domingo, 30 de diciembre de 2012

Perdiendo peso

Creo que no he comentado aquí que mi deseo de aceptación ha hecho que gaste mucho dinero en tratar de 'comprar' amor, aceptación, cariño, etc. Y, lógicamente, esto es imposible. Cada una de esas ocasiones, que no han sido pocas, ha terminado en desengaño, en desilusión, en más dolor y en más culpa y depresión.

Mi sobrepeso es un tema doloroso. Llegué a la conclusión que, inconscientemente, subí de peso para lograr alejar a mi abusador. ¡Y funcionó! El 'señor' odia a las gordas y por ende decidió, seguramente, buscar otra víctima más deseable.

Pero mi sobrepeso nunca me abandonó. La comida se hizo mi mejor amiga mientras trataba de sobrevivir en una adolescencia donde ser delgado es imperativo para ser aceptado en los círculos populares.

Y luego, traté de suicidarme a paso lento; comiendo más de la cuenta siempre, dándome atracones y muriéndome de la culpa después. No funcionó, afortunadamente.

El resultado de esta situación ha sido una salud deficiente que ha venido a añadirse a mis dificultades emocionales, y no ayuda en nada los comentarios inocentes de familia, amigos y conocidos que siempre tratan de 'aconsejarme' que pierda peso.

¿Por qué hablo de esto ahora? La razón es la 'inversión' estúpida que hice hace unos meses en un 'tratamiento' para adelgazar. Me dejé llevar tontamente por la promesa de que adelgazaría en unos pocos meses con dicho producto. Era mucho dinero pero no me importó, lo que importaba era poder llegar a ser, sin mucho esfuerzo, lo que los demás esperaban de mi. Delgada y bella por fuera para que se acercaran a mi y no les diera verguenza que los vieran en público conmigo. O eso es lo que mis demonios siempre me han hecho pensar.

Por supuesto, al poco tiempo dejé de aplicarme el producto pues no tuve la fuerza de voluntad para seguir y no miraba los resultados deslumbrantes que me prometieron. No importando si termino el tratamiento o no, SI debo pagar por él.

Así que ayer me presenté en sus oficinas para pagar la cuota mensual y no atrasarme. Me recibió con mucho 'cariño' mi 'asesora'. Y en ese momento recordé que en una de las 'sesiones' de medidas y peso ella me preguntó cómo estaba. Era uno de esos días difíciles, de bajón, con depresión. Creí que talvez ella podría comprender mi calvario y le comenté de mi depresión. ¿Su respuesta? Un sermón de que debía ser positiva, que lo pasado es pasado... etc. Que así no iba a llegar a ningún lado.

Como buen avestruz, escondí la cabeza bajo la tierra y no dije nada. Le agradecí y me fui.

Ayer, sin embargo, vine a caer en la cuenta que mis esfuerzos de tantos años por adelgazar no han dado resultado por una única e inmensa razón: Mi cambio debe ser de adentro hacia afuera.

No puedo cambiar lo de afuera si no he sanado por dentro. Y ése es el énfasis que las personas le han dado a mi 'problema'. Debes cambiar tu apariencia, me dicen. Eso hará que tu autoestima crezca y que seas más feliz.

Pero no es así, mi baja autoestima no es resultado nada más del sobrepeso. La raíz de mi problema es mucho más compleja y no se 'cura' con detallitos.

Ahora que he tenido esa 'revelación' me he propuesto buscar esa ayuda necesaria para 'sanar' mi interior'.

Sé que haciendo eso, todo lo demás será una consecuencia de mi proceso de recuperación.

Anónimo

jueves, 27 de diciembre de 2012

Abuso sexual infantil: ¿Qué hacer?



stopabuse
La Fiscalía de Middlesex lo calificó “uno de los peores casos de abuso infantil jamás procesado por la Oficina del Procurador del Condado de Middlesex” y no es para menos. Se refiere a John Burbine de 49 años acusado de más de 100 cargos por agredir sexualmente a niños entre 8 días de nacido y tres años y medio de edad. Pero no se queda allí, Burbine grababa sus agresiones sexuales en las casas de las víctimas desde agosto de 2010.

Vale la pena resaltar que Burbine es considerado desde 1989 un convicto de Nivel 1 por ofensa sexual y tenía acceso a sus víctimas a través de la guardería Waterfall Education Center administrada por él y su esposa. El Fiscal del Distrito, Gerald Leona calificó este hecho como “el peor caso de negligencia, abuso y violación de menores” que haya visto. La verdad es que los calificativos del Fiscal parecieran ajustados a la horripilante realidad que le tocó vivir a esas inocentes criaturas. “Negligencia” pues si bien mentes enfermas siempre han existido y existirán, solo por negligencias del entorno que rodea a la víctima (familia y gobierno) estas bestias humanas logran atacar a sus indefensas presas.
Hablemos de negligencias entonces, comencemos con el gobierno de Massachusetts:
1) Es inconcebible que una guardería infantil opere durante años sin tener licencia tal como era el caso de Warterfall Education Center.
2) Es sencillamente inaceptable que un hombre convicto de “ofensor sexual tipo 1” desde 1989 termine siendo administrador de una guardería infantil.
3) ¿Por qué las autoridades no actuaron antes?
Desde el año 2005 habían surgido quejas contra Burbine y las autoridades no reaccionaron. Aquí hubo una falla grave en el sistema por negligencia que terminó tristemente siendo cómplice del criminal.
Hablemos ahora de la familia. Señores padres hagan su tarea y averigüen bien en manos de quién dejan a sus hijos. Recuerden que casi el 100 por ciento de los abusos infantiles son cometidos por personas que están muy cerca de ellos: familiares, amigos, colegios, guarderías o instituciones deportivas y religiosas. Además de chequear antecedentes y conductas pasadas para protegerlos contra los abusos de estas personas se pueden hacer varias cosas: 
1) Si van a dejar a un menor bajo la supervisión adulta, prefieran ambientes donde colaboren varias personas y eviten por ejemplo guarderías donde solo existe un adulto a cargo de los niños.
2) Si necesita dejar al menor con una niñera en la casa, compre un camarita discreta y colóquela en el cuarto del niño.
3) Hable con los niños desde muy temprana edad sobre el nombre biológico de los órganos sexuales para que aprendan a llamar los genitales por su nombre: pene, vagina, etc. y que lo hagan con libertad para que comuniquen sin demora cualquier problema.
4) Aclárele a los niños que los adultos nunca necesitan que los niños ayuden a solucionar problemas en las áreas genitales.
5) Estimule a su menor de edad a que dibuje para usted. Por lo general por esta vía los niños expresan sus miedos.
También es importante observar cambios de conducta que podrían ser señales de que los niños son víctimas de abuso. Por ejemplo esté atento a: súbitas pesadillas, pérdida del apetito sobretodo negativa a tragar o que el niño deje “pistas” u objetos en algún lugar de la casa para provocar discusión de temas sexuales, o si expresa asco por su cuerpo o se niega a decirle “secretos” que comparte con un adulto. Estas son solo algunas recomendaciones, pero lo más importante es recordar que no es un extraño el que tiene mayores probabilidades de hacerle daño a su hijo sino alguien en quien usted confía. No baje la guardia.
http://tuboston.com/article-9575-abuso-sexual-infantil-que-hacer.html

Abusaron de mí, aunque no lo recuerde


Abusaron de mí, aunque no lo recuerde"Olvidar no es ni bueno ni malo. Cada persona sobrelleva sus situaciones como puede. Eso hace que cada uno, consciente o inconscientemente, escoja la forma de sentirse más protegido. Y esa fórmula pasa muchas veces por olvidar", explica Pilar Polo, psicóloga de la Fundación Vicky Bernadet, una institución que atiende desde hace más de 10 años a víctimas de abuso sexual.

El cerebro humano es sabio. Y busca mecanismos para enterrar lo que duele. Lo que hace sufrir. Eso que puede impedir llevar una vida normal. "Si lo vivido es doloroso la memoria puede suprimirlo", aclara Polo. Tanto, que ese mecanismo de defensa puede provocar que los recuerdos de un abuso sexual infantil duerman durante años. Queden tapados hasta que una situación, un comentario o incluso una película los despierten. "Para algunas personas ese bloqueo en la memoria es tan grande que pueden llegar a no tener ningún recuerdo de su infancia", explica Polo.

