerte se unió el hecho de poner en casa una conexión a internet por esas mismas fechas que me abrió la ventana al mundo exterior de nuevo, pero desde la seguridad de mi casa, y donde por fin podía empezar a recopilar de manera mas constante información relativa a mi pasado incestuoso. Y como ya me empezaba a familiarizar con mi pequeño ordenador personal volví a escribir. Saqué mis diarios y empecé una labor casi obsesiva por reescribirlos y trasladar al ordenador todos mis viejos pensamientos. Fue cuando se empezó a gestar en mi cabeza escribir un libro. Para mí fue como si por fin pudiera archivar mi mente en carpetas digitales con cierto orden en mis ideas. Algo con lo que siempre he estado obsesionada.

Pero junto a todos esos avances en utilizar herramientas que me ayudaran a descubrir qué era lo que pasaba dentro de mi cabeza, también volvieron los recuerdos, las pesadillas, las retrospecciones. Pero esta vez, lejos de hundirme, me han dado motivos para moverme, para avanzar, para rehabilitarme de manera activa. Si considero que mi rehabilitación se inició en el 2002 con un artículo en un dominical, la parte mas activa de esa rehabilitación se inició con el fallecimiento de mi padre.

Porque me dolió mucho no haber reunido jamás el valor de enfrentarme a él. Me sentí una cobarde, una “cualidad” negativa mas que añadir a mi lista. Pero algo había cambiado en mí. En lugar de asumir ese nuevo sentimiento como todos los demás, lo sentí como una ofensa. Como si no estuviera dispuesta a asumir que era asustadiza, que no tenía valor. A veces creo que ese insulto por parte de mi Monstruo fue la gota que colmó el vaso, porque no me sentí dispuesta a admitirlo sin mas ¿Cobarde yo? ¡De eso nada! Puedo ser lo que sea: mala, inculta, fea, egoísta, injusta, sucia, culpable, estúpida, inútil, un estorbo… pero ¿cobarde? No, los malos de mi imaginación eran de todo menos cobardes. Recuerdo pasar días enteros muy enfadada conmigo misma por considerarme cobarde. Lloraba de rabia por los rincones, y discutía con todo el mundo. Fueron semanas en las que estuve insociable.

Mi marido siempre me ha tratado de manera muy paternal. Siempre cuidando de mí, siempre protegiéndome. A veces se excede en su cometido y me corrige en público cuando digo algo inconveniente o elevo la voz (cuando estoy nerviosa subo el volumen, no puedo evitarlo) y que me regañe en público es una costumbre que nunca me ha gustado. Una tarde que nos reunimos con unos amigos, volvió a llamarme la atención discretamente por decir una palabrota. Él no tiene costumbre de decir improperios. Cuando llegué a casa, hervía de ira. Le increpé muy enfadada que me importaba un pimiento si no le gustaba mi manera de hablar, pero que ni yo tenía doce años, ni él era mi padre para llamarme la atención delante de nadie. Quedó sorprendido y me pidió perdón. Creo que en esa época empecé a imponer mi criterio con mas seguridad, a creer mas en mí misma, a dar mi opinión sin el miedo implícito a ser tachada de ignorante o inepta. Mi compañera de trabajo me dice que tengo muy “mala hostia”, y alguna persona mas me lo ha confirmado últimamente. Creo que, sorprendentemente para mí, tengo mucho mas carácter del que pensaba pero nunca hasta ahora me había atrevido a mostrarlo por miedo.

Normalmente los grandes cambios se ven cuando son completos, cuando están terminados. Y ahora, después de casi cuatro años creo que puedo observar que su muerte, lejos del dolor, lo que me inspiró fue rabia porque murió sin poder enfrentarlo, ira por los años perdidos por su culpa, cólera por tratarme como a un objeto sexual, y coraje. Sobre todo coraje. El coraje suficiente para empezar a cambiar las cosas que estaban mal en mi vida, para abrir la ventana y tirar por fin de una vez, todas las cosas que estorbaban, que hacían daño al golpearlas en la oscuridad. Casi un año después de su muerte fue la primera vez que tuve el valor de escribir sobre mis abusos fuera de mis propios diarios en el blog de Miguel Adame, me registré en el FOROGAM, abrí mi propio blog del que todos sois testigos… En una palabra, volví al mundo, y creo que esta vez para quedarme.

Pero ahora, con el paso del tiempo y mi trabajo de rehabilitación activa, por fin puedo añadir un triunfo mas, un detalle que por la importancia que tiene para mí quiero destacar: No sé si alguna vez quise a mi padre. Hay días en que creo que sí, hay días en que creo que nunca lo amé. No hace mucho me di cuenta que yo le buscaba durante mis abusos para intentar arrancar de su persona algo de humanidad, no sé si porque le apreciaba o porque es lo que el ser humano busca siempre entre sus semejantes. Pero por encima de todo, acaparando mi vida como una sombra siniestra siempre estuvo el miedo. No sé si le amaba, pero le tenía miedo, mucho miedo. E incluso muerto creía que mi padre me iba a seguir torturando tanto como lo hizo en vida, que su fantasma me perseguiría siempre. Parte de mi recuperación consistió, por recomendación del Psicólogo, en escribir una carta y leerla ante su tumba. Resultado: por primera vez en 46 años, puedo decir: “no tengo miedo de mi padre”. Y creo que su muerte y mi rabia fueron el pistoletazo de salida para mi sanación real.


“No os espante la muerte; o extermina o transforma vuestra existencia”
Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.) Filósofo, político, orador y escritor romano

Némesis


1 comentario:

  1. ...me siento muy identificada con tu historia...
    gracias por compartirla! :)

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