sábado, 11 de agosto de 2012

La cerradura de la trampa.


Culpa: 1 – Falta que se comete voluntariamente. 2 – Responsabilidad que recae sobre alguien por haber cometido un acto incorrecto. 

Responsabilidad: …3 – Obligación de responder ante ciertos actos o errores.

Debía tener diez o doce años. Acompañé a mi madre una mañana a la casa de la señora donde ella limpiaba. Era una mujer muy agradable que me recordaba mucho a mis Padrinos. Su trato era amable y su casa tenía detalles decorativos similares a los de la casa donde guardo mis mejores recuerdos. Mi madre me ordenó quedarme sentada en una salita hasta que ella terminara. En la salita había un joyero, lo abrí. Dentro había un montón de anillos y pulseras con piedras de colores. La dueña me vio enredando con las alhajas y me dejó seguir jugando con ellas. Me acordé de mi Madrina, que en ocasiones me dejaba jugar con sus joyas. Recuerdo un anillo que llevaba engarzada una piedra que cambiaba de color con la temperatura. Mi Madrina me decía que indicaba nuestro estado de ánimo, siempre me lo dejaba cuando yo estaba enferma. La señora tenía un anillo igual.

Lo robé. Creo que me llevé algún anillo mas y no tengo ni idea de porqué lo hice. Yo sólo los cogí para jugar porque se parecían a los de mi Madrina. A mi madre casi le da un ataque cuando los encontró en mi habitación al día siguiente. Me hizo ir a la casa de la señora y pedirle perdón por el hurto. La dueña de las joyas fue muy condescendiente conmigo. Me aseguró no haber echado en falta los anillos y creo que ni se planteó la posibilidad de denunciarme. Supongo que el nivel de confianza que tenía con mi madre jugó a mi favor y la mujer consideró mi falta como una chiquillada. Me da cierta vergüenza hablar de estos hechos. Confesar un robo nunca es agradable pero creo que aprendí la lección, hice propósito de enmienda y no volví a hacerlo.

Hace poco me reprocharon que ese gesto demostraba que yo ya era una mala persona en aquella época. Que tomaba las cosas sin pedir permiso, que mi ambición nunca ha tenido límites. No sé si ya entonces yo era mala, pero desde luego, tras el revuelo que se organizó no me quedaron mas ganas de sustraer nada a nadie. El sentido de la propiedad me ha quedado muy claro desde entonces.

¿Culpa? Ya no. Si acaso responsabilidad. En este caso si me siento totalmente responsable de lo que hice. Me arrepentí y asumí esa culpa. Para mí, la responsabilidad es asumir la culpa de algo que has hecho mal voluntariamente. Primero eres culpable, y cuando te haces responsable de tus actos, asumes tu culpa, la tragas como una medicina de mal sabor. Cumples con tu castigo. Pero creo que es un peso que después llevas con cierta soltura. Como una cicatriz.

El problema viene cuando la culpa se queda atravesada en la garganta como la espina de un pescado, que por mas miga de pan que ingieres no consigues tragar la espina. Esa es la que hace daño. La que no consigo asumir, la que ruego a diario que me sea perdonada y no consigo perdonarme a mi misma. Tal vez porque aún no he conseguido separar mi propia responsabilidad de la de mi padre. En mi proceso empiezo a entender que durante los abusos no tenía capacidad ni física ni intelectual para evitar que me tocara, se masturbase sobre mí o me obligara a que le acariciase. Pero es difícil, muy difícil romper con ese sentimiento de culpa.

Ya he dicho que él empezó a “moldearme” para que yo accediera a sus perversiones desde muy pequeña. Con cinco o seis años, él ya probaba la “elasticidad” de mi vagina, Ya hacía tentativas de entrar después de deslizar el pene a lo largo de mis labios genitales. Tengo la sensación grabada en mi mente de sus dedos manipulando mi clítoris. A veces sentía dolor, sus uñas me arañaban y solo sentía incomodidad, pero consiguió manipular mi cuerpo con presteza mas veces de las que estoy dispuesta a reconocer. A veces creo que su habilidad ha sido fruto de años cometiendo sus perversidades, a base de ensayo y error hasta cometer sus indignos actos de manera que sus huellas desaparezcan y sólo queden nuestros propios recuerdos.

Hace poco en el foro de ayuda en el que estoy, una forera hablaba del placer como de la cerradura de una trampa. No puedo estar mas de acuerdo. Yo intento ver los abusos como un todo en el que caí como en una trampa mortal que él preparó con habilidad. Pero a veces recuerdo situaciones concretas que no me ponen nada fácil reconocer que aquello era culpa de mi padre. Porque a veces he sentido cosquillas en el estómago, a veces he notado sus manos juguetonas ahí, en mi sexo, dedos que adquirían habilidad para tocar hasta lubricarme y me he sentido flotar como mecida en el limbo. A veces el recuerdo no tiene espacio físico ni temporal, a veces no se dónde estaba ni la edad que tenía, a veces (que dios me perdone) a veces me gustaba. A veces tan solo existe el recuerdo sensorial de mi mente contando elefantes equilibristas en un circo imaginario para intentar desconectar mis sentidos de lo que ocurría y detener la cuenta porque ya no estoy allí, ni en el circo, ni siquiera en mi cuerpo. A veces él me ha trasportado, como sólo años mas tarde me han transportado algunos hombres y después mi marido. Es algo con lo que aún no consigo lidiar como debería porque me es absolutamente imposible separar el placer con algo prohibido, sucio, asqueroso, depravado, delictivo, condenatorio, pero que no puedo controlar.