Rebeca A. J. sí se acuerda de cosas de cuando era pequeña. De aquella vez que se cayó de la bici y se rompió el brazo. O de ese verano en el que su abuela les preparaba a ella y a sus primos bocadillos de beicon para cenar. Sin embargo, hasta hace cinco años no tenía ningún recuerdo de los episodios de abuso que había sufrido por parte de alguien de su entorno familiar. Los había escondido tan al fondo de su mente que era como si no hubieran ocurrido. Pero, aunque esta mujer de 31 años no lo sabía, esos abusos le habían marcado la vida. "Tenía depresiones, angustia... Y llevaba un tiempo sufriendo bulimia", cuenta.

Un día, Rebeca -que no quiere dar su apellido porque sólo una parte muy pequeña de su familia sabe lo que sucedió- volvió a encontrarse con su agresor. No lo veía desde que era niña. Desde que ocurrió todo. "Encontrarme con él fue horrible. Pero no fue tanto verle como escucharle. Ese tono de voz, esas palabras empalagosas de cariño... Empecé a tener recuerdos de escenas sueltas. A revivir lo que había pasado", relata. Esa voz que despertó en ella aquello que había mantenido dormido le hizo pedir ayuda. Acudir a tratamiento para tratar de atajar las secuelas que el abuso sexual le habían provocado.

"Las víctimas de abusos sexuales que no han recibido ayuda pueden padecer problemas de relaciones sociales, de sexualidad, dificultades de entregarse sanamente a la pareja, baja autoestima...", explica Vicky Bernadet, fundadora de la institución que lleva su nombre y que atiende actualmente a unas 150 personas en sus programas de terapia. La propia Bernadet, que sufrió abusos desde los 9 hasta los 17 años, cuenta que ella también padeció algunos de esos problemas. "Fui una adolescente rebelde, rara... En el fondo buscaba llamar la atención", dice. Ahora tiene 56 años y una enorme vitalidad. Sus palabras emanan energía y habla de su situación con naturalidad y mirando a los ojos a su interlocutor. Su actitud contrasta con los años de silencio en los que se vio sumida. Bernadet vivió hasta los 34 años en la cárcel de su propio secreto. Hasta que su sobrina encontró unos poemas en los que había plasmado sus sentimientos hacia todo lo que había ocurrido. "Ahí se destapó todo. Fue el detonante que me hizo actuar", cuenta. Entonces buscó atención para su problema. Ayuda especializada. Terapias. Y no encontró nada. Así que decidió crear su propia institución para llenar ese vacío.

Y la respuesta ha sido inmensa. Su fundación, con sede en Barcelona, recibe cada día llamadas o correos electrónicos desde toda España pidiendo asistencia. Una situación que ha llevado a que un día a la semana sus psicólogas atiendan por teléfono a aquellos que están lejos y no han encontrado ayuda en su comunidad. Sólo hay que echar un vistazo a las cifras de varios estudios para comprender la magnitud del problema: entre un 20% y un 25% de las mujeres, y entre un 10% y un 15% de hombres españoles han sufrido abusos sexuales en la infancia. La cifra puede parecer alta, pero, según Bernadet, no lo es. "El abuso sexual no es sólo penetración", dice. De hecho, el National Center on Child Abuse and Neglect de Estados Unidos considera abuso sexual "todo contacto o interacción entre un menor y un adulto cuando éste utiliza al niño para estimularse sexualmente a sí mismo, al propio niño o a otras personas".

El abusador, como en el caso de Rebeca, de Vicky y de tantos otros, suele ser, además, alguien cercano al niño. Una persona de su familia -un tío, el hermano, el padre- o de su entorno -vecinos, amigos de los padres, profesores, monitores-. En unas polémicas declaraciones, el obispo de Tenerife hacía ayer referencia a esta realidad para defender a la Iglesia tras los últimos escándalos de abusos de sacerdotes. En declaraciones a la SER, dijo que estadísticamente la mayor parte de abusos y malos tratos a niños se dan en las familias.

Los expertos apuntan a que el agresor suele ser una figura de referencia para el menor. Alguien en quien este confía, lo que hace mucho más difícil que el niño hable. O simplemente que piense que lo que le está ocurriendo no es normal.

Y esa es otra de las fórmulas de olvido. Casi nadie recuerda las situaciones que considera comunes, ordinarias. Las cosas normales quedan tan diluidas que si intentáramos acordarnos de todas las revisiones médicas a las que nos hemos sometido no podríamos. Tampoco de los taxis que hemos cogido. "Sólo se recuerdan las cosas que destacan. Que nos llaman la atención por algo", apunta Clara González, psicóloga experta en abusos sexuales. Y ese es uno de los argumentos que muchos adultos que abusan de niños emplean. "Manipulan a los niños y muchas veces a su entorno para hacerles creer que todo lo que está ocurriendo es normal. Esto es lo que ocurrió probablemente con José Ángel Arregui. Hizo pensar a sus víctimas que las cosas que hacía eran normales", sostiene Polo.

De pequeña, cuando todo empezó, Bernadet creía que lo que le ocurría a ella les pasaba también a los otros niños. "Luego descubrí que no. Y fue angustioso. Pensaba: esto no puede estar bien; no puede estar bien si no puedo mirarle a los ojos", recuerda. Pero, al fin y al cabo, él era el adulto. El que sabía. La psicóloga Pilar Polo explica que los agresores hacen creer a los niños que lo que está ocurriendo es correcto. "Para un niño una cosa es mala cuando es violenta, y el abuso sexual infantil muy pocas veces tiene violencia física. Muchas veces los niños no saben dónde está el límite, y menos con una persona a la que respetan, en la que confían", sostiene. Y ahí está otra de las claves: los abusadores hacen creer a sus víctimas que son especiales para ellos.

"La autodefensa para muchas víctimas es ir tapando lo que les ha sucedido, lo que les está pasando", explica Tina Alarcón, directora del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales (CAVAS). "Esto no ocurre en las agresiones sexuales pero sí en los abusos. Si además el niño es muy pequeño y el abuso no ha sido doloroso se puede llegar a olvidar. Y si lo ha sido se puede llegar a crear una costra de olvido para tapar el sufrimiento", asegura Alarcón. "También se puede llegar a negar internamente lo que pasó. O hacerse creer a uno mismo que lo que sucedió no fue grave. O que no afecta, que ya se tiene superado", añade.

En el caso de Cristina Fernández, su verdugo era también, para el resto del mundo, su defensor. "Tenía todo con él. Me defendía y abusaba de mí. Recuerdo que cuando empecé a mostrarme rara con él algunos miembros de mi familia de decían: 'Pero cómo le dices eso, cómo te portas así con él, con lo que te defiende, con lo que te llega a querer'. Y lo que me quería... Lo quería todo conmigo. Me lo daba todo, todito, todo. 'Pues no me quieras tanto', pensaba yo", dice. Y se ríe de ese pequeño chiste que ha deslizado durante la conversación. "Ahora me río, intento bromear sobre ello. Eso es un síntoma de que me estoy recuperando", dice.

Cristina, como Vicky Bernadet, recuerda perfectamente los abusos. Es más, ninguna de las dos tiene ningún otro recuerdo de su infancia. Sólo oscuridad. Esa es, según Pilar Polo, una de las características comunes de las personas que empiezan terapia por haber sufrido abusos sexuales de pequeños. "Yo no me acuerdo de nada. Ni de la primera comunión, ni del primer día de colegio. Quieres borrarlo todo y acabas enterrando lo bueno y lo malo", explica Bernadet. Y apunta otra anécdota: "Hasta hace nada, si intentaba recordar mi imagen de cuando era pequeña me veía como una niña sin cara. Veía mi cuerpo, mi silueta, pero no tenía rostro". Un día, durante una conferencia para hablar de abusos sexuales, Bernadet por fin se vio. "Supongo que no me recordaba porque no me gustaba nada tener cara siempre de niña triste, cuando soy una persona muy alegre. Quizá esas ganas de ocultar la mala cara, esa máscara que llevé durante años para que nadie se enterase de lo que estaba ocurriendo provocaron después que me viera así, pixelada", dice.

