martes, 28 de febrero de 2012

Intervención con la familia.

Antes de iniciar una intervención específica con la familia del menor víctima de abusos, es necesario asegurarse, como ya se ha comentado anteriormente, de que el niño no vaya a ser objeto de una nueva agresión sexual. Para ello se actúa en tres direcciones: en primer lugar, el abusador debe admitir su culpabilidad, estar de acuerdo en la terminación de ese comportamiento y permanecer, al menos inicialmente, separado de la víctima; en segundo lugar, se debe capacitar al menor para informar de manera inmediata de ulteriores episodios de abuso; y, en tercer lugar, los cuidadores del niño -la madre fundamentalmente- deben demostrar su determinación de protegerlo en el futuro. En general, la separación de la víctima de la familia no es recomendable. Las razones son diversas: el menor puede sentirse culpable al verse desterrado de la familia; se refuerza la tendencia de la pareja a unirse contra la víctima; y, lo que es extraordinariamente importante, no siempre resulta fácil encontrar un lugar apropiado en donde situar al niño. Hay casos en que la decisión adecuada puede ser la salida del abusador (padre o padrastro) del hogar. No obstante, en algunas circunstancias la separación de la víctima de un marco familiar patógeno y la entrega a una familia de acogida -o el ingreso en un internado- pueden ser la única solución para garantizar la protección y el desarrollo armónico del niño.


Necesidad de la intervención terapéutica

En el caso de que el menor permanezca dentro del hogar familiar, y una vez asegurada su protección en los términos anteriormente planteados, la intervención con la familia es necesaria por tres motivos fundamentales. En primer lugar, porque los padres y hermanos de la víctima también pueden manifestar reacciones emocionales adversas. En segundo lugar, porque pueden querer sabotear o retirar al niño del tratamiento. Y en tercer lugar, porque intervenir con los diferentes miembros de la familia facilita la generalización de los efectos del tratamiento. Los objetivos de la intervención con la familia se van a centrar básicamente en dos aspectos fundamentales: proporcionar apoyo psicológico a los familiares y enseñar a los padres estrategias para el control de las conductas del niño. En general, se propone comenzar con la terapia individual para cada miembro antes de hacerlo por parejas con el fin de examinar sus relaciones. La participación de la familia como un conjunto suele ser el último eslabón de la cadena. No obstante, en una gran mayoría de los casos, la intervención con los cuidadores del menor debe dirigirse en un primer momento a la adopción de estrategias urgentes de afrontamiento, especialmente en lo que se refiere a los contactos con los Servicios Sociales o con el sistema policial y/o legal (denuncias, declaraciones, juicios, etc.). En este sentido, el camino que tienen que recorrer los afectados por este tipo de problemas es aún muy difuso y complicado. Es más, en ocasiones son los propios profesionales implicados en este tema los que pueden llegar a proporcionar mensajes confusos e incluso contradictorios sobre los pasos a seguir. Estas dificultades adicionales en el camino, junto con la lentitud que caracteriza a este tipo de procesos, pueden afectar muy negativamente al estado psicológico de los familiares del menor e impedir su adecuada recuperación.

Por otro lado, la respuesta de los padres ante la revelación del abuso puede llegar a ser más intensa que la del propio niño. Los sentimientos de vergüenza y culpa, de cólera y pena, de miedo y ansiedad, afectan a los padres de tal manera que repercuten muynegativamente en la víctima. Se sienten, a veces, incapaces de proteger al niño en el futuro y su autoestima se ve notablemente afectada. Asimismo, no se debe olvidar el impacto psicológico que supone para la madre el descubrimiento de que su pareja ha abusado sexualmente de un menor (generalmente, además, su propio hijo). En el peor de los casos, puede llegar a encolerizarse con el propio niño y culparlo de lo sucedido. El terapeuta debe realizar una evaluación exhaustiva del estado psicológico de los miembros de la familia y de las estrategias de afrontamiento utilizadas, así como elaborar un plan de intervención orientado tanto a eliminar las reacciones adversas derivadas de la revelación como a garantizar que sean capaces de proporcionar al menor el apoyo emocional que requiere para su adecuada recuperación. En lo que se refiere a la sintomatología derivada del descubrimiento del abuso, los problemas parentales objeto de tratamiento pueden ser variados. Los más frecuentes son las dudas de la madre ante las afirmaciones del niño y sus sentimientos ambivalentes hacia el agresor, las atribuciones causales del abuso sexual, el miedo a que el daño sufrido por el menor sea irreversible y a que ella no sea capaz de protegerlo o de prestarle el apoyo emocional necesario y, finalmente, los síntomas de ansiedad o depresión.


Programa de intervención Las estrategias cognitivo-conductuales más adecuadas para abordar estas cuestiones pueden ser las siguientes:

Asesoramiento psicoeducativo

Los familiares deben conocer las posibles consecuencias psicológicas del abuso, tanto para la víctima como para ellos mismos. Es necesario que comprendan el estado psicológico del menor y sus propios síntomas. No se trata de alarmarlos anticipando secuelas que pueden no llegar a darse, sino de facilitar la información necesaria sobre este tipo de problemas y sus efectos sobre las víctimas y los familiares, de aclarar las posibles preocupaciones y dudas planteadas y de proporcionar las estrategias necesarias para afrontarlas y solucionarlas. En realidad, en lo que se refiere al apoyo específico que se le debe proporcionar al niño, los familiares de la víctima deben mostrarle, de forma verbal y no verbal, que le creen y que puede contar con ellos para lo que les necesite. No es adecuado pedirle al niño que olvide o que supere lo que pasó como si nada hubiese ocurrido, pero tampoco se le debe presionar para que hable. Lo realmente fundamental en estos casos es conseguir normalizar la vida del niño y restablecer, en la medida de lo posible, sus hábitos cotidianos, que es uno de los mejores predictores de mejoría. Estas indicaciones, junto con un entrenamiento a los padres en habilidades de observación y registro de las conductas del niño, así como en las estrategias básicas de adquisición de comportamientos positivos y de eliminación de conductas desadaptativas, pueden ser suficientes, al menos en muchos casos, para favorecer la recuperación del menor.


Lo que se debe hacer:

 Demostrar que se le cree y que se confía en él
 Apoyarle y felicitarle por su valentía al contarlo
 Escucharle con atención cuando quiera hablar de ello
 Hacerle saber que no es responsable de lo ocurrido
 Ofrecerle seguridad y protección
 Respetar su intimidad y pedirle permiso para solicitar ayuda especializada
 Informarle de las futuras actuaciones

Lo que no se debe hacer:

 Insistirle en que olvide lo sucedido
 Presionarle para que cuente lo que pasó
 Responsabilizarle o culpabilizarle de los abusos
 Recriminarle por no haberlo contado antes
Adoptar actitudes sobreprotectoras.




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