No recuerdo cuando tuve mi primer orgasmo. Si sé que antes de los seis o siete años ya debía tener orgasmos habitualmente, porque si recuerdo lo que pensaba: Siempre lo he imaginado como tener una bola dentro, que va creciendo poco a poco a la altura del estómago, y en el momento del clímax, baja de golpe a la vagina, se ensancha y bombea. y recuerdo experimentar todo el proceso sabiendo perfectamente lo que ocurriría a continuación. Y aguardar a que ocurriera con una mezcla de miedo, asco, placer, descarga, y la sensación de que mi mente iba a estallar en mil pedazos. Incluso imaginaba mi cabeza explosionar lanzando trozos de carne, sesos y sangre por toda la habitación. Y esos orgasmos no siempre los provocaba él, a veces me encerraba sola en el baño. Son recuerdos muy perturbadores para mí. Me hacen sentir una vendida, alguien que no es capaz de controlar las reacciones de su propio cuerpo, y me siento traicionada.

Y esa sensación se incrementa cuando debo confesarme a mi misma ser yo la que lo permitía e incluso lo esperaba cuando era niña. Recuerdo la habitación de mis padres, con la tele sobre el aparador y la cama paralela al mueble pero bajo la ventana. Junto a la puerta siempre estaba una o dos banquetas de la cocina, creo que de asiento rojo, donde nos sentábamos el resto de la familia a ver la tele. Era entonces cuando mi padre me llamaba. Me hacía un hueco entre él y mi madre para ver los dibujos, y entonces mi hermana tomaba el relevo en la banqueta. Aún siento la respiración de mi padre detrás de mí, aún siento su mano tocándome el glúteo, y recuerdo perder el aliento por un momento. El tiempo se detenía cuando sentía en lo mas profundo de mi ser un dedo entrando en mi alma. Aún siento, como si ocurriera ahora mismo, helárseme la sonrisa, tensar mi cuerpo, sentir la adrenalina que produce el miedo y mirar de inmediato a mi hermana sentada en la banqueta. De mi madre no debo preocuparme, está delante de mí dándome la espalda, mirando el programa, sólo debo tener la precaución de no moverme para que ella no note movimientos extraños en la cama. Mi hermana está mirando la tele, parece que no se ha dado cuenta, pero no la pierdo de vista por si de repente me mira. Porque si lo hace se descubrirá todo. Y empiezo a contar elefantes…

Creo que no tenía mas de seis años. Pero ya entonces tenía la sensación de ser un hábito, un secreto entre él y yo, algo oculto y perturbador que nadie debía conocer porque a veces al final me gustaba lo que me hacía. Y si en esos momentos yo sentía placer, era la primera en ocultar los hechos, en no llamar a mi madre o a mi hermana, Porque si tras el primer impacto me agradaba es que no podía ser tan malo, y él no se lo contaría a nadie. Pero me sentía sucia, cómplice, como si estuviera cometiendo el peor de los delitos. Ni siquiera cuando le robé los anillos a la señora de la casa donde limpiaba mi madre llegué a sentirme tan mala persona.

En esos momentos, cuando me invade uno de esos recuerdos, es cuando lo paso realmente mal. Cuando desearía arrancarme la piel a tiras, cortar mi carne hasta hacerla jirones, gritar hasta morir. Aún me recorren escalofríos pensar en los momentos en que conseguía excitarme, porque la culpa se instala de inmediato delante de todos los argumentos que dicen que era una niña, que no podía evitarlo, que el cuerpo está preparado para sentir placer.

Yo odiaba que me tocara, me parecía repugnante escuchar su respiración jadeante en mi oído, no soportaba su olor, y esas manos grandes siempre con motitas de pintura entre las uñas. Ya entonces, sentir placer me enfurecía, me odiaba por ello y a veces me gritaba a mi misma ¡No, no debo sentirte así! ¡No quiero que siga tocándome! ¡No deseo que crezca la bola! Creo que fue entonces cuando nació mi monstruo, cuando le di forma, porque a pesar de no desearlo, a pesar de anhelar que por fin se llevara la mano a su pene para terminar por eyacular sobre mí y me dejase ir, una parte de mí esperaba, pasado el primer momento de pánico, que me tocase sin hacerme daño y bajara la bola. A veces deseaba la descarga que producía mi cuerpo, a pesar del miedo que me daba, a veces incluso la busqué. Y cuando recuerdo esa excitación no puedo evitar cerrar los ojos y sentir como una parte de mí se quiebra por haberme permitido sentirlo.