A Cristina, de vez en cuando, le vienen a la cabeza flases, escenas de esos abusos. "Cuanto más tranquila estoy y más me relajo, más me ocurre", cuenta. Esta mujer de 46 años no asumió hasta los 38 lo que le había pasado. Para poder seguir viviendo, había enterrado sus recuerdos de los abusos. Pero había empleado una fórmula diferente de la de olvidar. Bloqueó toda emoción, todo sentimiento hacia esas vivencias.

Así, a los 38 años, después de ver a Bernadet en televisión, de leer varios libros, de acudir a terapia para solucionar otros problemas que después resultaron ser consecuencia de los abusos, decidió ir a la fundación catalana. "Pensé: '¿Quién es esa loca que habla de lo que le ha ocurrido a cara descubierta?", bromea mirando a Vicky, sentada frente a ella. Esa aparición en un reportaje televisivo llevó a las terapias y grupos de apoyo de la fundación a muchas personas más -víctimas, pero también familiares y amigos-.

Mireia Apesteguía, trabajadora social de la Fundación Vicky Bernadet, explica que las noticias sobre abusos sexuales, las apariciones en televisión hablando del tema o el descubrimiento de escándalos como el que está aflorando ahora en el seno de la Iglesia católica hace que mucha gente se decida a pedir ayuda. Algo fundamental para poder superar el abuso infantil. "A veces algo provoca que el cerebro haga clic y empiece a recordar todo lo que estaba dormido. Algunos han rememorado así los abusos que sufrieron. Otros simplemente siempre los tuvieron presentes, pero los han asumido, han llegado a la conclusión de que necesitan ayuda y deciden dar el paso", explica.

Apesteguía lo sabe muy bien. Es la persona que atiende a las víctimas que acuden a la organización por primera vez. Habla con ellos en una de las acogedoras salitas del piso de la fundación en el centro de Barcelona. Habitaciones donde nunca falta el paquete de pañuelos de papel sobre la mesa.

El olvido, pero también el bloqueo de sentimientos hacia lo sucedido, ocurren, según la directora de CAVAS, fundamentalmente cuando se guarda silencio sobre el tema. "Cuando el niño no contó lo que estaba ocurriendo. En los casos en los que se guarda silencio es muy difícil restaurar después el equilibrio de la persona", dice.

Polo, Bernadet, Alarcón... Profesionales y víctimas llaman la atención sobre la necesidad de prevención. Y de detección. "Hay que observar, sin llegar a caer en la sobreprotección, el comportamiento de los niños. Estos muchas veces nos dicen, sin hablar, lo que les pasa", dice Alarcón. "También hay que cuidar mucho cómo reaccionar si el niño -o luego, más tarde, el adulto- nos confía que está siendo víctima de abusos", aconseja Bernadet. Es la única manera de que estas víctimas no entren en la cárcel del silencio. Una prisión que, muchos, tardan años en abandonar. Otros no la dejarán nunca.

fuente: http://elpais.com/diario/2010/03/31/sociedad/1269986401_850215.html

Mañana


Mi mente divagó un poco y terminé escribiendo sobre otro tema cuando había otra idea que quería compartir con ustedes. En realidad, existen muchas cosas que quisiera gritar pero lo haré poco a poco.

No puedo dejar de pensar en lo que he dado por llamar: mi milagro navideño personal. Haber encontrado la página de Miguel salvó, literalmente, mi vida. Ya había decidido desaparecer, irme a dormir para siempre. Mis demonios me habían convencido que estaba sola y que no había más que hacer. Me había convertido en una carga para los demás y todos a mi alrededor respirarían más tranquilamente si ya no existía para arruinarles sus tranquilas vidas.

Pero como me dicen mis ángeles, posiblemente este era el momento adecuado para encontrar este oasis de ayuda en mi desierto.

Mañana... esa palabra resuena en mi cabeza en estos días.

Y esa palabra me recuerda uno de mis libros favoritos. Una frase memorable de una obra de teatro que se llama Los árboles mueren de pie, del dramaturgo Alejandro Casona. Ir a ver la puesta en escena de esta obra es uno de los pocos recuerdos gratos de mi adolescencia. Mi primera visita al teatro.

Isabel: Estaba desesperada... ¡no podía más! Nunca tuve una casa, ni un hermano, ni siquiera un amigo. Y sin embargo, esperaba... esperaba en aquel cuartucho de hotel, sucio y frío. Ya ni siquiera pedía que me quisieran; me hubiera bastado alguien a quien querer yo. Ayer, cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil. Quería pensar en algo y no podía; sólo una idea estúpida me bailaba en la cabeza: "no vas a poder dormir... no vas a poder dormir". Fue entonces que se me ocurrió comprar el veronal. Seguramente las calles estaban lan llenas de luces y de gente como otras noches, pero yo no veía a nadie. Estaba lloviendo, pero yo no me di cuenta hasta que llegué a mi cuarto tiritando. Hasta aquel pobre vaso en que revolvía el veronal tenía rajado el vidrio. Y la idea estúpida iba creciendo: "¿por qué una noche sola...? ¿Por qué no dormilas todas de una vez?" Algo muy hondo se rebelaba dentro de mi sangre mientras volcaba en el vaso el tubo entero; pero ni un clavo adonde agarrarme; ni un recuerdo, ni una esperanza... Una mujer terminada antes de empezar. Había apagado la luz y sin embago cerré los ojos. De repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayó dentro de la habitación. Encendí temblando... Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: "¡mañana!" ¿De dónde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? "Mañana." Lo único que sentí es que ya no podía dormir esa noche sin saberlo. Y me dormí con la lámpara encendida, abrazada a mis rosas ¡mías! las primeras que recibía en mi vida... y con aquella palabra buena calándome como otra lluvia: "¡mañana, mañana, mañana...!"

martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad


Las navidades de mi niñez siempre transcurrieron en la casa de mi abusador. Siempre organizaba, y lo sigue haciendo, grandes cenas familiares para reunir a la familia y a amigos.

Una cena para comer tamales pero también para emborracharse y hacer estupideces y al final entrar en conflictos. Navidades que usualmente terminaban en conflictos. 


Recuerdo palizas que propinaba a sus hijos, esos mismos hijos que ahora lo defienden como a un santo.

Con el tiempo, logré vencer la resistencia de mi madre y me quedé en casa. Parte de mi odiaba estar sola mientras toda mi familia se reunía en torno a esa mesa. Pero la otra parte respiraba tranquila porque sabía que no se vería obligada a verle la cara y fingir que todo estaba bien y sonreírle.

Fue ahi donde comenzaron los comentarios de mi 'querida' familia sobre mi aislamiento social. La fulanita es una ermitaña, es una resentida, nunca llegará a nada con esa actitud. Es una amargada. Nunca me lo dijeron a la cara pero siempre tenían a bien decírselo a mi madre porque sabían que ella me lo haría saber. Cuántas veces quise dejar salir mi enojo y gritarles que sí, que era todas esas cosas pero que había una razón muy fundamentada para sentirme de esa manera. Pero no, por el bien de la familia debía callarme.

Hoy vienen a mi mente todos esos recuerdos y agradezco a Dios, a la vida esta nueva oportunidad. Este disfrutar de una paz que nunca antes había sentido y que me permite ver con ojos nuevos un día de regocijo espiritual.

Sin embargo, siempre hay un pelo en la sopa. Escribo este post escondida en mi habitación pues mi querida tía y mi prima vinieron de visita. Hasta aquí llegan sus risas y sus bromas. Y el enojo se quiere apoderar de mi pues me pregunto cómo se puede ser tan ciego.

Pero no, no permito que se arruine este bello sentimiento del que disfruto hoy en día. Días de sol que pretendo atesorar para esos días nublados que siempre se presentan, más tarde o más temprano.

¡Dios los Bendiga!
Sobreviviente Guatemala 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Un grito con voz.


Desde que tengo memoria siempre fui una niña 'inteligente'. Amo los libros, amo leer y siempre obtuve buenas notas en la escuela. Todos esperaban que fuera todo un éxito en la vida.

