martes, 24 de enero de 2012

Testimonio: El abuso sexual que no fue.


Ya pasaron las navidades, esas bonitas fiestas donde se reúnen gentes lejanas que como ya no se conocen despellejan las viejas cicatrices y las ponen a sangrar.
En el sillón de enfrente, el salón vagamente conocido, recordado, el hombre mira a la niña. Te he traído un regalo, dice, y una bestia te salta en el estómago. Agarras a tu hija por la cintura y la atraes hacia ti. Tumb, tumb,tumb, los primeros latidos en las sienes, sabes lo que te asaltará. Dámelo, susurras colgando la mirada de un viejo retrato al carbón, dámelo a mí que se lo doy. La cría te mira, mira al hombre, y nota que tu cuerpo se ha tensado. Sabes que lo nota porque se refugia entre tus piernas y se encoge como el animalillo que es. Sus huesos casi no necesitarían caja. No, mujer, que venga ella, dice. Ven y dame un beso, preciosa, te he traído un regalo, insiste.
Uno de los temas más difíciles de poner por escrito está en los alrededores de los abusos sexuales infantiles y en las entrañas del miedo que guardan. Describir el miedo que no tiene razones. O quizás sí, quién sabe. Que no tiene razones evidentes. Describir a la bestia que guarda la madre.
De repente te sientes ridícula y el filo seco del miedo se convierte en una amenaza peor que la amenaza del hombre. Son dos amenazas. La del hombre. La del miedo. Son dos amenazas que quizás no existen, pero tuyas. No cedas al miedo, te dices, deja ir a la niña, es un amigo de la familia, a qué viene esto ahora. Y mientras empujas a la pequeña hacia el hombre notas cómo la bestia sale de la cueva, tu bestia, cómo te humedece el cuero cabelludo y te provoca un espasmo violento que nubla todo excepto la mano del hombre rozando el cuello de la pequeña mientras le acerca el paquetito con lazo violeta y una gatita blanca que sonríe como un cadáver.
El problema a la hora de asumir el terror que provoca la posibilidad de la agresión está en eso mismo, en que es sólo posibilidad y en este mundo cuentan las evidencias, las pruebas. Más, las comprobaciones. Toda comprobación viaja colgando de un a posteriori.
¡Empieza el baile! Levantas tu pantera con cautela y rescatas al animalillo en un paso de tango para atraerla a ti. ¡Ras!, ya estás delante. No podrías decirle Vete puto, porque él no ha hecho nada. No podrías decirle Huelo lo que vas a hacer, porque lo cierto es que aunque lo sepas, no lo sabes. Sólo es la bestia, tu bestia, tumb, tumb, tumb, pero la bestia no va a calmarse mientras esto dure. Y el tipo se levanta también y se acuclilla mientras le dice toma, y tú –¿dónde coño están todos?– quieres gritarle No la toques, no te acerque un milímetro, pero te conformas con volver a cazarla al vuelo antes de que él siga rozándole la cara.
Después del temblor y la violencia vendrá el desconcierto. Esa duda que araña tu pantera: nada ha sucedido que no haya sucedido dentro.
Jajaja, qué cosas tienen las niñas, ven cariño, es que es muy tímida, dame a mí el paquete que ya se lo doy yo. Jajaja, lo miras y es la bestia quien lo mira, la pantera que defiende a la cría, la memoria del dolor, la cicatriz despellejada. Jajaja, que cosas tienen las bestias, le dicen tus ojos, dame ese puto paquete y lárgate de aquí porque ahora van a salir las garras. Tus ojos son los de otra. Vámonos, pequeña, a ver si encontramos a tus amiguitas. Tumb, tumb, tumb, das la espalda a lo que no ha sucedido apretando las mandíbulas, las pantorrillas, los glúteos. Caminas lentamente como quien no teme a nada, jajaja, qué cosas tienen las niñas, hacia la salida. Y la bestia, antes de volver a la cueva, echa una ojeada a lo que quedó atrás.
Fuente: El Mundo – Blog

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