Recuerdo una pintada en la puerta de unos servicios que decía: “Si la violación es inevitable, relájate y disfruta”. La primera vez que lo leí, me dio un vuelco el corazón, y aunque en esos momentos no supe asociarlo, creo que mi subconsciente comprendió de inmediato que eso es lo que yo hice durante toda mi vida hasta bien entrada mi Hibernación. acudir al sonido de lo inevitable.

En el Año del Infierno recuerdo levantarme e ir a su cama. Escribir esta simple frase ha sido todo un acto de fe. Porque para mí es como declarar haber torturado a un niño y confesar que he sentido placer al hacerlo. Y creo que nadie es capaz de imaginar lo que uno siente cuando se confiesa a sí mismo sentir placer con el sufrimiento de un inocente y la enorme vergüenza que siente al admitirlo en público. Es como una losa que se arrastra en el alma de por vida. Y sólo pido a quien lea esto, que sea capaz de perdonarme por sentir ese placer cuando otra parte de mí me gritaba a todo pulmón que por dios parase. Algunos tal vez lo perdonaréis. Yo no puedo.

Porque aún no se porque lo buscaba. No sé si era para que me dejara volver con mis Padrinos, tal vez por que en esos momentos en que me acercaba a él se volvía cariñoso, simpático, tierno, o para que no me diera miedo. A veces creo que yo le buscaba como aquel que se entrega a lo irremediable para quitarlo de en medio cuanto antes. Como cuando tenemos que hacer una tarea que no nos gusta y tenemos dos opciones: o posponerla en el tiempo lo máximo posible o hacerla cuanto antes y terminar rápidamente. Y continúas con tu vida con la sensación de que al menos por un tiempo él no te molestará mas. Y me pesa, me pesa mucho, porque si es el miedo lo que se impone en los recuerdos generales de mi infancia ¿Por qué le buscaba?

Y no dejo de rememorar los argumentos que tantas veces he leído de aquellos que se justifican o justifican a los agresores: Que era débil, que no podía reprimirse, que estaba enfermo, que perdió la cabeza, que era inculto, que estaba borracho, que la niña es quien lo incitaba porque tenía orgasmos… La persona que me recordó la escena de los anillos también me ha dicho algo de esto, que yo era quien le buscaba, que muchas veces me iba de su lado para estar con él. Que lo manipulé para sacar un beneficio, para poder acusarle posteriormente de abusos y poder volver con mi Madrina. Y no puedo evitar que mi Monstruo me susurre al oído que ella tiene razón. Y me hunde.

Durante años me he considerado “mala” por esos hechos y esos recuerdos. Él me llamaba a su cama como el que pone el cebo en la jaula, y cuando me tocaba se cerraba la trampa, y no podía salir. Porque la cerradura de la trampa es el placer. Yo sentí placer, y eso me ató a su secreto por mucho tiempo. Porque una parte de mí creía que buscaba mi propio goce. No me he dado cuenta de esto hasta que hablando de ello con una forera del GAM me preguntó: ¿Acaso en casa de tu Madrina, el afecto por tus padrinos te llevaba a buscar el sexo? No. Definitivamente, no. Jamás recuerdo haberme acercado al padre o al hermano de mi Madrina buscando sexo, ni siquiera una simple caricia. De toda esta mierda lo único que si recuerdo cuando estaba en casa de mis Padrinos era la masturbación compulsiva. Pero recuerdo que no lo asociaba con sexo, o con abusos, simplemente sentía un fuego interior que necesitaba sacar como fuera y me desahogaba en el baño. Hasta que no tuve diecisiete o dieciocho años no me di cuenta que “eso” que hago desde siempre es masturbarse.

Me han explicado que en los casos de víctimas muy pequeñas se altera el sistema nervioso. Como el cuerpo en principio no está pensado para experimentar la tensión sexual a esas edades y el sistema nervioso aún no ha madurado, se produce una sobrecarga similar a la que puede tener un circuito eléctrico sometido a un exceso de tensión. Y como el abuso genera ansiedad en el niño, este termina por asociar ansiedad y tensión sexual, de manera que posteriormente cada vez que experimenta ansiedad, por la causa que sea, busca eliminarla mediante la tensión sexual-relajación posterior.

Pero sigo sin verlo en mí. Mi Monstruo me sigue susurrando al oído que eso son sólo excusas que pongo ante los demás. Soy sólo la imagen de niña buena que mucha gente cree ver cuando en realidad, si me conocieran, me lapidarían. Sigo sintiendo que eso no tiene nada que ver con mi historia personal. Sigo mirándome al espejo y viendo el reflejo de alguien que vendió su alma al mejor postor y que es una ninfómana que se desahoga a solas en numerosas ocasiones.

Pienso en otras historias de abusos, de víctimas que los sufrieron como yo pero se confiesan aterradas ante el sexo, sin haber experimentado jamás un orgasmo, víctimas que tan solo recuerdan su dolor. Y me pregunto porqué yo recuerdo además del miedo y el dolor, el placer. Y no me atrevo a buscar la respuesta. No me atrevo a contestar porque tal vez la respuesta me lleve a la jaula de por vida.

NÉMESIS

http://nemesisenelaverno.blogspot.com.es/2012/06/la-cerradura-de-la-trampa.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Participa con tus contribuciones y comentarios