Sin embargo, mi vida se fue a la basura cuando el esposo de mi tía comenzó a abusar de mi. Creo que el abuso comenzó como a los seis años pero ahora ya no estoy tan segura. No tengo muchos recuerdos de mi niñez y es hasta ahora que leí la página de Miguel que entendí muchas cosas.

Al principio no sabía que lo que sucedía era malo y tengo un lejano recuerdo que él siempre me prometía que me llevaría a vivir a su casa, una casa grande donde sus hijos disfrutaban de bonitos juguetes. Recuerdo que lo que yo más deseaba en esa época era una cocina de juguete y yo estaba feliz porque él me prometió eso y más.

Pasaron los años y el abuso continuó. Su familia posee una tienda, de esas de barrio, que siempre se mantenía llena. Les faltaban manos para atender a los clientes. Y ese fue uno de los pretextos que utilizó para lograr que mis propios padres me enviaran a sus garras. La niña era muy inteligente y por lo tanto muy útil para ayudar en la tienda a los pobrecitos señores. Con cualquier pretexto me llevaba a su cuarto cuando todos estaban ocupados, me escondía detrás de las puertas o me pedía que lo acompañara a la bodega por mercadería.

Cuando venía a casa no era diferente. El domingo era el día de visita familiar. ¡Venían a visitar a los abuelos! ¡Qué dulzura! Venía a cenar y aprovechaba para abusar de mi. Su audacia llegó a tal grado que incluso me manoseó en un viaje en su carro, en compañía de mi abuela y un primo.

Para ese entonces yo ya intuía que eso estaba mal pero no había manera de evitarlo. Mis ruegos fueron ignorados y el abuso continuó.

Debo decir que no culpo a mi madre; pero no puedo evitar pensar y preguntarme cómo nadie se dio cuenta del abuso.

Mi menstruación me vino como a los 9 años si mal no recuerdo y todos pensaron que era porque como yo era 'rellenita' había tomado demasiadas vitaminas y eso aceleró mi metabolismo. Y desde pequeña sufrí de flujo vaginal. Me llevaron al doctor pero tampoco se dio cuenta de nada.

Fue como a los doce o trece años que logré evitar a esta persona, evitar quedarme sola con él y con el tiempo fue perdiendo su interés en mi.

Como dije antes, todos esperaban que yo fuera un éxito pero con los años mi rendimiento en la escuela comenzó a declinar. Ya no era la misma estudiante brillante de otros años y engorde muchísimo.

La vida siguió su rutina. Este señor se hizo de mucho dinero y sacó de apuros a la familia en varias ocasiones. Era muy 'generoso' y todos en casa lo adoraban, especialmente mi abuela.
Irónicamente, por ser la única ‘hembra’ en casa, me 'cuidaban' mucho, nunca me permitieron tener novio... al menos formalmente, porque a escondidas tuve varios. Todo gracias a una supuesta revelación que mi abuela recibió de parte de Dios. Soñó que mi padre abusaba de mi. ¿Qué irónico no? Su yerno predilecto fue el monstruo pero mi padre siempre pagó las consecuencias. Siempre ponían especial cuidado que no me quedara mucho tiempo sola con mi papá por miedo a que el sueño se convirtiera en realidad.

Desde pequeña sentí una sed inmensa por sentirme aceptada, necesitada, querida, amada. No voy a mentir y decir que no he recibido amor y cariño de parte de mi madre pero el vacío es demasiado grande.

Con el paso de los años intenté de todo para cerrar el capítulo, olvidar y seguir adelante con mi vida. Muestra de ello es mi paso por tres religiones, tratando de encajar y de ser aceptada. Crecí en la iglesia evangélica pero cuando llegue a la adolescencia me aparté. Hice la prueba en la iglesia católica y por último me bauticé en la iglesia mormona.

Recibí muchos consejos en cada uno de esos lugares, me hablaron siempre del perdón y sobre dejarle a Dios todas mis cargas. Lo intenté, lo juro. La verdad es que nunca he podido perdonar, el odio y resentimiento simplemente se ‘escondieron’ por un tiempo, y me permitieron incluso trabajar con ese hombre por muchos años. Entre él y yo nunca se tocó el tema jamás y creo que pensó que yo había olvidado todo lo sucedido.

Sus visitas a casa no se detuvieron y mi familia siguió considerándolo el mejor hombre del mundo. Y mi odio crecía más cuando escuchaba sus palabras de alabanza y de admiración por ser un hombre tan generoso y bueno. No se imaginaban, ni pueden imaginarse, que ese hombre destrozó mi vida.

Luego de graduarme de bachiller ingresé a la universidad donde fracasé, intelectual y emocionalmente hablando. Se suponía que estudiaría computación y me graduaría de ingeniera. Se suponía que iba a triunfar y al fin poder ayudar económicamente a mi madre. Se suponía que haría muchas cosas… y lo único que logré fue pasar años y años en la universidad, sin ningún objetivo y cambiando de carrera cuando fracasaba en alguna.

Fue ahí también donde comenzó mi promiscuidad. Descubrí internet y comencé a conocer hombres por ese medio, con la ilusion que iba a encontrar a alguien que me quisiera y que no le importara lo que me había pasado y que no le importara lo fea que era. A pesar de mi mala experiencia seguía siendo inocente en muchos aspectos y no me di cuenta que al contar mi historia a esas personas, éstos la veían como la ocasión ideal para obtener sexo gratis sin el peligro que los acusaran de haberme quitado la virginidad. La mayoría de esos fueron encuentros de una sola noche. Hoy día no sé si darle gracias a Dios o no porque nunca se me pegó ninguna enfermedad ni quede embarazada.

He llegado a la conclusión que, inconscientemente, logré alejar a mi abusador al engordar y descuidar mi apariencia personal. Nunca fui una de esas niñas que andaba pensando en moda y maquillaje, nunca me interesaron ni tuve el ejemplo de mi madre o alguna otra figura femenina a mi alrededor. Descuidé mi apariencia y con los años fue empeorando la situación porque cuando me deprimía dejaba de lado mi higiene. La consecuencia lógica fue que no solo mi abusador se alejó de mi sino también los demás.

Yo era la 'nerd' del grupo, la que servía para ayudar en las tareas del colegio pero no para acudir a una fiesta o salir a pasear. El baile me apasiona pero quien quisiera bailar con una gorda.

En casa no somos ricos pero había cierta comodidad, y como una hija ‘consentida’ tenía acceso a cierta cantidad de dinero, y ahí fue cuando empecé a tratar de 'comprar' amor. Trataba siempre de complacer a los demás. Compraba regalitos para mis ‘amigos’, con la esperanza que me invitaran a salir, que se interesaran en conocerme, pero eso jamás sucedió. Y esta conducta sigue sucediendo en el presente. No puedo evitarlo.

Así pasaron los años y nunca dije nada, me guardé todo y seguí escuchando las alabanzas. Talvez se pregunten por qué nunca me fui de casa, del pueblo, del país. Sigo aquí porque la situación de mis padres fue muy complicada y nunca pude dejar a mi mamá porque siempre existió una relación difícil entre ellos.

Mi odio siguió creciendo y trate de buscar ayuda. Fui con psicólogos, hablé con líderes religiosos, me desahogué con 'amigos' y la respuesta de todos era la misma: debes perdonar, olvidar, mirar hacia el futuro, bla, bla, bla. Y cuando volvía a mis depresiones me miraban con una cara de cansancio y como queriendo decir que ya olvidara todo eso y que me callara. Más de alguno me dijo esas palabras. Y mi respuesta era siempre: cómo olvidar cuando hay una convivencia continua con el abusador. Cómo olvidar cuando mi vida es un gran fracaso y pareciera que mi abusador va de éxito en éxito y no hay castigo para él.

Mi salud se vio afectada por mi sobrepeso y no sé si también por el abuso sufrido. Hace tres años me diagnosticaron fibrosis quística en los ovarios y matriz. El doctor fue muy claro y me dijo que no iba a poder tener hijos y que era mejor que me realizaran una histerectomía. Al principio no le hice caso y seguí como si nada. Creo que inconscientemente quería suicidarme pero no tenía el valor de hacerlo por los ‘métodos tradicionales’, así que decidí ignorar el sangrado diario que sufrí por un año completo. Un año completo sin parar de sangrar. Mi madre me rogó que me operara y lo hice, pero muy dentro de mi existía el deseo de no despertar de esa operación. Luego el doctor me dijo que habían encontrado trazas de cáncer y que habían realizado una histerectomía total. Así que ahora aparte de las consecuencias lógicas del abuso, debía soportar los malestares de una menopausia temprana. Eso me hundió más en la depresión. No sería madre nunca y por lo visto iba en camino de convertirme en una solterona.

Nunca me gradué de la universidad pero he logrado sobrevivir. Hace dos años que estoy en un buen trabajo y sin embargo, no logro encontrar paz ni tranquilidad.

Las cosas se complicaron en la familia de un tiempo acá. Y luego de varios enfrentamientos, mi madre me pidió que le dijera la verdad. En un momento de debilidad se lo dije, le conté del abuso. Ella me creyó pero tenía otros planes y se lo dijo a mi tia, quien me creyó en un principio, enfrentando a su esposo.
Luego las cosas cambiaron y él logró convencer a su esposa y a su familia sobre las infamias y calumnias que yo estaba diciendo sobre él. Como consecuencia de ello, mi madre fue a parar al hospital con una crisis de su diabetes e hipertensión.

Al poco tiempo me enteré que mi tía le había dicho a mi mamá que su esposo pensaba hundirme en la cárcel y que pensaba llamarla a ella como principal testigo de su inocencia. No dudo que pueda lograr eso si se lo propone porque ha ocupado cargos importantes en la política del país y tiene muchas conexiones, y el dinero suficiente para comparar voluntades.

La tierra se hundió a mis pies cuando me contaron de sus amenazas; sentí que me hundía en un pozo sin fondo. Pero por el momento nada de esto se ha materializado pues lograron ‘convencerlo’ que el llevarme a juicio mataría a mi madre.

Actualmente pareciera que todos me culpan por haber 'destruido' a la familia. Si no hubiera hablado, nada hubiera cambiado. A pesar que hace muchos años le conté del abuso a mi prima, sin mencionar el nombre de su padre, ahora parece ser que le cree a él. Todos me juzgaron en sus mentes y me condenaron como una mentirosa. Hasta creo que mi mama, aunque no lo dice en voz alta, está muy triste porque perdió a su familia, a su hermana... aunque mi tía viene de visita de vez en cuando.

Nadie me preguntó sobre mi versión de los hechos y fui juzgada en ausencia. Lo más triste del caso es que semanas antes de que todo esto sucediera, lo descubrí en el pasillo de mi casa besuqueando a su nieta en la boca, como solía hacer conmigo. Así que creo que esa pobre niña va por el mismo camino y eso pesa en mi conciencia.

No dejo de pensar el fracaso de vida que he tenido, porque eso ha sido mi vida... un fracaso como mujer, como hija, como hermana, como todo.

Hoy estoy completamente sola, aunque todavía viva con mi familia. No hay nadie a quien acudir. Nadie que pueda comprender lo que sucedió y que me ayude a levantarme; que me acepte como soy, y que comprenda que no es que desee descuidar mi apariencia pero mi depresión es tan fuerte que no puedo evitar descuidarme.

Alguien que no crea que soy una persona egoísta y que no me diga otra vez que existen problemas más grandes e importantes en este mundo. Alguien que comprenda la sed que siento de sentirme aceptada,.

Sin embargo no hay nadie, a pesar que estoy segura que mi madre me ama y que daría su vida por mi. Pero aun ella parece cansada de mi y de mi 'problema'.

A veces me arrepiento de haber hablado porque, al final, no me hizo ningún bien. Quisiera poder gritar a los cuatro vientos lo que sucedió y que todos dejen de hablar de lo bueno que es fulanito y que sepan la clase de monstruo que es. Pero al parecer ni a eso tengo derecho, porque terminaría en la cárcel. El abogado a quien consulté me dijo que el delito prescribió y que no podría acusarlo porque después de treinta años sería muy difícil probar el abuso.

Anónimo.


RELATO DE UN SOBREVIVIENTE


Sé que vives cerca de donde yo vivo, aunque afortunadamente tu vida y la mía no tienen que coincidir en nada. No verte es más llevadero que tener que soportar tu presencia.
Sé que has llevado una vida “normal”, que tienes una familia, que no eres mal vecino. Has hecho tu vida de persona normal y bien adaptada.
Sin embargo, déjame decirte que tú has destrozado la mía. Hiciste que una niña de 5 años no haya podido crecer, no haya sabido vivir y que su mundo sea en gran parte una farsa. Mi niña detuvo su tiempo a los 5 años y para compensar esa atrofia, ha vivido y desarrollado solamente su faceta profesional y social, pero… mi niña no ha desarrollado adecuadamente su faceta emocional y sobre todo su faceta sexual. No lo ha podido hacer y te maldigo por ello.

Gracias a ti no he vivido. He sido una sombra. He pasado por la vida escondiéndome de mis propios fantasmas (esos que tú me dejaste), con mucho sufrimiento. Un sufrimiento oculto que los demás no entienden y es por ello aún más duro e injusto.

Gracias a tu egoísmo de adulto sin escrúpulos, gracias a tu mal hacer, gracias al monstruo que fuiste (y eres, porque igual que yo no puedo quitarme de encima mi pasado, tú tampoco puedes quitarte el tuyo, y de eso sí que me alegro), gracias a lo mala persona que eres….. yo soy sólo una persona “a medias”, una persona deformada y con taras emocionales tan profundas, que han impedido que yo viva como me merecía. Porque me merezco ser feliz y no lo soy. Mientras tú vives como no te mereces. ¡Qué injusta la vida! ¿no?.

Cuando me usaste para tu propio beneficio y placer, olvidaste que yo también contaba. Olvidaste que yo era una niña y olvidaste que yo no te hacía ningún daño. Sin embargo tú te aprovechaste de mi inocencia, me manipulaste y me maltrataste….. Piensa en tus hijas, si hubieran pasado por lo mismo que tú me hiciste pasar a mí….. ¿ó es que también se lo has hecho a ellas?

He tenido que fabricarme un muro alrededor, para protegerme y poder sobrevivir. Para proteger a esa niña que aún sigo siendo (inocente, confiada y vulnerable) y que no me vuelvan a hacer daño. He tenido que impedir que nadie entre en mi vida y construir todo un mundo interno imaginario en donde soy feliz y me expreso, amo y soy amada, no tengo miedo y me veo valiosa y merecedora de todos los afectos del mundo. Pero todo este mundo que me imagino es pura mentira, no existe y me duele que no exista. Te odio por hacer que solo pueda vivir en mi propia imaginación, porque el no dejar pasar a nadie también me duele. ¿Ves lo que has conseguido? ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿Crees que tú serías feliz si te sintieras así?

Cuando abusabas de mi niña, ¿qué pensabas? (aunque supongo que no pensabas). Y después, cuando ya habías acabado, ¿estabas orgulloso de tu hazaña?.
Cuando después me vestías (yo era tan pequeña que a lo mejor hasta me vestías tú, no lo sé porque eso yo no lo recuerdo), ¿te sentías bien?, ¿también te causaba placer?
¡Qué hijo de puta eres!

Gracias a tus falsas muestras de cariño, yo ahora, a mis años, estoy tan confundida como entonces. Soy incapaz de distinguir las diferentes facetas del amor, del cariño. No sé distinguir cuándo alguien no me quiere y sólo me utiliza. No sé distinguir cuándo alguien me quiere como amiga, pero no de otra manera. No sé distinguir cuándo los que me rodean me quieren como soy. Y lo más doloroso para mí: no sé distinguir cuándo alguien me quiere de verdad, por lo que soy, porque piense que soy valiosa. Y toda esta confusión hace que no haya sabido estar en esta faceta de mi vida, que me la haya perdido, que me haya aferrado a lo que no era y haya dejado pasar por no ver lo que sí era.

Yo siempre he pensado que nadie me ha querido porque yo no valgo la pena en ningún sentido. Este pensamiento lo llevo tan grabado, que no sé si algún día me lo podré quitar de encima. Y ahora, por primera vez en mi vida, estoy pensando que seguramente yo he sido la que lo ha impedido muchas veces, y otras no habré sabido reconocer que me han podido querer. Seguramente no existe la persona que sea capaz de romper el muro, que yo lo deje y que toda esta soledad acabe. Y ¿sabes algo más?, esto también duele: duele que no me quieran y duele que no sepa dejarme querer.
Como ves, tú disfrutaste conmigo, no sé si mucho ó poco, pero satisfacías tu cuerpo. Sin embargo, a mí sólo me has causado daño y dolor. ¡Maldito!, ¡maldito! y ¡maldito!.

Vivo dentro de mi castillo de cristal. Aquí dentro me permito vivir y sentir. Pero ya te he dicho que no es real. Hasta ahora me había bastado. Pero ya no. Quiero darle un golpe al castillo y derribarlo. Quiero que entre el aire de la calle, que mi corazón se airee y aunque sea de manera acelerada, vivir los años que no he vivido. 

¿Y sabes qué pasa? Pues que tú has conseguido que yo no sepa hacer esto que tanto necesito.
No sé vivir sola y sin embargo estoy sola. Y tú tienes la culpa.
No tengo una familia propia, y creo que hubiese sido una buena pareja de alguien y una buena madre, y sin embargo ni tengo ni he tenido pareja, ni hijos. Y tú tienes la culpa.
Todos me dicen que soy valiosa como persona, sin embargo yo me menosprecio y me siento sin valor, como un objeto usado y preparado para tirar a la basura. Y tú tienes la culpa.
Tengo un resentimiento hacia mis padres que me corroe. Y tú tienes la culpa.
No sé distinguir el cariño y el acercamiento de los demás, siempre lo malinterpreto, necesito que me lo traduzcan y evidentemente nadie tiene la obligación de comprender mis miedos como para que yo pueda estar cómoda. Y tú tienes la culpa.
¿Cómo te sentirías si estuvieras en un planeta extraño, con un idioma que no entiendes, teniendo que sobrevivir? Pues así estoy yo y tú tienes la culpa.

Tú tienes la culpa de mis dificultades, pero también te digo que yo voy a tener las agallas de superarlas. Y cuando lo consiga te enfrentaré a la cara, porque no estoy dispuesta a que me mantengas muerta en vida, ya me has torturado bastante y ¡hasta aquí hemos llegado!. A partir de ahora todo lo que consiga van a ser triunfos y finalmente te derrotaré, porque mi triunfo supone tu derrota.
Tu monstruo ya no es tan fuerte y yo ya no soy tan débil.
¡Maldito, maldito y maldito! ¡Te odio!

ANÓNIMO

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CERRANDO EL CIRCULO.

Hace 24 años ,no podía imaginar qué sería de mí en tan sólo unas horas.

Mi vida ya rota ,se convertiría en una pesadilla que me arrastraría toda la vida.
Pasaste no sólo a ser mi violador, mi dueño, pero lo que nadie sabe es que sentí como si una gran cadena me atara a ti y permaneciera anclada a tu recuerdo pese a estar a 1000 km de ti. Nadie puede entenderlo, nadie podía saber lo que sentía. Cada uno de esos años, desde hace veinticuatro iban sumándose en mi cabeza, y como si fuera añadiendo un eslabón más a esa cadena.
Ya era demasiado pesada, No podía soportarla, y no podía romperla. Nunca creí que  lo consiguiera, cada eslabón pesaba una tonelada. No podía hablar de ti, no podía contar mi historia contigo, la culpa, la vergüenza me dominaba.
Llegó ese día, ese fantástico día en el que sentada delante de una cámara y sin saber qué contaría, sin planearlo, empecé a quitar eslabones a esa cadena. No fui todo lo explícita que me hubiera gustado ser, pero hablé de ti . No tuve que ponerte nombre, el de violador te quedaba bien.
Te volví a poner cara, te volví a odiar, me quemabas por dentro. Desde ese día algo empezó a crecer dentro de mí. Un deseo inédito de quitarte el poder, de sentirme libre, porque no lo era, y cuando terminé de contar mi historia el peso había desaparecido. La cadena se había convertido en un lazo, un lazo débil ,fácil de romper, pero debía encontrar el momento justo y la parte débil de la costura.
Aún así, me era imposible, hasta que con la ayuda de alguien muy importante para mí, descubrí que su unión conmigo  era tan sólo psicológica.
Lo pude relacionar con gente muy importante para mí que a lo largo de mi vida, habían repetido patrones de conducta hacia mí, de dominio, de menosprecio, de maltrato psicológico.
Ese día un click fantástico se produjo en mi cerebro, y supe que tú al menos ya no eres mi dueño. Era el momento de cerrar un círculo, una parte de mi vida que se inició el día 15 de diciembre de 1988,y se cerró el día que hablé de ti ante el mundo.
Otros años ,a estas horas ya estaría pensando en drogarme y tratar de pasar el día durmiendo, y sin embargo aquí estoy, contando al mundo que ya no te pertenezco, y para hacerlo constar me lo he grabado para no olvidarlo nunca.
Ayer cerré el círculo, gracias a la ayuda extraordinaria que he recibido y sigo recibiendo de mi asociación, porque la siento mía: RANA.
Mañana no estaré drogada, y pensando en lo desgraciada de mi vida, mañana me levantaré con toda la ilusión del mundo e iré a hacer voluntariado por mi asociación, para seguir luchando por hacernos oír.
Mañana, seguiré peleando porque nuestros niños estén a salvo, mañana seguiré gritando por ellos, mañana seguiré viviendo y con toda la ilusión del mundo y la creencia de que lo que hago merece la pena.
Y por eso ,y para que no se me olvide ayer me hice esto...
 

 

EL JUEGO DEL AMIGO INVISIBLE

Creo que fue en el tercer curso de Básica. El juego era sencillo. Sacaríamos un nombre de la bolsita, y esa sería nuestra amiga invisible. La profesora nos dio un mes de plazo para cuidar de esa compañera de clase que nos había tocado, hacerle favores, ayudarla con los deberes o jugar con ella en el recreo. No podíamos decir a la dueña del nombre escrito en el papel que éramos su benefactora, pero el último día se haría una fiesta, y en ella debíamos entregarle un pequeño regalo que no excediera de una cantidad determinada de dinero. Averigüé quien era mi benefactora enseguida. Esa misma tarde se acercó a mi pupitre y me dijo que le pidiera todo lo que necesitara, los lápices, las ceras de colores, la goma de borrar que siempre se me perdía…

Era una de las niñas populares de la clase, pero no era una de las muchas maltratadoras que han pisoteado mi niñez. Simplemente me ignoraba, como la mayoría de las compañeras que han convivido en mi infancia. En realidad en cada curso siempre ha sido una compañera o compañero el que solía oler con rapidez mi debilidad para humillarme. El resto solían limitarse a reírle las gracias, y en alguna ocasión colaborar en la burla con comentarios graciosos. Pero ella no fue especialmente cruel. En realidad no creo que haya sido una mala compañera, y en circunstancias normales, creo que hubiera podido ser una buena amiga.

Yo tuve suerte con el nombre que yo saqué. Era una de las pocas niñas con las que había entablado cierta amistad. A veces jugábamos en el patio del colegio y comparábamos deberes en alguna ocasión. Pero el juego me despistó, porque no entendía qué es lo que se esperaba de mí. Yo ya hacía con ella todo lo que la profesora dijo que había que hacer. Al menos lo hacía cuando ella se acercaba a mí, porque yo jamás osaría enturbiar a nadie con mi presencia, jamás podría acercarme a nadie por propia voluntad, no sería capaz de molestarla y que los demás pensaran que ella era mi amiga, porque automáticamente la molestarían también y la culpa sería mía.

Por lo tanto, la mayoría de las veces yo jugaba sola en los recreos. Muchas veces le pedía la pelota a alguna compañera para lazarla contra la pared. De hecho ese curso encontré en el juego de la pelota contra la pared el entretenimiento perfecto. No requería de compañeros de juegos, y si era torpe nadie se reiría de mí.

Y llegó el día en que se cumplió el plazo del Juego del Amigo Invisible. Cuando en la ronda de regalos le tocó el turno a mi benefactora, ella se levantó ante la clase y dijo mi nombre. La profesora me preguntó si yo había sido bien tratada por ella, si realmente había sido una buena amiga invisible. Lo cierto es que si lo fue, no recuerdo nada negativo y así lo expresé. Mi amiga invisible me regaló una pelota. Me dijo que así no necesitaría pedírsela a nadie. El regalo me emocionó, porque no lo esperaba. Pero me hizo sentir mal porque yo no había comprado nada importante a la compañera que me había correspondido, teniendo en cuenta que la consideraba lo mas parecido a una amiga ya antes incluso del juego.

No recuerdo lo que ella dijo de mí, no sé si el regalo le gustó o lo despreció, porque en esos momentos yo era todo confusión. Tenía tan distorsionada la percepción de la realidad, que para mí era totalmente incomprensible aquel juego estúpido de hacerse regalos por obligación. No entendía que alguien hubiera pensado en mí al hacerme un regalo, yo no merecía tal honor, y por supuesto yo no sabía cual era el regalo adecuado que debía hacer porque no encontraba significado. Para mí era como promover la compra de una amistad, y teniendo en cuenta que yo consideraba no merecerla, no quería comprarla. Creo que parte del acoso escolar al que me vi sometida vino propiciado por mi comportamiento cerrado y errático, sin dar oportunidad a nadie a entrar en mi círculo. Encerrándome a cal y canto en mi misma.

Y creo firmemente que esa es una consecuencia directa de los abusos. Es tal el daño que te hacen en lo mas íntimo de tu ser, que te descuadran todo. Tu percepción, tu visión del mundo, la realidad en la que vives. E incluso ves peligros y monstruos donde no los hay. Y luego la inercia hace el resto.

Aún hoy me es difícil saber cómo debo comportarme ante fechas señaladas en las que es “obligatorio” ser generosos con el prójimo e incluso te sientes en el compromiso de hacer regalos a los que tienes mas cerca de ti. El Adviento que entró en vigor este año el día 2 de diciembre es una época característica para ello. Es como si desde ese domingo se hubiera iniciado el juego del amigo invisible, y la fiesta final fuera en la festividad de la Navidad o el día de Reyes, según la tradición de cada uno. Siempre digo que odio las navidades porque eso de ser feliz por decreto no me gusta. Y mucho menos regalar o portarse bien con los demás por obligación. Me parece hipócrita.

Los recuerdos de las fiestas navideñas en mi infancia son contradictorios. Porque tengo dos versiones. No recuerdo poner el Belén en casa de mis padres. Pero por fechas, al menos el Año del Infierno lo pasé con ellos así que debí colaborar en el montaje del nacimiento. Por supuesto uno de mis malos recuerdos de esa navidad fue el día en que “oficialmente” se iniciaban las fiestas, el día del sorteo de la Lotería, en el que me vi obligada a hacerle una felación a mi padre antes de participar en la función de Navidad.

En España las fiestas se alargan hasta el 6 de enero, festividad de Reyes. Recuerdo ese día en casa de mis padres. O el anterior o posterior, porque teniendo en cuenta que es fiesta nacional, sé que mi madre llegó a casa a media mañana con nuestro regalo recién comprado. Yo con trece años cumplidos ya sabía quienes eran los Reyes, pero creo que mi “mellizo” no, porque recuerdo a mi madre decir un lacónico “Lo siento cielo, algún día tenías que saberlo, pero los Reyes son los padres”, y a continuación entregarle su regalo con etiqueta.

También recuerdo la cena de Nochevieja. En mi país es tradición seguir el cambio de año con la retrasmisión por televisión de las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid. Con sus doce tañidos es costumbre tomar doce uvas, una por repique, para celebrar la entrada del nuevo año con buena suerte.

Yo en esa época ya era muy mala comedora. Lo cierto es que creo que en toda mi infancia no he sido muy capaz de comer bien, ambas familias tenían verdaderos quebraderos de cabeza para conseguir que yo me alimentase de otra cosa que no fuera leche o tortilla de patata. Y he pasado épocas en las que he sido completamente incapaz de conseguir que mi garganta admitiese otra cosa que no fueran líquidos. Y como la guerra era continua, adquirí trucos para engañar o poder comer lo que tenía ante mi plato. Uno de ellos era tragar el alimento sólido como si de una píldora se tratase. Metía un bocado en la boca, tomaba un sorbo de leche e intentaba pasar todo de un trago.

La cena de Nochebuena, la única en la que comíamos todos juntos, era en la habitación de mi padre, donde estaba la tele, sentados en las banquetas o junto a él en el borde de su cama con el plato en el regazo. En Nochevieja, ese año, también cenamos con mi padre. No había dinero para uvas. En estas fechas se ponen por las nubes aprovechando la demanda y la economía no era muy boyante. En su defecto mi madre compró uvas pasas y a mí, que no me gusta la fruta en general, las uvas pasas y ese tipo de productos nunca me han atraído. No se me ocurrió mejor idea que decir que las uvas pasas no me gustan, y le pedí a mi madre leche para poder pasarlas con mi “truco”. La mirada que me dirigió mi padre me quitó la idea de la cabeza. Me dio tanto miedo que al sonido de los doce repiques empecé a meterlas en mi boca una a una, simulando el gesto de tragar con satisfacción, y en cuanto terminaron las campanadas salí corriendo al cuarto de baño para escupirlas en el inodoro. Él entró detrás de mí, regañándome porque había sospechado lo que yo estaba haciendo. Me entró tanto pánico en ese momento que tuve una arcada y vomité toda la cena. Supongo que guardó silencio porque pensó que realmente yo me encontraba mal. Mi madre entró solícita tras él para asistirme.

En la casa de mis Padrinos montábamos el Belén en el hueco de la chimenea. Recuerdo poner cajas de zapatos a distintas alturas cubiertas por papel marrón para simular una colina en perspectiva, con el musgo que comprábamos en los puestos ambulantes de la Plaza Mayor. Las casitas mas pequeñas, el molino y las figuras de menor tamaño en la parte mas alta. El portal con el misterio de la Natividad a un lado, en primer término; El castillo de Herodes al otro. Recuerdo utilizar papel de plata para el río y el puente sobre el que colocábamos a uno de los tres Reyes Magos -Gaspar- sobre su camello, siempre con cuidado para que mantuviese el frágil equilibrio. Melchor y Baltasar, uno antes y otro después de cruzar la plateada superficie sobre la que los patos nadaban y dos de las ovejas bebían en su orilla. Recuerdo el pozo, a los pastores, a la lavandera y al hombre con su corderito sobre los hombros. Recuerdo preguntar cómo era posible que los Reyes pudieran entrar por la chimenea con el Belén puesto. Siempre la misma respuesta: “Son magos, ¿recuerdas?”

La mañana del día de Reyes en casa de mis Padrinos siempre era especial. Recuerdo que uno de esos años de infancia en los que todavía creía en su magia, me encontré con muchos juguetes ante la chimenea, pero presidiendo la escena, había un serón de patas con una muñeca dentro vestida de encajes. Es uno de esos “planos” que no olvidaré jamás.

Así que mis recuerdos de las fiestas navideñas son contrapuestos, y nunca he pensado que no me gustasen estas fechas por lo que pudiese volver a mi memoria, porque ese mismo argumento se podría utilizar con las vacaciones de Semana Santa o el verano, y no ocurre, o al menos yo no soy consciente de ello.

En mis Años Oscuros eran un mero trámite para mí. No las sentía en absoluto, incluso gastaba muy mal humor. Como si hubieran perdido la magia que recordaba en mi infancia. Y los primeros años de Hibernación intenté por todos los medios pasar las fechas mas señaladas de las vacaciones leyendo un buen libro tranquilamente en mi habitación de alquiler o viendo alguna película (En esa época, en la 2 de TVE ponían buenas películas en esas noches para contrarrestar los especiales de la TVE 1) No tuve éxito, porque mi pareja se negó en redondo a dejarme sola. No era por depresión, es simplemente que no sentía ningún atractivo por las fiestas. Vivía sola, mi ahora marido sólo era mi novio, y aún no había Peke... Una vez casada no me quedó mas remedio que reincorporarme a las tradiciones de la familia de mi pareja. Después de veinte años ya se han acostumbrado a mi falta de entusiasmo, pero reconozco que al menos no me obligan a representar un papel en la obra. Y la confianza con ellos es tan buena que incluso bromeo sobre sus horteras adornos luminosos.

Pero sigo pensando que estas fechas son en realidad el Juego del Amigo Invisible elevado a su máxima expresión, que con la excusa del nacimiento del hijo de un carpintero, los grandes almacenes han aprovechado para incitar el consumismo, ya no sólo de regalos a nuestros parientes, sino también el gasto extra en dulces típicamente navideños y cenas que en muchos casos descuadran los presupuestos. Me repatean los mensajes de paz y amor con los que te bombardean día y noche, cuando en el resto del año nadie mira a sus semejantes. A veces creo que son competiciones para demostrar quien es mas navideño y quien es capaz de reunir mas gente alrededor de una mesa.

Me consta que muchos supervivientes, los mas afortunados, pasarán su cena de nochebuena con aquellos representantes de su familia que les apoyen, pero la mayoría tendrán que elegir entre sentarse a la mesa de su agresor o cenar a solas. No es mi caso afortunadamente, porque yo he roto con mi familia biológica, pero se da la paradoja que muchas víctimas que están rompiendo su silencio y acusando a su abusador, cuando éste es un familiar, en estas fechas es precisamente cuando mas se les pide que “aguanten” su presencia como gesto de buena voluntad. Me viene a la mente el clásico comentario de: "¿Es que le vamos a dejar solo en Nochebuena?" ¡Por el amor de Dios! ¡Abusó de un niño! ¡Ha perdido ese derecho! ¿Y con las víctimas? ¿Quién va a tener un gesto con las víctimas de evitar la presencia de su abusador? Es como pedir a un judío rescatado de Auschwitz que celebre su cena equivalente a nuestra Nochebuena junto a uno de sus carceleros nazis.

No. Veo todo esto como algo hipócrita, y sigo sin saber si debo hacerle un regalo a mi suegra, o qué significa que ella me lo regale a mí. Se lo agradezco, pero realmente sigo sin entender el motivo. Hoy por hoy vivo estas fechas esperando pacientemente a que terminen, ignoro las demostraciones de efusividad navideña mas evidentes y procuro acostumbrar a los que me rodean a que no esperen de mí gestos de ninguna clase. Felicito las fiestas cuando lo siento en el corazón, porque sé que a la persona a la que se lo digo lo agradece realmente y respeto profundamente a aquellos cristianos que celebran el nacimiento de Jesús como parte de su fe. Pero no soporto todo lo que mueve alrededor. Y menos desde que dejé mi propia fe aparcada a la orilla de mi vida. No tengo problemas con Dios, pero sí con alguno de sus fans que te miran de soslayo cuando dices que no experimentas el espíritu navideño.

Reconozco que a ratos la efusividad de la gente me contagia sus deseos de buena voluntad e intento no ser demasiado negativa con las fechas. Ya no me deprimen ni me ponen de mal humor. Por el contrario, aprovecho sus argumentos a mi favor para recordarles que si realmente quieren ser buenas personas hagan algún gesto que perdure en el tiempo, que no caduque con las primeras nieves de enero. Y utilizo el sarcasmo y la ironía para destapar el punto de falsedad que en muchos casos muestran en sus celebraciones sin darse cuenta.

Hace poco leí a alguien recomendar a aquellos a los que la navidad trae malos recuerdos, o echan de menos a alguien importante, que conviertan estas fiestas en algo nuevo. Con nuevas tradiciones que podemos adquirir o reciclar viejas costumbres que nos gustaban pero adaptadas a otra simbología. Personalmente sigo sin decorar mi casa, lo veo como algo sin significado para mí. Pero si he procurado siempre no imponer mi criterio y adaptarme en la medida de lo posible sin perder mi perspectiva. El tema de los regalos me sigue pareciendo ajeno, y sólo los hago a los mas próximos a mí, mi marido y mi hijo, que son a los que realmente me apetece regalar algo si se presenta la ocasión y no siempre lo hago en esas fechas.

Cuando mi hijo era pequeño, alguien en el colegio le destapó la vedad sobre los Reyes Magos y me preguntó a mí si era cierto. Me parecía cruel devolverle a la mentira, porque creo que en el futuro le hubiese dolido mas, así que opté por “crear” un juego: Le conté que todo el mundo sabe quienes son los Reyes Magos, pero que todos jugamos a no saberlo. Que la Navidad anterior, por ejemplo, mi marido me había regalado un bolso que colocó amorosamente bajo el árbol cuando yo dormía, pero si alguien me pregunta dónde conseguí mi bolso, mi respuesta es y será siempre que me lo han traído los Reyes Magos. Le expliqué lo divertido y emocionante que es levantarse furtivamente la madrugada de la noche de Reyes a colocar todo lo que has escondido para que nadie descubra tus regalos. En la siguiente Navidad, a eso de las tres de la mañana, sentí pasos en el pasillo. Mi peke se acercaba al árbol de Navidad con sigilo para colocar dos paquetes que tuvo escondidos en su habitación. Yo conocía el contenido de uno de los paquetes: un cinturón de caballero que habíamos comprado mi hijo y yo el fin de semana anterior para regalárselo a su padre. Si le preguntas hoy, ese cinturón se lo han traído los Reyes. A mí me trajeron unos pendientes de plata.

Para mí ese juego, a pesar de su similitud, me gusta mucho mas que el del Amigo Invisible. Porque no hay nombres en papelitos, no me siento en la obligación de comportarme de manera distinta o regalar si no lo siento de corazón y no necesito que nadie sepa lo poco que me gusta la Navidad.


“No hay nada mas triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño”
Erma Bombeck (1927-1996) Humorista norteamericana
del-amigo-invisible.html?spref=fb
 

lunes, 10 de diciembre de 2012

LA CONCIENCIA TRANQUILA


Me espantó oír ayer esas palabras.Supongo que jamás las esperaba de alguien a quien quise y quiero tanto.
Me hicieron huir,no podía creer que salieran de su boca.Tenía la conciencia tranquila ,aunque ni había hecho nada para ayudarme,ni siquiera ponerme un hombro para llorar,la conciencia tranquila.
Esto además me ha hecho pensar mucho desde ayer.
Supongo que así deben de sentirse nuestros familiares,esos que nunca hicieron nada por nosotros,pese a saber lo horrible de la situación.
Bueno eso no es del todo cierto,porque si no has sido abusado,creo que no se puede sentir el dolor del otro.
Quizás un padre muy protector,sienta que le han tocado a su niña,pero nunca experimentará el asco que su niña siente por su cuerpo,nunca experimentará el miedo a sentirse observada,nunca experimentará el hecho de sentir que ya no tiene vida propia,que pertenece a ese o esos malnacidos que fueron sus abusadores.
Tampoco experimentará el  miedo al cambio,ni su inseguridad,ni la tristeza que la consume,porque en el fondo le han robado su vida.
Y puedo entender que un padre por mucho que quiera,no pueda llegar a sentir esto.
Pero que estas palabras,vengan de una persona que ha sufrido ASI,jamás lo podré entender.
No sólo por el simple hecho de decirlas,sino por la coletilla de además intentar culparte por no pedir ayuda...
No puedo entenderlo.
Debería haber estado,prestado su hombro para que yo llorase,debería haber sido lo que para mí era...ya no es nada.
Han sido dos meses horribles,que he pasado a duras penas,una vez más he sobrevivido,y sola en muchos momentos.
Esto no ha acabado acaba de comenzar,los miedos me consumen,los recuerdos me atan,la indefensión me puede,y además pierdo el único bastón en el que me apoyaba,aunque sólo sea un mes....muy largo.
Llega ese día,ya la semana no será buena,el mes no lo está siendo.
Y mi mente cobarde,no para de pensar en el camino fácil,ese que me lleva a esconderme con mi coche y poner punto y final.Los psicólogos lo llamarían llamada de atención,pero si lo cuento es porque realmente me doy miedo de hacerlo.
Porque sé cómo lo haría y dónde.
Porque sé que evitar para no ser descubierta,porque ya me lo sé...
Y también sé que todo lo que ahora estoy sufriendo,no valdría de nada,dejaría a mis hijos desamparados,en manos de quien dañó la mente de su madre en parte,y no podría hacerlo,porque,jamás me iría con la conciencia tranquila.

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